El Kuomintang (KMT) celebra congreso este fin de semana con dos importantes retos sobre la mesa: su estructura orgánica y el reajuste de las políticas a propósito de China continental. Desde que fue elegido tras la derrota electoral de enero, su actual presidente Johnny Chiang prometió reformas radicales que por el momento no se han traducido en cambios sustanciales en el partido.
Dos polémicas circundan el evento. De una parte, unas declaraciones del ex presidente Ma Ying-jeou en las que llamó la atención sobre la vulnerabilidad extrema de Taiwán frente al coloso continental: “si Beijing librara la guerra contra Taiwán, la primera batalla sería la última”. Adobada con su condena de la no aceptación del “Consenso de 1992” por parte de la presidenta Tsai, su discurso, para algunos “rayando en la traición”, representa una llamada al orden a las filas nacionalistas poniendo límites claros a la trayectoria de reforma interna.
Chiang sugirió retirar el “Consenso de 1992”, considerado por veteranos como Ma un valor central del partido equiparable a la defensa de la República de China, cuya supresión dejaría al KMT sin asidero. Algunos miembros destacados del KMT sugieren sustituir aquel consenso por el “Consenso ECFA”, en alusión al acuerdo comercial preferencial firmado en 2010 entre ambos lados del Estrecho para reducir los aranceles y las barreras comerciales. De esta forma, se exaltaría el beneficio de las relaciones económicas mitigando el alcance político del entendimiento, una estrategia, consideran, que podría ayudar a remontar el vuelo en los comicios locales de 2022, antesala de las presidenciales y legislativas de 2024.
Otra polémica se refiere a la concesión realizada por la presidenta Tsai a las presiones estadounidenses para autorizar la importación de carne de cerdo y vacuna con ractopamina (quizá anticipación de la eliminación también de la prohibición de las importaciones de productos alimentarios procedentes de las prefecturas japonesas afectadas por el desastre de Fukushima) que escenificaría la sumisión de Taipéi no ya a Washington, sino a Donald Trump. Esta medida, fuertemente contestada en la isla, sería el precio a pagar por el creciente apoyo de esta Administración que recibe así un espaldarazo electoral importante a dos meses de los comicios presidenciales. El anuncio de Tsai se produjo a los pocos días de la visita a Taiwán de Alex Azar, secretario de Salud de EEUU.
En esta decisión, que goza de amplio rechazo popular, el KMT puede encontrar un motivo de contestación que podría liderar desde los condados y ciudades donde ostenta una mayoría cómoda, poniendo así sordina a sus tensiones internas.
En lo orgánico, se anuncian algunas reformas de la estructura, considerado el tema principal del congreso, con el denominador común de otorgar más poder al presidente para efectuar nombramientos y la adopción de nuevas reglas para las elecciones de los funcionarios del Partido. Los demás temas no se consideran aun suficientemente maduros para adoptar decisiones de alcance.
Algunas encuestas sugieren que el apoyo a Chiang está cediendo en las filas nacionalistas, en parte por fiascos como el acontecido en la alcaldía de Kaohsiung, con la recuperación del bastón de mando por el PDP y la desventura de Han Kuo-yu, pero también por la confusión reinante en el partido. Figuras como el alcalde de Nueva Taipéi, Hou You-yi, o el de Taichung, Lu Shiow-yen, asoman como probables competidores. Mientras, entre bambalinas, los veteranos sopesan pros y contras de una postulación de Ma Ying-jeou a la presidencia del partido para asegurarse el control del timón.
En lo que muchos coinciden ya es que Johnny Chiang no pasará de representar una figura de transición.