Ni su propio promotor podría haber imaginado el aparente éxito cosechado por la Iniciativa de Paz en el Mar de China oriental, dada a conocer por el presidente taiwanés Ma Ying-jeou el pasado 5 de agosto de 2012. A salvo de algunos matices, curiosamente, los principios y posicionamientos que refleja son muy similares a los esbozados en numerosas ocasiones por las autoridades de Beijing pero con la paradoja añadida de que su gestión avanza en relación a aquellos países que incrementan sus diferencias con China continental. El mensaje parece evidente: otro entendimiento es posible pero no con las autoridades de Beijing porque ellas son el problema. ¿Todo ello es fruto de la suma de habilidad diplomática de Taipei y la consiguiente torpeza de Beijing o Taiwán está siendo utilizado por terceros para incordiar un poco más a China continental?
La Iniciativa incita a adoptar actitudes moderadas y evitar acciones antagónicas, complementándose con un Plan de Acción que incluye tanto el diálogo pacífico, creando canales de comunicación ad hoc, tanto principales como secundarios, como la cooperación y explotación en los recursos compartidos, institucionalizando las modalidades. Estos recursos serían tanto la pesca, como la minería, conminando a realizar un estudio oceanográfico completo con vistas a la protección del ecosistema marino. Contempla también la seguridad marítima y la no convencional, desde asistencia en naufragios al combate a la piratería. La apertura de diálogos bilaterales se completaría a largo plazo con negociaciones multilaterales, aspecto difícil de aceptar para el continente.
Concebida inicialmente en relación al contencioso de las islas Diaoyu (que significa literalmente “plataforma de pesca”), sin abandonar las reclamaciones de soberanía, Taipei y Tokio han logrado dejar a un lado la disputa, concentrándose en negociar acuerdos como el de pesca (suscrito el pasado 10 de abril), de gran interés para las autoridades taiwanesas, y de gran relevancia política por su formato. Tokio, además, apuesta claramente por fomentar las relaciones bilaterales con la isla y apoya el afán de internacionalización de Taiwán, no solo de cara a su integración en la OACI (Organización de la Aviación Civil Internacional), principal objeto de las demandas de Taipei, sino también en otros foros como el de desastres naturales de la ONU. Sin duda, esta actitud de la diplomacia japonesa no solo responde a la simpatía que le sugiere Taiwán o al propio hecho de ser ambos países aliados de EEUU sino igualmente a la antipatía que este acercamiento puede suscitar en Beijing, quien ya ha recordado a Tokio sus obligaciones diplomáticas.
Taiwán, pese a todo, insta a Japón a reconocer la existencia del conflicto, abundando en las mismas referencias históricas a menudo esgrimidas por las autoridades continentales para sustentar su derecho de soberanía hacia las islas que Tokio denomina Senkaku y cuyo control administrativo ejerce desde 1972.
Otro tanto podríamos decir de la relación con Manila, igualmente enfrascada en una ácida disputa con Beijing por el control de algunas islas en aguas del Mar de China meridional. Tras la muerte en mayo de un pescador taiwanés a consecuencia de los disparos de la guardia costera filipina, las relaciones entre Manila y Taipei atravesaron un momento delicado. Taipei exigió una investigación completa del incidente, disculpas y compensaciones, imponiendo varias medidas punitivas. Pero ambas partes han llegado a un entendimiento y se han sentado a negociar. Las autoridades filipinas han aceptado acusar de homicidio y obstrucción a la justicia a la tripulación del guardacostas filipino involucrado. Taipei ha decidido levantar las sanciones y normalizar las relaciones con la expectativa de una pronta reanudación de las negociaciones sobre pesca que podrían culminar en un acuerdo similar al suscrito con Japón.
Ma presume de que su iniciativa aporta las soluciones más prometedoras y eficientes a los conflictos, apoyándose en la fórmula de cooperación y explotación conjunta de los recursos sin comprometer la soberanía, un principio de partida que también se promueve desde el continente. En un foro celebrado en Taipei el 6 de agosto, recalcó que la soberanía no se puede dividir pero los recursos pueden ser compartidos, negando que de tal acuerdo pueda desprenderse cierta intención de dejar de lado la soberanía nacional. En el foro se han sugerido nuevas ideas como la participación de empresas privadas en el proceso de negociación para la explotación de los recursos.
Tan peculiar evolución tiene tres consecuencias políticas importantes. De una parte, consuma el fracaso del intento de sumar a Taiwán a la estrategia continental de coordinar posiciones y alternativas en las controversias territoriales, realzando la singularidad de las propuestas de la isla. En segundo lugar, la estatura diplomática de Taiwán gana en proyección en la región, añadiendo un valor más a su afán de ruptura del aislamiento dependiente del continente. Por último, no debiera minusvalorarse la reacción de Beijing ante esta evolución, que no es de su agrado. Por el momento, las críticas se han centrado en los “terceros”. Pero cuando Taipei reclama al continente que no se oponga a la integración regional de la isla y que valore dicho proceso de manera positiva, como ocurrió en el reciente foro de paz y prosperidad a través del Estrecho, se le recuerda que antes de preocuparse por esas cuestiones debiera prestar más atención a la superación de las trabas que aun lastran la cooperación entre ambas partes. Si no hay avances en ella, será difícil lograr otros acuerdos.