A raíz de la reciente proclamación de independencia por parte de Kosova, en Taipei se despachaba un mensaje de felicitación a las autoridades de Prístina subrayando el denominador común de la democracia y la soberanía como valores compartidos. Los partidarios de la independencia de Taiwán también consideran el de Kosova como un precedente que les anima a perseverar en su empeño. No obstante, cualquier paralelo entre la situación de la isla y la nueva república de los Balcanes para establecer un precedente internacional legitimador de la secesión, merece ser matizado.
El pronunciamiento taiwanés tiene un valor añadido a efectos internos ya que el próximo 22 de marzo, coincidiendo con las elecciones presidenciales, está prevista la realización de una doble consulta sobre el ingreso de Taiwán o la República de China –el primero promovido por el PDP y el segundo por el KMT- en Naciones Unidas. Se diga lo que se diga, la consulta, de llevarse a cabo con el formato previsto pues aún hay dudas al respecto, equivale a preguntar a los taiwaneses si desean ser un Estado con todas las de la ley, poniendo fin a la ambigüedad actual, una pregunta que, por otra parte, no se ha hecho en Kosova, optando por la decisión parlamentaria.
Si el imperativo democrático se observa de forma desigual en ambos casos, ni el origen del contencioso ni el contexto regional e internacional parecen semejantes. Por otra parte, Taiwán es hoy mucho más Estado que Kosova: tiene ejército, policía, jueces y, por el momento, más aliados diplomáticos que Prístina, aunque no tan poderosos. Si uno es un Estado de hecho, pero no de derecho, el otro va camino de convertirse en un Estado de derecho, pero no de hecho, con tanto protectorado añadido para garantizar, se dice, la estabilidad en la zona.
Otra diferencia sustancial que les separa es el papel de Estados Unidos. China, que se mostró “muy preocupada” por la independencia de Kosova, no es Serbia. El portavoz del Ministerio de Relaciones Exteriores, Liu Jianchao, aseguraba ayer en conferencia de prensa que Taiwán ni tiene derecho ni está calificada para reconocer la independencia de Kosova. Para China, con esta acción se ha debilitado un poco más el papel de la ONU como árbitro imparcial en los conflictos internacionales, pero, además, las ingerencias externas han dificultado el entendimiento entre Kosova y Serbia que debería conducir al compromiso (algo que, mutatis mutandis, tendría una lectura para el problema de Taiwán donde, por otra parte, Beijing no reivindica el papel arbitral de la ONU ya que lo considera un conflicto “interno”). Washington, que estimuló la independencia de Prístina, ha criticado, no obstante, la convocatoria de plebiscito del 22 de marzo por considerar que puede alterar el statu quo en el estrecho de Taiwán, lo que podría dar al traste con la estabilidad de la región, originar una viva apuesta por la fuerza en Beijing y poner fin al papel arbitral que en buena medida legitima la influencia de Estados Unidos en la zona. Pero ni uno ni otro parecen tener fácil el ingreso en Naciones Unidas, en un caso por el veto chino y en otro por el veto ruso, aunque a Kosova, en unas semanas o meses, le puedan reconocer cinco veces más Estados que a Taiwán.
En ambos casos, por otra parte, está en juego el respeto a la legalidad internacional. En Kosovo, formalmente, se ha visto sepultada con toda claridad la resolución 1244 del Consejo de Seguridad. Y en Taiwán, aunque podría ser más discutible, siendo el origen de la división la guerra civil y el subsiguiente traslado a la isla del Gobierno perdedor en el continente, a priori, un tratado de paz tendría más sentido que una declaración de independencia. Por otra parte, la derrota de Japón en 1945 pareciera indicar una lógica devolución a China (como así lo entendió el KMT al trasladarse a la isla en 1949), poniendo fin a la situación iniciada en 1895 con el Tratado de Shimonoseki.
Taiwán, al margen del retroceso experimentado por el PDP en las elecciones legislativas del pasado 12 de enero y la previsible derrota del 22 de marzo, tendrá mucho más difícil que Kosova consumar el anhelo independentista que reivindica una parte de su ciudadanía. Tanto la mayoría parlamentaria como la mayoría social, que ha vivido los últimos ocho años un intenso proceso de “taiwanización”, se sienten más identificados con el statu quo: ni unificación ni independencia. Es un problema bien diferente al de Tibet o de Xingjiang, aunque en todos ellos la arquitectura político-territorial y la demanda de autogobierno trazan factores de interés común y de incuestionable entidad.
Así las cosas, cabe pensar que, en lo inmediato, las consecuencias de la independencia de Kosova probablemente se harán sentir más en la Transcaucasia o en Europa que en el Lejano Oriente.