El alcalde de Kaohsiung, Han Kuo-yu, venció en las primarias internas del Kuomintang (KMT) y será el candidato de la formación nacionalista a las presidenciales que tendrán lugar el 11 de enero de 2020 en Taiwán. Han recibió un apoyo del 44,8 por ciento frente a su inmediato seguidor, el multimillonario y fundador de Foxconn, Terry Gou, el hombre más rico de la isla, quien obtuvo un 27,7 por ciento. En tercera posición, el ex alcalde de Nueva Taipéi, Eric Chu, obtuvo el 18 por ciento mientras que los restantes dos candidatos no superaron el 10 por ciento. Tras conocerse los resultados, Han visitó a Chu para reivindicar la unidad del KMT.
Las primarias del KMT se han celebrado tras las previas del gubernamental Partido Democrático Progresista (PDP), en las que resultó ganadora la actual presidenta Tsai Ing-wen, que se impuso a su ex primer ministro Lai Ching-te con una votación más ajustada: un 8,2 por ciento de ventaja frente al 17,1 obtenido por el candidato ganador del KMT.
No obstante, el panorama electoral no está del todo cerrado. Falta por saber si el alcalde independiente de Taipéi, Ko Wen-je, también se candidata, y el ex presidente del Yuan Legislativo, Wang Jin-pyng, sigue deshojando la margarita. El primero puede arañar votos entre los soberanistas o verdes; el segundo, entre los nacionalistas o azules. En ambos casos, sufragios decisivos en una contienda que se aventura especialmente reñida. El plazo para el registro de candidatos presidenciales finaliza el 17 de septiembre.
Esta victoria contundente de Han Kuo-yu se produce tras su victoria por sorpresa en las elecciones locales de noviembre, cuando sus promesas de dinamizar la economía mejorando las relaciones con Beijing le granjearon un resultado inesperado e histórico. Por el momento, Han anunció que no renunciaría a su condición de alcalde, pretendiendo por tanto dirigir la ciudad y preparar la campaña presidencial. Ya han surgido movimientos cívicos para obligarle a renunciar
Un candidato populista
A Han Kuo-yu se le considera un político populista. Hay quien lo compara con Donald Trump por su condición de outsider, alejado de las estructuras oficiales del partido que durante mucho tiempo lo vio con recelo. De estilo directo y simple, Han pasó de una marginalidad relativa a convertirse en poco tiempo en una figura central de la política taiwanesa. Es lo que se conoce como “la marea de Han”.
Posicionado claramente a favor de estrechar las relaciones con Beijing, Han acepta el principio de “una sola China”, a diferencia del PDP que ha convertido este rechazo en una señal de identidad de su proyecto. Beijing cortó los mecanismos de diálogo con Taipéi desde la elección de Tsai en 2016.
¿Y el PDP?
La presidenta Tsai Ing-wen debió presentar su dimisión al frente del PDP tras la dolorosa derrota sufrida en las elecciones locales de noviembre. El catalizador de esa situación fue Han Kuo-yu, quien arrebató a los soberanistas la importante plaza de Kaohsiung, en manos del PDP desde 1998, obteniendo un 53 por ciento de sufragios frente al 44 por ciento de su candidato, Chen Chi-mai.
Sin embargo, Tsai, a pesar de su notoria pérdida de popularidad con cerca de un 60 por ciento de desaprobación, logró vencer en las primarias internas a su bien colocado ex primer ministro Lai Ching-te. El proceso de las primarias del PDP fue turbio, dicen los críticos internos, con maniobras claramente orientadas a favorecer a la candidata tras no lograr la retirada de Lai con sus enormes presiones. Como aseguró el veterano activista Chen Yung-hsing, el PDP dejó de lado sus ideales y principios y solo quiere regocijarse en el poder al precio que sea.
La popularidad de Tsai ha remontado en los últimos meses, especialmente tras el discurso de Xi Jinping en enero último, advirtiendo sobre el carácter inexorable de una reunificación que debe llevarse a cabo bajo la fórmula innegociable de “un país dos sistemas”, un principio que es rechazado por la mayoría de la población taiwanesa y la práctica totalidad del mapa político de la isla.
Hace pocos meses todo aventuraba que Han podría vencer con rotundidad a Tsai pero hoy las proyecciones son más ajustadas. La reciente crisis de Hong Kong le ha echado un capote, visibilizando con rotundidad los efectos de una hipotética reunificación. Su estrategia electoral es bien clara: presentarse como la única capaz de proteger las libertades de que gozan los taiwaneses y plantar cara al proyecto reunificador de Beijing preservando la soberanía de facto de que disfruta la isla. Arropada con la bandera de la libertad y la democracia y reclamando la solidaridad del “mundo libre” frente a la presión del continente, Tsai se encomienda a la protección y aval de EEUU afirmándose como un bastión democrático vital en la región.
El papel de Estados Unidos
La Administración Trump es el principal ariete de la estrategia de apoyo político a la presidenta Tsai. Taiwán es una pieza esencial de la política del Indo-Pacífico y de la presión contra China en todos los frentes, amenazando con soliviantar los ánimos estratégicos. Desde 2017, la aprobación de sucesivas leyes que abogan por profundizar el acercamiento y reinterpretar el principio de una sola China, el incremento de las visitas de alto nivel, de las ventas de armas, etc., reafirman el apoyo de Washington a la isla, si bien aquí también se advierte contra los riesgos de desempeñar como una moneda de cambio en las negociaciones sino-estadounidenses.
Washington ha dado su visto bueno a una visibilidad creciente de Taiwán, compensando las humillaciones diplomáticas infringidas por China (a Taiwán solo le quedan 17 aliados oficiales) con medidas de respuesta como la apertura de nuevas oficinas de su Instituto Americano en Taiwán y muchos otros gestos que evidencian la existencia de un compromiso geopolítico. La economía, la ubicación y la seguridad de la isla son esenciales para los intereses de EEUU. Si Taiwán pasara a control de China podría acceder a algunas de las tecnologías más avanzadas del mundo y también cortar los suministros de petróleo a Japón o Corea del Sur. Expulsar a EEUU de Asia sería más fácil para Beijing. Quizá por eso, demócratas y republicanos parecen estar de acuerdo en cerrar filas apoyando a Taiwán. La de Trump es la Casa Blanca más pro-taiwanesa desde que EEUU restableció relaciones diplomáticas con China.
Buen ejemplo de ello es el inédito trato de “alto nivel” dispensado a Tsai en EEUU en su actual viaje a tierras caribeñas, permitiéndole desarrollar más actividades y por más tiempo, desatando la irritación china. “Los separatistas de Taiwán deben abandonar sus fantasías de contar con la intervención extranjera para mantener a China permanentemente dividida”, le espetaron desde Beijing.
Una larga y tensa campaña
A seis meses vista de las cruciales elecciones de enero, el resultado se antoja imprevisible. El debate nuclear de la campaña se centrará en el futuro de las relaciones con China continental. El nerviosismo se respira en los cuarteles generales de las dos principales formaciones. Y, probablemente, en Beijing. Y también en EEUU.
Las tensiones en forma de denuncias sobre la influencia de los “medios rojos” y las interferencias a través de Internet presentando a Han como partícipe de una especie de “complot anti-taiwanés” en connivencia con el Partido Comunista van pavimentando una campaña que se anticipa agria y convulsa. EEUU también se ha aprestado a facilitar medios diversos para apuntalar la estrategia soberanista. En la contienda, no solo se dilucidará quien será el futuro presidente de Taiwán sino el rumbo de los acontecimientos en el Estrecho de Taiwán, el pivote que puede definir el derrotero de la hegemonía del siglo XXI. Y no necesariamente de modo pacífico. El mayor error puede radicar en subestimar la determinación de China continental para preservar un interés central como Taiwán, asociado no solo con la guerra civil sino con la humillación histórica que supuso el Tratado de Shimonoseki, que impuso su cesión a Japón en 1895.