Taiwán en el diván

In Análisis, Taiwán by PSTBS12378sxedeOPCH

Una vez más, la identidad nacional es la cuestión central que ha nucleado la campaña electoral iniciada oficialmente el día 4 de enero y que ahora toca a su fin. El próximo día 14, los electores taiwaneses, al depositar su voto para elegir diputados y presidente expresarán también como se reconocen a sí mismos: chinos o taiwaneses. Quienes no ven contradicción entre ambas identidades se decantarán por los “azules” (partidarios de la unificación con China continental), y quienes optan por reforzar una identidad política diferenciada, sin renunciar por ello a su raíz cultural china, entregarán su voto a los “verdes” (contrarios a la unificación).

Es cierto que más asuntos han estado presentes en la campaña, desde el futuro de la energía nuclear, el desempleo y el incremento de las desigualdades, a la corrupción, etc. Pero el hilo conductor determinante de las opciones de los taiwaneses se expresa en términos de definición de la dignidad nacional: para unos, sacrificada por el Kuomintang (KMT) y su candidato, Ma Ying.jeou, al pisar el acelerador de una aproximación al continente que sigue despertando inquietud; para otros, defendida con realismo fomentando una cooperación que no pondría en peligro la preservación del statu quo.

La autoidentificación taiwanesa recibió un gran impulso durante el polémico mandato de Chen Shui-bian (PDP o Minjindang). Su atrevimiento en este orden permitió la multiplicación de gestos, símbolos y políticas que han acentuado la diferenciación taiwanesa respecto al continente, yendo mucho más allá de las conocidas discrepancias sistémicas. Así, en terreno fértil, un sector importante de la sociedad ha abandonado su antigua identidad nacional china sustituyéndola por otra taiwanesa, asociada a la democracia, la apertura y la multiculturalidad. Ese nuevo nacionalismo, que abandera y postula la separación perpetua del continente, entra de lleno en conflicto con las pretensiones de China que considera la unificación la otra cara de su modernización.

Existe una amplia conciencia cívica sobre lo trascendental del momento y la tradicional vitalidad política de los taiwaneses promete no defraudar el próximo sábado. El mandato de Ma Ying-jeou, iniciado en 2008, ha permitido un amplio desarrollo de su idea central, una reconciliación con el continente basada en el interés común. Cuatro años más de mandato del KMT posibilitarán que la influencia del continente crezca de forma incontenible, dice la oposición, haciendo valer su tridente económico, diplomático y militar para reducir en paralelo las posibilidades de supervivencia del statu quo vigente.

Ese temor ha sido mimado por el Minjindang, dejando entrever su disponibilidad para defender los intereses vitales de la vieja Formosa con mayor ímpetu y voluntad frente a las servidumbres del Kuomintang, tanto derivadas de su propia historia como artífice de la República de China (cuyo reciente centenario el Minjindang rechazó celebrar) como de los intereses empresariales que representa y que ven en la aproximación al continente  una estrategia inevitable para preservar y alargar sus capacidades en el nuevo orden económico regional y global. Asegura que lo harán con tanta resolución como pragmatismo, aceptando incluso el diálogo directo con Beijing, difícilmente verificable en tanto sigan rechazando el principio de “una sola China”.

Las posibilidades de la oposición han ido mejorando con el paso del tiempo. En estos años de mandato, en buena medida, Ma se ha visto traicionado por el propio discurso que le llevó a la presidencia en 2008, recibiendo un abrumador apoyo al reforzar el acento taiwanés de su discurso. No obstante, este prácticamente desapareció nada más tomar posesión, pasando a abrazar una retórica procontinental con escaso disimulo.  

Los gestos de distanciamiento de Ma en los últimos meses, tratando de desmentir el hecho evidente de ser el candidato preferido de Beijing, pueden resultar insuficientes para resolver a su favor una disputa muy ajustada con la líder de la oposición, Tsai Ing-wen, también beneficiada por la división del campo azul tras la decisión de James Soong de presentar una candidatura propia como hiciera en 2000, facilitando entonces el triunfo de Chen Shui-bian. Pero con independencia de esa coyuntura, el gran problema del KMT en la actual política taiwanesa radica en su distanciamiento psicológico de una evolución identitaria que rechaza pero que no encuentra el modo de frenar.

Recordemos que Taiwán, con una extensión ligeramente superior a Galicia, es el decimosexto mayor exportador del mundo, el decimoséptimo importador, la cuarta mayor economía de Asia oriental y séptima de todo Asia-Pacífico. La renta per cápita de sus más de 23 millones de habitantes asciende a 19.188 dólares 2010) y en IDH ocupa la posición 22. Libre de deuda externa, sus reservas de divisas le confieren la cuarta posición a nivel global. El avance de la integración con el continente no es cosa baladí, más si tenemos en cuenta sus implicaciones estratégicas.

Los resultados son inciertos. La continuidad de Ma puede hacer irreversible el proceso actual, no solo en lo económico sino también en otros órdenes. Se da por segura la firma del armisticio, que Ma diferencia de la unificación. La victoria de Tsai, aún a pesar de esa confesada moderación que le puede facilitar los apoyos en el electorado centrista, puede derivar en una nueva espiral de tensión interna entre las dos identidades en disputa y en el ahogamiento de la política taiwanesa de Hu Jintao, con riesgos añadidos que no debieran menospreciarse.