De la noche a la mañana, a resultas de la victoria de Donald Trump en las elecciones estadounidenses y su cuestionamiento de la política de Una Sola China, Taiwan pasó en un instante del ostracismo internacional a estar en boca de todos. Las declaraciones del presidente electo venían precedidas de un acuerdo suscrito por las dos cámaras que permitirá elevar en 2017 el nivel de los intercambios militares entre Taiwan y EEUU. Y todo ello se produce en un contexto de tensión creciente entre Beijing y Taipei desde el pasado 20 de Mayo cuando la soberanista Tsai Ing-wen, del Minjindang o PDP, al asumir el poder, se negó a ratificar el llamado “Consenso de 1992”, un entendimiento tácito suscrito por el KMT y el PCCh a favor de la reunificación y que sirvió de base para el acercamiento propiciado durante el mandato de la formación nacionalista (2008-2016).
Puede que las declaraciones de Trump sean expresión de la inexperiencia, como apuntaron algunos, o por el contrario respondan a precisos tanteos orientados a una estrategia de reforzamiento del poder de negociación comercial con el gigante asiático. A China, que esperaba un Trump correoso en lo económico pero condescendiente en lo estratégico, poco le importará. La movilización de su fuerza aérea fue inmediata para expresar la contundencia de su mensaje: si hay cambios en la política hacia Taiwan, habrá una respuesta sustancial.
Por su parte, Taiwan ve peligrar la defensa del statu quo, un principio erigido en política gubernamental para responder de forma equidistante tanto a las demandas continentales como a las presiones de los movimientos independentistas de la isla. Taipei se mueve entre el alborozo por las expectativas que despierta el republicano Trump y el temor a convertirse en moneda de cambio en las relaciones sino-estadounidenses.
EEUU viene respaldando la política de Una Sola China desde 1972, cuando Nixon firmó con Zhou Enlai el Comunicado de Shanghai. Diez años después, Ronald Reagan sumó a ello las “Seis Garantías” que aseguran la continuidad de la venta de armas y excluyen cualquier presión a favor de la reunificación. En su última conferencia de prensa, Obama advirtió a Trump que los chinos no tratarán el problema de Taiwan de la misma manera que otros asuntos, ni siquiera el Mar de China meridional. Taiwan es un asunto central, el nervio más sensible de las relaciones entre EEUU y China, y el potencial desestabilizador de una controversia sobre este asunto no debiera ignorarse. Un estrecho inestable en Taiwan podría conmocionar todo el nordeste de Asia.
Los cambios de Administración en EEUU suelen incorporar zozobras en políticas clave en relación a China. Pasó con Clinton en 1995 cuando autorizó la “visita privada” del presidente taiwanés Lee Teng-hui, irritando a Beijing. Dos años más tarde, las aguas volvieron a su cauce.
China necesita estabilidad interna y externa para culminar su transición hacia un nuevo modelo de desarrollo pero sería un grave error creer que eso le obligará a hacer concesiones en asuntos centrales, más cuando la correlación de fuerzas en la región sopla a su favor. Taiwan sigue siendo cassus belli.