La política de Xi Jinping en relación a Taiwán se puede resumir en una progresiva vuelta de tuerca. Como en otros asuntos relacionados con problemas centrales de la política china, Xi ha aplicado en las relaciones a través del Estrecho una mayor impronta y contundencia. Su alusión a que el problema “no puede ser dejado de generación en generación” constituye la guía inspiradora de las políticas continentales. No obstante, su aplicación deviene en un contexto adverso tras la recuperación del poder en Taipéi por parte del Partido Democrático Progresista (PDP) o Minjindang. La presidenta Tsai Ing-wen aplica, desde su llegada al poder en 2016, una política de resistencia activa, basada en la negativa a suscribir el consenso de 1992 y la defensa del statu quo. Por su parte, Beijing ha congelado desde entonces todos los contactos semioficiales.
Uno de los ejes esenciales del bloqueo de Beijing hacia Taiwán es el relacionado con los aliados de Formosa, aplicando una mayor presión para lograr su aislamiento internacional. Además de los cambios de reconocimiento (Gambia, Panamá, República Dominicana, Burkina Faso, en dos años), cabe señalar el impedimento de participación en organizaciones internacionales, el lanzamiento unilateral de nuevas rutas de vuelo cerca de la línea media del Estrecho, la deportación de taiwaneses sospechosos de fraude telefónico a China para ser enjuiciados o las presiones a multinacionales para que reconozcan en sus operaciones la pertenencia de Taiwán a China. Las presiones continentales afectan también a otras cuestiones como el cambio de denominación de las oficinas de representación taiwanesas en el exterior. La tregua diplomática, vigente durante el precedente mandato de Ma Ying-jeou (2008-2016), ha saltado por los aires.
Por otra parte, en el orden militar, las patrullas navales y aéreas alrededor de Taiwán se han multiplicado, especialmente, tras el XIX Congreso del PCCh. Junto con los ejercicios con fuego real, estas exhibiciones de músculo castrense se han convertido en una rutina con el declarado propósito de dejar claro a Taipéi que cualquier movimiento efectivo hacia la independencia de jure tendría consecuencias nefastas.
En el orden económico, cabe recordar que China continental es el mayor socio comercial de Taiwán, absorbiendo en torno al 30 por ciento de las exportaciones y respondiendo por más del 50 por ciento de las importaciones. Taiwán es el séptimo mayor socio comercial del continente. Varios millones de taiwaneses viven y trabajan al otro lado y muchas empresas taiwanesas están implicadas en la relación comercial a través del Estrecho. La industria tecnológica depende especialmente del comercio con China. La interdependencia económica es un hecho que acentúa la vulnerabilidad taiwanesa. En los últimos años, tras la asunción del PDP, Taipéi ha procurado moderar los intercambios y restringir las inversiones promoviendo su Nueva Política hacia el Sur como estrategia de diversificación, pero es difícil que llegue a dañar seriamente el otro vínculo.
Complementariamente, la política de Xi hacia Taiwán ofrece incentivos de diverso signo para atraer a los taiwaneses, especialmente a los más jóvenes, ofreciéndole en el continente oportunidades que difícilmente pueden encontrar en la isla. Asimismo, el PCCh tiende puentes con autoridades y entidades proclives a sus tesis unificadoras, procurando sortear así las trabas dispuestas por los partidarios de la separación.
La mayor presión ejercida por Beijing sobre Taipéi no es bien recibida en la isla pero no ha producido vuelcos significativos en la opinión pública que quizá observa esta situación como una confirmación de lo previsible. Las autoridades, por su parte, han reaccionado multiplicando sus vínculos con EEUU y Japón, especialmente, y otros países occidentales con quienes afirma compartir los mismos valores. La Administración Trump ha dado muestras de un mayor acompañamiento en materia política y de defensa que irrita a las autoridades continentales mientras algunas voces alertan de la utilización de Taiwán como moneda de cambio en sus diferendos con Beijing, desconfiando de sus garantías de seguridad.
No es ni mucho menos descartable que Xi pretenda impulsar un punto de inflexión sustancial durante su mandato, en línea con su sueño chino de la revitalización nacional que tiene en Taiwán una referencia clave y una prueba de su capacidad para fungir como principal líder mundial.
La táctica de Xi apunta a erosionar el liderazgo del PDP en la isla como premisa para lograr una reunificación pacífica. Una primera prueba tendrá lugar el próximo 24 de noviembre, en las elecciones locales, que tendrán una segunda vuelta en las presidenciales de 2020. El balance resultante de dichos procesos puede acentuar la esperanza de una solución pacífica o, por el contrario, acercar la hipótesis de un golpe de mano de inciertas consecuencias. De brazos cruzados, Xi no se quedará.