El ex vicepresidente Wu Den-yih se convirtió el pasado sábado 20 de Mayo en el nuevo presidente del Kuomintang (KMT), la principal fuerza de la oposición en Taiwán. Wu obtuvo más de 140.000 votos de los más de 270.000 emitidos, sumando el 52,24 por ciento y evitando así una indeseada segunda vuelta. Quedó, además, a gran distancia de sus cinco rivales, sobre todo de la presidenta saliente Hung Hsiu-Chu (poco más de 53.000 votos) y del ex alcalde de Taipéi, Hau Lung-bin (poco más de 44.000), los otros dos mejor situados. Solo en el voto exterior Hung logró superar a Wu, una ventaja que quizá se explique en razón de la simpatía expresada por China continental a propósito de su candidatura.
Tras la victoria, Wu fue diligente y mostró su adhesión al Consenso de 1992. Muy pendiente, Xi Jinping le felicitó cuando no habían pasado ni dos horas de conocerse el resultado. El mensaje del presidente chino sonó a alivio en el cuartel general de Wu a la vista de las críticas formuladas durante la campaña al concepto de “Una China, una interpretación” que la favorita de Beijing, Hung Hsiu-chu, convirtió hace tiempo en bandera de su propuesta programática junto al acuerdo de paz. Wu, por el contrario, quiso reencontrar al KMT con sus claves comunes y se apegó a los “tres noes” (no unificación, no independencia, no uso de la fuerza), abundando en la visión clásica de un KMT asociado a la ambigüedad. Con el regreso de “Una China, dos interpretaciones”, Wu asume el relevo de la hoja de ruta trazada por Ma Ying-jeou, a quien acompañó en el ticket presidencial de su segundo mandato (2012-2016).
La victoria de Wu puede dar un respiro al KMT y alejar el riesgo de graves rupturas internas. Los próximos cuatro años serán de previsible continuismo con cierta garantía de conjunción con la base socio-electoral más tradicional. En un complejo equilibrio, Wu aflora como punto de encuentro entre los más localistas y los partidarios de la unificación. En esas condiciones, quizá el KMT pueda afrontar el reto de las elecciones de 2018 y 2020 ganando tiempo si templa un discurso alejado de las tendencias extremas y apuntando a preservar las relaciones pacíficas a través del Estrecho. De 69 años y nacido en Taiwán, Wu está más cerca de la facción pro-localización del partido que de los unionistas, más cerca de la defensa del statu quo que de una eventual y rápida unificación, pero puede congregar a unos y a otros en su entorno con el afán común de la recuperación del poder.
A corto plazo, el KMT de Wu afronta una situación inédita y difícil. No solo no dispone de mayoría en el legislativo (como sí tuvo durante el mandato de Chen Shui-bian, entre 2000 y 2008) sino que afronta un complejo vía crucis ligado a los ecos de la memoria histórica y la justicia transicional que pueden derivar en una merma considerable de sus recursos materiales, un factor que hasta ahora ha jugado siempre a su favor.
La cuadratura de su particular círculo le exigirá “nativizar” más el KMT para hacerlo más taiwanés y arañar simpatías a los “verdes” soberanistas pero sin que ello suponga desprenderse del paradigma continental ni tiranteces sospechosas y añadidas con el PCCh, ante quien ha revalidado su apego a la continuidad del diálogo con base en la política de Una Sola China.
El riesgo radica en que en esa escalada el PCCh llegue a considerar que las diferencias entre el PDP y este KMT de Wu sean solo formales (manteniendo a raya los primeros a los independentistas y los segundos a los unionistas), en tanto en cuanto ninguna de las dos formaciones apostaría por una unificación que ya le corre prisa. Al PCCh de poco puede valerle un KMT muy alineado con sus posiciones pero muy débil en términos electorales e institucionales si bien se adivina cierto incomodo creciente con una ambigüedad que agota su paciencia.
Rehacer el partido y volver más atractiva la imagen del KMT ante un electorado y una sociedad a cada paso más taiwanazada son los mayores retos de Wu. No le faltará tarea.