El debate sobre el presente y futuro del status quo en el Estrecho es una de las claves esenciales de las elecciones taiwanesas del 16 de enero próximo. Sobre todo desde que la líder y candidata del Minjindang o PDP (Partido Democrático Progresista), Tsai Ing-wen, dijo en abril que la esencia de su política a través del Estrecho sería mantener el “status quo” con China. Toda una declaración de principios con el objetivo de ahuyentar aquellos malos vientos que en 2012 le jugaron una mala pasada cuanto todo parecía soplarle a favor. Pero, ¿qué es el status quo?
Decir que el status quo equivale a mantener el estado actual de las cosas es decir poco. En principio, apostar por el status quo en el Estrecho podría equivaler a renunciar a la búsqueda de la independencia de derecho, lo cual supone un matiz importante en la política soberanista, dejando fuera de juego muchas de las acciones que en su día llevó a cabo el ex presidente Chen Shui-bian (2000-2008), de su misma formación. Por otra parte, cuando el Kuomintang (KMT) critica a Tsai por su ambigüedad –olvidando que ese es también el medio natural del KMT- sugiere que el status quo no se puede desligar del Consenso de 1992 (Una China, dos interpretaciones). En este caso, no solo se trataría de rechazar la independencia sino de abogar por la existencia de una sola China, sea esta cual fuere. El status quo vendría a incorporar todos los avances registrados en el acercamiento bilateral en los años del mandato de Ma Ying-jeou (2008-2016) de signo claramente nacionalista pan-chino.
El electorado, según numerosas encuestas realizadas hasta la fecha, asocia el status quo con dejar las cosas simplemente como están. Ese punto de vista contaría con una media de apoyo del 85 por ciento en la sociedad taiwanesa. “Dejar las cosas como están” significa básicamente apostar por un relacionamiento pacífico a ambos lados del Estrecho, es decir, rechazar cualquier cambio de situación recurriendo a medidas de fuerza, desarrollando los vínculos económicos pero manteniendo las distancias en lo político y estableciendo un ritmo de evolución que permita su interiorización por parte de la sociedad taiwanesa. Lo contrario, podría abocar a otra especie de “Movimiento Girasol” como el registrado en 2014, que catalizó las reservas de un sector de los taiwaneses a propósito del entusiasmo del tándem KMT-PCCh. En ese ir y venir estaría el equilibrio, es decir, entre la continuidad de los vínculos bilaterales pero también en la preservación del modus vivendi democrático de la isla y su sistema constitucional.
Tsai dijo en junio que de ganar las elecciones presidenciales preservaría lo alcanzado y desarrollaría los vínculos con el continente teniendo en cuenta la opinión social mayoritaria en cada momento. En cualquier caso, aun disponiendo de mayoría legislativa suficiente, no parece inclinarse por promover cambios sustanciales ni referéndums que, de llevarse a cabo, alterarían el status quo. Quiere decir esto también que, en lo político, podría darse una cierta parálisis.
La insistencia del KMT –y del PCCh- en que el status quo incluye la aceptación del Consenso de 1992 constituye una severa medida de presión sobre el PDP. Por activa y por pasiva, Beijiing hizo saber que el no reconocimiento de dicho consenso causaría un cambio tectónico en la relación bilateral y catapultaría a las dos partes al pasado de conflicto.
Las alusiones a la defensa del status quo sugieren, por tanto, también diferentes interpretaciones para nacionalistas y soberanistas, azules y verdes, y pesará lo suyo en la contienda electoral.
Según una encuesta del Taiwan Thinktank, una mayoría de taiwaneses (64 por ciento) sería partidario de que los candidatos a la presidencia suscribieran una declaración de que Taiwan no es parte de China. El 60,1 por ciento de los jóvenes con edades comprendidas entre 20-29 años confiaría en que un mandato del PDP permitiría contrarrestar la deriva de Taiwan hacia el continente.
No hay razones a priori para poner en duda estos datos pero, de ser así, el mayor problema de Tsai podría no ser la presión del continente sino la de los sectores más soberanistas de su partido y de la propia sociedad. El status quo podría ser entonces el bálsamo imprescindible y contemporizador que le proteja de las evoluciones más temerarias.