Ma Ying-jeou no es un jarrón chino Xulio Ríos es asesor emérito del Observatorio de la Política China

In Análisis, Taiwán by Xulio Ríos

El expresidente taiwanés Ma Ying-jeou ha culminado una gira por China continental de 12 días de duración. Visitó Nanjing, Wuhan, Chongqing y Shanghái, pero no Beijing. Los contactos políticos de más alto nivel con quienes se reunió fueron los secretarios del PCCh de Chongqing (Yuan Jiajun) y Shanghái (Chen Jining), además del responsable de asuntos de Taiwán, Song Tao, su anfitrión principal, sin que llegara a materializarse el encuentro con Wang Huning, el principal líder en este asunto que ya se había reunido con el vicepresidente del KMT, Andrew Hsia, el pasado febrero.

La iniciativa de Ma fue presentada como una visita privada (y en verdad ha habido una agenda personal) pero su relevancia deriva del hecho de haberse tratado de la primera visita de este tipo de un ex presidente de la República de China desde 1949. Y no solo. Ha habido importantes mensajes, tanto en dirección a Beijing como a Taipéi. Ma se hizo acompañar de una comunidad estudiantil que interactuó en diferentes universidades del continente, quizá con el propósito de apelar al decisivo papel de las generaciones futuras en la subsistencia del diálogo constructivo entre los dos lados del Estrecho para evitar que el fatalismo siga imperando en las relaciones bilaterales.

Fuera a donde fuera, dijera lo que dijera, hiciera lo que hiciera, la crítica en la isla estaba asegurada de antemano. El tono ha evolucionado desde las imputaciones de “dañar la dignidad o la soberanía” a “unirse al PCCh” en su intento de anexionarse Taiwán o incluso justificar “el expansionismo militar de China”. Su partido, el KMT, en el cual no tiene ya responsabilidades oficiales, defendió el viaje. Retirado de la primera línea desde 2016, cuando cedió el relevo a la actual presidenta Tsai Ing-wen (PDP), Ma sigue siendo, pese a todo, una voz referencial en el KMT y en la política taiwanesa.

En este viaje, sus mensajes políticos principales no han defraudado. Ma ha remarcado y realzado el territorio político de los partidarios de la reunificación. Sus calculados discursos asegurando que Taiwán y China continental “son ambos parte de China” fueron engarzados en el marco constitucional vigente. Esa posición confronta abiertamente con la narrativa soberanista de que “la República de China y la República Popular China son distintas y no están subordinadas la una a la otra”.

Ma ha pretendido acreditar ante la opinión pública del mundo chino pero también ante la sociedad internacional que es necesario y posible el diálogo con el continente y que este, además, es verdaderamente urgente para conjurar el actual rumbo de colisión, que más de una vez ha calificado de total irresponsabilidad. En ese proceso, para Ma, la definición de la base política común no puede ser otra que el principio de una sola China.

Es por eso que la reafirmación del discurso tradicional del KMT ha sido la gran constante de este viaje. Ma ha apelado a su defensa sin complejos, evitando caer en la trampa de una “imitación” del PDP a través de una taiwanización de la formación azul que, contrariamente a lo que algunos imaginan, en su opinión tendría poco recorrido electoral. Por tanto, es hora de cerrar el periodo de titubeos ideológicos, conectando al KMT con la estrategia de revitalización de la nación china preconizada por Xi Jinping.

La reiterada defensa de Ma del Consenso de 1992 -que el PDP da por muerto- sugiere una “vuelta a la vida” de aquella política que el mismo implementó activamente durante el periodo de gobierno 2008-2016. Ese debe ser el programa del KMT, sin ambigüedades, y cerrando filas, para los decisivos comicios de 2024. Pero ¿evitará o provocará una hipotética división del voto azul?….

Al finalizar su gira por Guatemala, Belice y EEUU, la presidenta Tsai Ing-wen descalificó los posicionamientos de Ma, desautorizándolos por “obsoletos”, más propios “de la década de 1970”, pero de imposible encaje en el Taiwán actual por más que pudieran anclarse en la Constitución.

Ma, en suma, no quiere ser un hermoso jarrón chino que nadie sabe dónde colocar sino ejercer su posición en un momento determinante para el futuro inmediato de Taiwán. Sin embargo, habrá que medir el impacto exacto de sus tesis políticas, primero en las diferentes corrientes de su propio partido, y después en sus expectativas electorales que hoy por hoy aglutinan todas las preocupaciones.  Y aquí puede haber aún matices notorios.