Todos saben que un SÍ en estas consultas será imposible de gestionar ante la intransigente actitud de China, quien multiplica sus esfuerzos para aislar internacionalmente a Taiwán. ¿Porqué entonces insistir en organizar un referéndum que no cambiará nada sustancial en el estatus internacional de Taiwán pero que exacerba los nervios al otro lado del Estrecho, amenaza con alterar el statu quo y puede desatar un grave conflicto? La respuesta es solo una: porque electoralmente es una estrategia que puede beneficiar al PDP.
La isla de Taiwán vive un tiempo político crucial. A las elecciones del próximo 12 de enero, en las que el Kuomintang (KMT) se juega su liderazgo legislativo, se suman los decisivos comicios presidenciales del 8 de marzo. En paralelo a ambos procesos electorales se celebrarán cuatro plebiscitos, siendo los dos de marzo los más polémicos. El KMT propone que los electores se pronuncien sobre el ingreso de la República de China en Naciones Unidas. El gobernante Partido Democrático Progresista (PDP) que lo hagan sobre el ingreso de Taiwán. La denominación no es un asunto baladí y encierra algo más que una cuestión semántica, ya que afecta a una de las promesas de Chen en 2000 y revalidada en 2004, quien dijo entonces que no cambiaría el nombre oficial de la República. En la práctica, lo viene haciendo desde hace tiempo.
Todos saben que un SÍ en estas consultas será imposible de gestionar ante la intransigente actitud de China, quien multiplica sus esfuerzos para aislar internacionalmente a Taiwán. ¿Porqué entonces insistir en organizar un referéndum que no cambiará nada sustancial en el estatus internacional de Taiwán pero que exacerba los nervios al otro lado del Estrecho, amenaza con alterar el statu quo y puede desatar un grave conflicto? La respuesta es solo una: porque electoralmente es una estrategia que puede beneficiar al PDP. Así ocurrió en 2004, cuando Chen Shui-bian ganó ayudado por otro plebiscito y un atentado frustrado que le reportaron una pequeña y polémica diferencia, pero suficiente para ganar. Así podría ocurrir también ahora. El KMT se ha visto arrastrado a este juego pero, indudablemente, nunca plantearía su consulta cuando, al tiempo, promueve, desde 2005, una cooperación activa con el Partido Comunista de China, su enemigo de otrora.
La mayoría de las encuestas no favorecen al PDP y su candidato, Frank Hsieh, pero a su favor juega la reciente decisión de la Junta Electoral Central de simultanear en las legislativas el voto a los candidatos y partidos y la participación en el referéndum, estableciendo un claro precedente de cara a las próximas presidenciales. En la consulta de 2004, la insuficiente participación (inferior al 50% del electorado) invalidó los resultados, pero esa “derrota” fue compensada con otra victoria más importante. Ahora, pese a las protestas del KMT, partidario de desdoblar los procesos, la simultaneidad puede introducir un factor de arrastre electoral importante.
Atendiendo a los insistentes requerimientos de Beijing, Raymond Burghardt, el “embajador” oficioso de Washington en Taipei, ha criticado abiertamente la iniciativa de la consulta, calificándola como un intento de hacer colar por la puerta trasera la idea de la independencia de jure (o al menos el rechazo explicito de la unificación) y atar de pies y manos al que será sucesor de Chen al frente de Taiwán, pertenezca o no al PDP. El KMT ha insistido a lo largo de las últimas semanas que mantiene invariable su posición (“ni unificación ni independencia”), aún aceptando la idea de la existencia de “una China” y defendiendo el diálogo con el continente. Por su parte, James Huang, el responsable de exteriores en Taipei, tiene ante sí la delicada tarea de hacer comprender a sus principales aliados que el presente juego sólo es un truco más para intentar ganar las elecciones, aún a riesgo de elevar en extremo la tensión en el estrecho de Taiwán. Al otro lado, en el continente, no dan crédito a la estratagema y se toman muy en serio las astucias de Chen.