Del encuentro celebrado en Beijing el pasado 4 de Mayo entre los líderes del KMT y del PCCh, Eric Chu y Xi Jinping, respectivamente, se desprende una doble conclusión: la normalidad en los intercambios interpartidarios es una realidad irreversible pero también marcada por la persistencia de las divergencias políticas de fondo y la reducción de su margen de influencia.
Cabe recordar que el contexto de este encuentro fue poco propicio para ambos. El fracaso de la ratificación legislativa del Acuerdo sobre Comercio de Servicios, encallado en marzo del año pasado, y la subsiguiente derrota del KMT en las elecciones locales de noviembre, asociando en buena medida dicha pérdida de respaldo electoral a una política continental que venía primando el entendimiento entre las cúpulas en demérito de la propia sociedad, plantea un reto de difícil gestión para ambas partes. En 2005, cuando se inició la “tercera cooperación”, el KMT estaba en la oposición pero con unas expectativas favorables. Ahora está en el gobierno, pero sus expectativas son pesimistas. El PCCh garantiza que China continental implementa los acuerdos pero el KMT no está en condiciones de garantizar que Taiwan haga lo propio. Xi quisiera ir más deprisa, Chu no cree que se den las condiciones.
Hoy ambos partidos se enfrentan a la verosímil hipótesis de un regreso a la presidencia del opositor PDP. El PCCh rechaza de forma absoluta cualquier veleidad independentista ya formulada explícita o subrepticiamente. Beijing ha comprendido la importancia de ampliar la esfera de sus contactos a otras fuerzas políticas y sociales de la isla, pero con el claro objetivo de superar el statu quo y recrear condiciones más favorables para la reunificación. Por el contrario, para el PDP, también partidario de ampliar esa esfera de contactos evitando la patrimonialización del diálogo por parte del KMT, se trataría de preservar a toda costa el statu quo entendido como un dique que impida nuevos avances que pongan en cuestión la soberanía de facto de Taipei.
Por más que el PCCh insiste en que el Consenso de 1992 es el mínimo exigible, el PDP, que lo rechaza, quiere hacer admitir igualmente de facto a Beijing que es capaz, pese a ello, de exhibir aptitudes para manejar las relaciones a través del Estrecho sin sobresaltos. En suma, diálogo sí, pero preservando a toda costa la identidad política de Taiwan. Difícil de aceptar para el PCCh y difícil también para el PDP gestionar con solvencia las relaciones bilaterales sin un diálogo directo con el PCCh, imposible en estas coordinadas, al menos públicamente.
Para el PDP, renunciar a su proyecto soberanista y reconocer la existencia de una sola China, esencia del Consenso de 1992, tendría un costo no menor. Hace unas semanas, Hsu Hsin-liang, ex presidente del PDP, señaló que la independencia no era el corazón de la plataforma política de su partido. Poco después, Hung Chi-chang, ex presidente de la SEF en tiempos de Chen Shui-bian, destacaba que las relaciones con el continente eran las propias de un país soberano e independiente cuyo nombre es República de China. Esas dos almas conviven en su seno: la que apuesta por un aggiornamento y la que apunta a la resistencia.
El KMT, por otra parte, no está en condiciones de desbloquear la parálisis actual que únicamente podrá ser superada con una victoria sin paliativos en enero de 2016, que no es imposible aunque sí podría tener menos opciones en función de su candidato. Ante el descarte de Eric Chu, quizá esperando a 2020, Wang Jin-pyng, el presidente del Legislativo, es el mejor situado, pero puede que no sea del todo del gusto de Beijing. No obstante, paradójicamente, esa podría ser su mejor carta ante los electores. Una encuesta del Taiwan Brain Trust, centro de investigación fundado en 2010, reveló recientemente que un 84 % votaría en contra de un candidato que beneficiara de forma muy evidente a Beijing. Según la misma encuesta, un 51,2 por ciento de los taiwaneses cree que el PDP puede gestionar de forma estable las relaciones a través del Estrecho y un 74,1% están conformes con el statu quo.
El PCCh y el KMT tienen una preocupación añadida. La percepción social de buena parte de la ciudadanía es que el PDP expresa una mayor sensibilidad con las ansias de justicia social, lo cual le abre espacio más allá de su electorado tradicional en momentos en que la situación socioeconómica interna y las exigencias de la integración regional abogan por reformas de signo ultraliberal que el KMT parece más inclinado a favorecer.
Así las cosas, los próximos seis meses serán decisivos pudiendo esperarse grandes operaciones de signo electoral con mensajes cruzados. No se trataría tanto de blandir de nuevo los misiles como en época de Jiang Zemin como de todo lo contrario. No es poco lo que está en juego. Es evidente que cuatro, y sobre todo ocho años, más con una presidencia del KMT allanaría mucho el camino a la política iniciada en 2005. Por el contrario, el regreso del PDP obligaría a Beijing a introducir importantes ajustes en su estrategia. Y sea como fuere, el diálogo KMT-PCCh, pese a su reconocida entidad, ha evidenciado sus límites. Precisa acumular mayores complicidades.