La estrategia adoptada por Taiwán para (no) hacer frente a los aranceles de la Administración Trump responde a la imperiosa necesidad de mostrar una lealtad a toda prueba, aunque de resultado incierto. Las decisiones adoptadas en Taipéi parten de la base de que no debe haber otra respuesta que una negociación en la que comparece en condiciones de extrema debilidad.
Taiwán ha prometido más compras (agrícolas, industriales, energéticas), menos aranceles, menos y más ligeras regulaciones (barreras), más inversiones en EEUU, por supuesto más gasto en defensa… y presume de estar entre los primeros en negociar. Pero nada asegura que vaya a ser “bien tratado”, es más, todo indica que no se va a librar de mayores presiones que podrían poner en jaque su principal activo, el tecnológico e industrial amenazado de liquidación.
El mensaje es claro: EEUU no quiere depender de otros y si consigue librarse de la dependencia de Taiwán este quedará al pairo. EEUU sabe que China no va de farol en el propósito de la reunificación y sabe también que puede exigir más del débil Lai y no dudará en hacerlo. Y las concesiones sin restricciones podrían representar una verdadera hecatombe política para la isla, además de económica si el gobierno no dispone ayudas ingentes y suficientes a los sectores afectados. Tiene al lado el ejemplo de Japón: aun siendo el primer inversor en EEUU y multiplicar sus promesas de todo tipo, EEUU sigue “insatisfecho”. Paradójicamente, en busca de una mayor soberanía, Lai, pasando una y otra vez por el aro de Trump, no hace sino debilitarla ante Washington.
Para compensar aquella debilidad, Lai se muestra fuerte con el continente. La cara b de este proceso es el endurecimiento de las políticas hacia Beijing, bien de manifiesto con su declaración formal de China continental como “enemigo”, con especial énfasis en la represión del “espionaje” en un clima cada vez más enrarecido que incluye el hostigamiento a los cónyugues continentales residentes en la isla, restricciones a la libertad de expresión, reinstauración de tribunales militares, campañas políticas de descrédito de la oposición, etc. fomentando una acentuada hostilidad. No parece Lai, sin embargo, preocupado por la filtración de secretos comerciales hacia EEUU, cuestión que debería preocuparle mucho también, especialmente en el caso de TSMC.
El celo anunciado en el control de los productos etiquetados como “hechos en Taiwán” para evitar el llamado lavado de origen de China continental le sitúa como un alumno aventajado en el seguimiento de las exigencias de la Casa Blanca.
EEUU coquetea con la isla ofreciendo una retórica equívoca como la expresada por algunos mandos militares para la región del Indo-Pacífico abundando en recordatorios del papel central en la estrategia establecida para la zona, pero bien pudieran ser, a la postre, cantos de sirena que no afectarían al compromiso de defensa. La “carta de Taiwán” sigue ahí.
China continental, por su parte, responde subiendo el tono, no solo retórico, también de sus ejercicios militares en torno a la isla. Se han vuelto una rutina y quizá pierdan efectividad. Sin embargo, no debiera subestimarse su voluntad de actuar. Lai parece convencido de que no cruzará el rubicón. Ahora mismo, sin embargo, la impresión es que Lai se ha pasado de rosca alejándose del marco constitucional de la República de China y eso puede obligar a Xi a mover ficha especialmente si a resultas de la campaña en curso de destitución de legisladores, la oposición pierde la mayoría en el Yuan Legislativo.
Suponer que China mantendrá esta dinámica cuando Lai sube la apuesta pensando en que Beijing no puede hacer más que lo que hace, es un error. Una crisis más profunda lleva tiempo gestándose. Tampoco parece importar a Lai quizá pensando que también puede utilizarla en su propio beneficio para decantar más firmemente a EEUU (y el Occidente desarrollado) de su lado. La determinación expresada por Beijing en la guerra arancelaria es un botón de muestra que se puede trasladar a otros ámbitos.