El primer Doble Diez de Tsai Ing-wen

In Análisis, Taiwán by PSTBS12378sxedeOPCH

Un desfile aéreo marcará las celebraciones del Día Nacional en Taiwan (el 10 de octubre, también conocido como el Doble Diez). Los taiwaneses mirarán al cielo, quizá confiados en que también les reporte un horizonte más despejado ante el incierto futuro que amenaza la estabilidad del país.

Como aconteció con su discurso de toma de posesión el pasado 20 de mayo, una relativa expectación rodea la alocución que pronunciará la presidenta Tsai Ing-wen, del verde y soberanista PDP o Minjindang. Aunque no cabe esperar sorpresas a la vista de sus declaraciones previas: “Taiwan no se doblegará ante la presión de China continental y si esta lo cree posible, yerra en su juicio”, aseguró. Pero lo cierto es que la popularidad de Tsai evoluciona a la baja, con una caída superior a los veinticinco puntos en menos de medio año a pesar de un ingente esfuerzo por transmitir a la sociedad la doble idea del sosiego en las relaciones a través del Estrecho y una mayor sensibilidad a tono con las preocupaciones cívicas. Esto no ha funcionado bien.

Tsai intenta que la agenda de Taiwan no se la marque Beijing. Los debates acerca de la reforma de las pensiones, la normativa en materia de jornada laboral o vacaciones o también la ley de dependencia ilustran esa vocación de persistir en un orden del día propio que afronte los retos inmediatos y futuros de la isla. Sin embargo, resulta baldío a la postre cualquier intento de sustraerse a la dinámica alentada desde Beijing.

En un momento en que todo futuro parece depender de la capacidad para sumarse a los procesos de integración regional y global en curso, el retroceso en la proyección exterior de Taiwan, evidente tras el fin de la tregua diplomática pactada entre el PCCh y el KMT, refuerza la sensación de progresivo aislamiento. Al bloqueo a la participación en la OACI, en la COP22, en Interpol, etc. se suman los rumores sobre la normalización con el Vaticano que, de consumarse, asestaría un duro revés amenazando con un efecto dominó entre sus aliados (22 en total).

Al más reciente anuncio del nombramiento de James Soong, un azul, antaño miembro destacado del KMT y hoy líder del PPP (Partido el Pueblo Primero) para participar en la cumbre de APEC que tendrá lugar en noviembre, se respondió desde la capital continental no valorando el gesto sino con un aviso: “la participación de Taiwan debe concordar con los pertinentes memorándums de entendimiento”, dando a entender que también peligra su inclusión y desmintiendo la seguridad expresada en Taipei por la Oficina Presidencial en alusión a su condición de miembro de pleno derecho

La presión no solo afecta al orden exterior. En el plano interno, el ajuste turístico (con una caída pronunciada de los visitantes continentales) y la apuesta por la diferenciación entre azules y verdes, va camino de abrir paso a un cisma político-territorial. China premiará al poder local nacionalista o azul con millones de turistas cada año mientras privará de ellos a los municipios verdes, penalizando los gobernados por las fuerzas soberanistas.

La estrategia del PCCh es compartida por el KMT y aplaudida a pies juntillas por su actual líder, Hung Hsiu-chu, defensora de una visión más estricta del llamado Consenso de 1992 (Una China, una misma interpretación). Este alineamiento con las tesis continentales puede amenazar la propia estabilidad de la formación nacionalista. De hecho, el ex vicepresidente Wu Den-yih, ya avisó de su discrepancia (Una China, dos interpretaciones), lo que podría aventurar su propia candidatura a la presidencia el año próximo con el fin de evitar una percepción pública que le perjudique electoralmente al asociarse en exceso con los intereses de Beijing.

Los dos frentes, el continental y el interno, son interdependientes. Reducir la vulnerabilidad, tal como se plantea por el PDP proponiendo el cambio de modelo industrial, alentando una Nueva Política hacia el Sur y reforzando las alianzas con EEUU y Japón (quizás India), no será fácil.

A Beijing no le basta con que Tsai Ing-wen reconozca el “hecho histórico” del Consenso de 1992 o congele el programa soberanista. Lo que el  PCCh pretende es llevar a la sociedad taiwanesa al convencimiento de que la independencia es tan inviable como imposible. Y los líderes del PDP, que hoy aseguran que bajo ningún concepto renunciarán a sus principios reclamando compostura y racionalidad, corren el riesgo de transitar esta legislatura deshojando la margarita. La presión no es coyuntural. El margen y la capacidad de maniobra de Tsai Ing-wen son reducidos.

Xi Jinping dijo que la cuestión de Taiwan no puede dejarse de lado de generación en generación. El KMT reclama un acuerdo de paz. El PCCh, con una Ley Antisecesión aprobada en 2005, recuerda que Taiwan es casus belli. Taiwan es parte del equilibrio estratégico de la región de Asia-Pacífico, hoy en ebullición y evolución. El claro rechazo de China (y de Taiwan) al fallo de la Corte Permanente de Arbitraje de La Haya sobre las islas en disputa en el Mar de China meridional refuerza el convencimiento de que no habrá dudas ni pasos atrás en la consecución de sus objetivos.