En los últimos meses asistimos a un recrudecimiento de las tensiones en el Mar de China meridional, con China como protagonista a la cabeza en los medios internacionales. A las reticencias y denuncias de Filipinas o Vietnam se suman las acciones de EEUU, formalmente orientadas a preservar la libertad de navegación en la zona, que Beijing reprende por suponer de facto una toma de posición en contra de sus “intereses fundamentales”.
En medio de esta trifulca ascendente, Taiwan persevera en la reivindicación de un protagonismo propio y diferenciado. El presidente saliente, Ma Ying-jeou, presentó en mayo de 2015 una iniciativa de paz que pretendía reducir las tensiones, con escaso eco entre las partes. Su esencia no es nueva: aparcar las disputas sobre la soberanía y avanzar en la explotación compartida de los recursos. Un acuerdo con Japón fue posible para gestionar los derechos pesqueros en el Mar de China oriental, pero más inviable parece una apuesta similar en las aguas del sur.
A finales de enero, el presidente Ma Ying-jeou visitó la isla Taiping, la mayor de las Spratly, bajo control de Taipei. Previamente, en diciembre, el ministro del Interior Chen Wei-zen también se desplazó a la isla para presidir la ceremonia de inauguración de un muelle y un faro. Estas acciones tenían como valor añadido el demostrar que la Taiping no es una simple roca, como ha argüido Manila ante la Corte de la Haya, sino una isla en toda regla. Filipinas obvia a Taiwan y dirige sus argumentos contra Beijing negando que disponga de derecho alguno a una zona económica exclusiva o plataforma continental. En noviembre pasado, la corte se declaró competente para arbitrar en este litigio. La República de China ni siquiera es contemplada como parte y por lo tanto a la vez que reivindica que la isla Taiping, con una extensión de 0,51 kilómetros cuadrados, es plenamente habitable, se desentiende de cualquier dictamen de dicho tribunal que obvie de antemano esta definición al amparo del artículo 121 del Convenio de Naciones Unidos sobre el Derecho Marítimo. Taiwan argumenta que en 1946, tanto las Spratley como las Paracel, el banco Macclesfield o las Pratas fueron recuperadas por el ejército de la República de China.
No parece que la decisión que pueda aportar La Haya contribuya a calmar las aguas y reducir las tensiones. Hasta ahora, ni Taipei ni Beijing han coordinado posiciones a pesar de que ambas defienden que estos archipiélagos y sus aguas circundantes son parte inherente de su respectivo territorio. Una y otra coincidirán en rechazar dictamen alguno.
Por otra parte, mientras Beijing denuncia el papel de EEUU a la hora de atizar estas disputas territoriales, Taipei, cuya seguridad está ligada a la alianza con Washington, guarda silencio a sabiendas de que el problema de fondo no es tanto la disputa en sí como la tensión estratégica entre China y EEUU y el papel de este contencioso en la política de contención del gigante asiático.
Así las cosas, la de Taiwan es una ruta en solitario, inevitablemente vinculada a sus reivindicaciones históricas pero también al mantenimiento de la estabilidad en la zona con propuestas de paz que aumenten la capacidad de diálogo entre las partes. Un compromiso al que tampoco podrá sustraerse la presidencia electa Tsai Ing-wen.