Las dos riendas de Ma Ying-jeou

In Análisis, Taiwán by PSTBS12378sxedeOPCH

 

Como cabía esperar, Ma Ying-jeou fue reelegido el pasado 20 de julio al frente del Kuomintang (KMT). El secretario general del PCCh, Xi Jinping, le cursó un mensaje de felicitación. En los últimos años, Ma ha ejercido de fiel gestor del Consenso de 1992 y de los acuerdos logrados en 2005 entre ambas formaciones políticas. Su llegada al poder en 2008 abrió un nuevo tiempo en las relaciones bilaterales entre la ARATS y la SEF, las dos entidades paraoficiales que gestionan sus respectivos intereses. Ahora, al frente nuevamente del KMT, encara una etapa decisiva de su último mandato al frente del gobierno en Taipéi. Esas dos riendas le confieren igualmente una especial responsabilidad.

 

Las autoridades continentales, muy satisfechas en general de los avances logrados en el orden económico y social, quisieran abrir paso a las negociaciones políticas, un asunto delicado y complejo para el KMT, especialmente si de ello no obtiene contrapartidas visibles, en especial en materia de espacio internacional. Por el momento, Beijing sigue cautivando a los dirigentes del KMT, a quienes corteja en sus visitas al continente, mostrando flexibilidad cuando advierte que algún colectivo puede sentirse negativamente afectado por tal o cual acuerdo. Todo ello en la confianza de que esos sacrificios de hoy tendrán su recompensa mañana.

 

China ansía dar pasos para establecer una relación global, lo que en Taiwán se interpreta como un sinónimo de avance claro hacia una fórmula de diálogo que trascienda el objetivo de la paz para poner rumbo inequívoco hacia la reunificación. Puede avanzarse poco a poco, tal como se ha señalado en algunos encuentros académicos bilaterales recientemente celebrados, pero a Taipéi le resultará cada vez más difícil oponer resistencia. Beijing quiere aprovechar el mandato de Ma para dar un salto cualitativo en los vínculos establecidos ante el temor de que los próximos comicios presidenciales faciliten la recuperación del poder por parte del opositor PDP. El primer paso podría consistir en la apertura de oficinas de representación, quizás este mismo año. Y no se descarta un encuentro entre Ma Ying-jeou y Xi Jinping, que el líder taiwanés hace depender de las preferencias de la población.

 

Cada paso de los líderes del KMT es interpretado por la oposición como una traición a los intereses vitales y a la dignidad de Taiwán. Bien es verdad que esta también perfila una nueva estrategia en relación a Beijing, en un proceso inevitablemente convulso y donde el rechazo unánime a que la isla pueda ser literalmente absorbida por el continente o la desconfianza ante la formula “un país dos sistemas” no acaba de cuajar en una posición clara capaz de guardar distancia tanto de la independencia convertida en seña de identidad como de su renuncia para congraciarse con China y que a la vez derive en una posición diferente a la del KMT y coincidente con él en el deseo de aligerar las tensiones, tal como reclama la mayoría de los taiwaneses. No lo tiene fácil el PDP y de ello depende que vuelva al poder en 2016.

 

El acercamiento entre ambos lados del Estrecho avanza inexorable. Las restricciones se evaporan con gran rapidez y cada vez a más dominios, ya sean las inversiones o las relaciones entre las personas, se suman a la fiebre de los contactos. Las reservas no dejan de plantearse pero la realidad impone su aparente irresistible lógica de hechos consumados. Muchos se preguntan cuál es el último dique y si este existe. Los intereses de los hombres de negocios del continente y de la isla se conducen al margen de las diatribas que parecen enfrentar a gobierno y oposición y avanzan rápidamente en su gestión. La triunfante lógica del mercado se configura como un movimiento imparable aunque no neutral.

 

La encrucijada a la que se enfrenta Ma es más que un mero ajuste táctico. Sobre sus hombros pesa la responsabilidad por el nuevo rumbo de la política taiwanesa a propósito del continente. Su balance global es exitoso, pero las posiciones políticas defendidas por el KMT son hoy más frágiles y se encuentran erosionadas por el imparable avance de los vínculos bilaterales, a un ritmo quizás mayor de lo inicialmente esperado.

 

¿Podrá seguir eludiendo la negociación o será más juicioso trabajar en favor de un acuerdo razonable que preserve cierto estatus político a Taiwán? ¿Podrá embarcarse en tal aventura sin lograr a cambio de China concesiones sustanciales en materia de defensa –los misiles que apuntan a la isla- o de espacio diplomático? ¿Estaría Beijing dispuesto a ofrecer compensaciones? Sin duda, es posible si asumimos la idea de que China continental enfoca esta relación bajo el prisma del largo plazo y que solo en tal contexto cabe aprehender con claridad sus acciones.

 

No quiere esto decir que las posiciones del KMT y de Ma sean inevitablemente claudicantes, pero puede que el tiempo no juegue a su favor y que las condiciones para orientar una hipotética negociación no mejoren con el paso del tiempo, sino al contrario. Por extraño que pueda parecer, al PCCh le interesa un KMT fuerte en Taiwán y esa es la medida de su discreción y su paciencia, consciente de que la unificación de hecho no es más que una expresión oblicua de una reunificación concebida como un proceso cuya culminación formal vendrá a certificar su previa y paulatina realización.

 

En cualquier caso, ambos, PCCh y KMT, no debieran pasar por alto que el sujeto principal a considerar no es aquel que hoy celebra sin reservas el nuevo clima bilateral. Los empresarios, convertidos en columna vertebral del proceso, pueden alimentar con su éxito las reticencias de buena parte de una sociedad que no se siente representada por ellos ni comparte los beneficios de sus boyantes negocios.