El 14 de noviembre, Gambia rompió sus vínculos diplomáticas con Taiwán. Lo hizo de forma abrupta, inesperada, tras 18 años de relaciones. En Taipei, Ma Ying-jeou, tras el desconcierto inicial, se apresuró a señalar que se trataba de un hecho aislado, tras constatar que, al parecer, China continental estaba al margen de la decisión del presidente Yahya Jammeh.
Tras el triunfo del KMT en 2008 se dio inicio a la implementación de la “tercera cooperación” con el PCCh pactada en 2005. Uno de sus pilares fue la tregua diplomática. En virtud de ella, la frenética competición por fidelizar aliados con su añadido de diplomacia de chequera y corrupción llegaba a su fin. Beijing, con clara ventaja, nada haría por arrebatar aliados a Taipei, al tiempo que poniendo fin al todo o nada, multiplicaba sus oficinas de representación entre los aliados de Formosa para fomentar los intercambios económicos. Taipei, por su parte, con esas espaldas cubiertas, veía paso a paso confirmados sus anhelos de una mayor integración internacional, sumando presencias antes imposibles (Asamblea Mundial de la Salud, OACI, etc.) o suscribiendo acuerdos de exención de visados o de cooperación económica con socios comerciales que no son aliados diplomáticos.
Pero Gambia, de forma unilateral, decide volar por los aires este frágil edificio. Atendiendo a sus “intereses estratégicos” y según Taipei en respuesta a la negativa a secundar la petición de una ayuda de 10 millones de dólares, pone fin a la relación y se niega a recibir a los enviados de Ma.
Hace poco más de una década, entre los aliados de Taiwán en África se encontraban países como Chad o Lesoto, Sudáfrica, Guinea Bissau, Liberia, Níger, Senegal… Hoy le quedan Suazilandia, Santo Tomé e Príncipe y Burkina-Faso. Los aliados africanos, durante el mandato de Chen Shui-bian (2002-2008) fueron especialmente activos secundando la campaña por el retorno de Taiwan a la ONU.
La cuesta acentuadamente declinante se inició en 1994 con Lesoto. Dos años más tarde, Níger. En 1998, Guinea Bissau, África del Sur y la Republica Centroafricana. En 2002, cuando Chen inició el mandato del PDP, le quedaban 8 aliados en el continente. Y fueron cayendo Libera, Senegal, Chad y Malawi.
El proceso de deserción parecía inevitable y solo contenido por el hecho de que a China no le interesaba debilitar a Ma, pero las nuevas circunstancias en África y la clara emergencia del gigante a nivel global y muy particularmente en el continente negro de quien es su primer socio comercial desde 2009, podrían inducir a más países a seguir el mismo camino. La ruptura de Gambia bien podría significar el inicio de otro tiempo.
Y no solo en África. En el otro extremo, Honduras, tras la retirada de su embajador en Taipei en mayo del año, sigue instalado en la ambigüedad. Pese a la insistencia de Taiwán, el cargo sigue vacante. Veremos el proceder del nuevo gobierno resultante de las elecciones del 24 de noviembre.
Ante el síntoma de Gambia, Ma ha reivindicado el valor de su diplomacia flexible al tiempo que instado a revisar caso a caso la situación de los aliados (22), pero si Gambia se decidió por la ruptura sin complejos, otros podrían imitarle más pronto que tarde. Beijing ya no necesita instruir a nadie al respecto. La política de hechos consumados se precipita. Y, paradójicamente, solo un mensaje explícito de China puede ponerle coto.