La primera obsesión del gobierno de Ma Ying-jeou, ya de manifiesto claramente en el transcurso de su primer mandato (2008-2012), consiste en jugar un mayor rol en una economía regional que se confirma como principal motor de la economía global. La recuperación de la vitalidad económica de Taiwán está asociada a dicho objetivo. De no alcanzarse, favorecería a sus más directos competidores.
Tras la firma del acuerdo económico con China continental (ECFA, 2010), las relaciones comerciales a través del Estrecho se han normalizado y afianzado (40% del comercio exterior de la isla) y es previsible que este año reciba un nuevo impulso. El segundo objetivo de Ma con este acuerdo alude a la eliminación de las trabas políticas por parte de Beijing para facilitar la ansiada integración en la economía regional, plasmada en diferentes acuerdos. En consecuencia, Taiwán ha venido impulsando negociaciones comerciales con otros socios, en especial, Indonesia, Nueva Zelanda, Singapur, Filipinas e India, en el marco inmediato, tanteando la reacción de Beijing. A priori, sin impedimentos en tanto se soslayara la cuestión de la soberanía. También lo intentó con la UE, lo que motivó que China frunciera el ceño. La apuesta por esta integración incorpora un claro significado estratégico y no solo económico: se trata de mitigar la dependencia del continente y establecer equilibrios que resulten más ventajosos para la defensa de sus intereses generales.
En un orden complementario, Taipéi refuerza los vínculos políticos y en materia de seguridad con sus dos principales aliados: Japón y EEUU. En este último caso, tras resolver el polémico contencioso de la importación de carne de res, la fluidez parece haber vuelto a su cauce y se prevé un estrechamiento de los vínculos respectivos, especialmente en el orden de la defensa, con nuevas ventas de armamento (30 helicópteros de ataque Apache en 2013, 60 helicópteros de transporte Black Hawk en 2014 y misiles Patriot en 2015) en la agenda. China ha reaccionado con críticas, como cabía esperar, aunque dirigidas solo a Washington. Habida cuenta de la nueva estrategia de EEUU en la región, Taiwán, recupera gran parte de su valor geopolítico, si bien sometido a la zozobra de la evolución de las relaciones entre la Casa Blanca y Zhonanghai.
La relación con Japón es más delicada, especialmente por las diferencias territoriales y las polémicas históricas, circunstancias que le aproximan al continente. El abrupto resurgir de las tensiones en torno a las islas Diaoyu ha propiciado una amplia reprobación en todo el mundo chino, a despecho de la negativa de Taipéi a coordinar posiciones oficiales. En dicho marco, Taiwán pugna por retomar las negociaciones pesqueras con Tokio y por afirmarse como una tercera vía apaciguadora, aunque con escaso éxito. Cabe señalar que dicha confrontación subsiste a la par que el afianzamiento de las relaciones económicas, culturales y sociales, que están experimentando un sensible crecimiento, y la inclusión en el marco de seguridad definido por EEUU en Asia oriental.
Con el marco general ya definido en relación al continente y ante la expectativa de nuevos requerimientos para avanzar en otros órdenes de la negociación (seguridad y defensa, política), Taipéi necesita acceder a la disposición de contrapesos que le permitan afirmar su capacidad de negociación. En clave interna, con un opositor PDP en plena meditación transcendental acerca de su política continental, la ostentación de una política equilibradora donde antes todos advertían una sumisión mal disimulada a las estrategias continentales, beneficia su perfil político ante una sociedad que espera del continente una mayor generosidad en órdenes que trascienden la economía y en los que predomina aun la intransigencia.
No obstante, Ma debe ser consciente de las arenas movedizas que agitan esta estrategia. Las recientes dudas en torno a la solidez de la alianza diplomática de Honduras ilustran tanto su fragilidad como el considerable incremento de la influencia general de China en todo cuanto atañe a su evolución. Dentro y fuera.