Taiwán en medio de Trump y Xi Jinping Xulio Ríos es asesor emérito del Observatorio de la Política China

In Análisis, Taiwán by Xulio Ríos

Donald Trump ha tomado posesión como presidente de los EEUU. Días antes, mantuvo por sorpresa una conversación telefónica con el presidente chino Xi Jinping. Trump dijo que fue “muy buena” y Xi no escatimó tampoco calificativos positivos. Xi, aunque estaba invitado, no acudió en persona a la ceremonia de Washington pero, por primera vez en la historia, un alto dignatario chino, el vicepresidente Han Zheng, asistió como su enviado especial. Trump reforzó el guiño hacia China con un gesto contemporizador hacia TikTok, aunque no elimina la incógnita del futuro de la marca.

Ambos líderes parecen querer transmitir cierto interés en dar pábulo a una nueva atmosfera en las relaciones bilaterales. ¿Será esto posible? Trump se ha significado en la creación de un escenario político muy antichino no solo en función de sus anuncios sobre los aranceles o las tensiones tecnológicas sino por la presencia en su entorno de muchas figuras hipercríticas con China que en sus comparencias en el Senado multiplicaron los señalamientos a Beijing. Ya en su primer mandato no ahorró en acusaciones a  China, marcando el fin de la etapa de cooperación entre ambas potencias, hasta entonces la predominante a pesar de las discrepancias. Hoy, la ola de desconfianza hacia China persiste, incluso se ha acentuado, y, en gran medida, la realización de la consigna principal del trumpismo exige agrandar la brecha de poder con Beijing.

La posibilidad de lograr un acuerdo importante en cuestiones relevantes se antoja dificil. Eso no significa que ambas partes deban tirar la toalla. Por el contrario, debieran intentar evitar una espiral catastrófica en su relación. La llamada telefónica indica que las relaciones entre Estados Unidos y China figuran en el tope de la agenda de Trump. Sin duda, es una prioridad compartida por Xi. Y la frecuencia de llamadas telefónicas y reuniones entre Trump y Xi probablemente aumentará en las próximas semanas para explorar la posibilidad de avances. Joe Biden le deja en herencia el restablecimiento de buena parte de los canales de comunicación con China, con cierta dosis de estabilidad a pesar de cuanto se han intensificado las desavenencias.

Sea como fuere, la llamada de Trump a Xi, antes incluso que la esperada con Putin a tenor de sus promesas de poner fin de forma inmediata a la guerra en Ucrania, implica que considera la rivalidad entre Estados Unidos y China un asunto importante que necesita abordarse con urgencia.

Taiwán en la cima de las discordias

De la conversación telefónica del 17 de enero hay dos versiones. Trump escribió en su sitio de redes sociales Truth Social que los dos discutieron acerca de “equilibrar el comercio, el fentanilo, TikTok y muchos otros temas”, pero no mencionó expresamente a Taiwán. Muy al contrario, la versión china asegura que Xi reafirmó la soberanía sobre la isla e hizo un particular llamado a la prudencia y la cautela de la Casa Blanca en esta cuestión, que considera la gran “línea roja”.

Taipéi tiene buen recuerdo del primer mandato de Trump. Entonces, otra llamada telefónica, la que hizo pública con la entonces presidenta taiwanesa Tsai Ing-wen, activó las alarmas en Beijing. Le siguieron muchos gestos de alcance político indudable que fortalecían de facto el soberanismo taiwanés. Puede que ahora la elección de Xi en lugar de Lai Ching-te para esa llamada, signifique cierta disposición a la moderación en este asunto. O incluso más, quizá un acuerdo sólido.

Trump hizo uso de Taiwán para meter el dedo en el ojo a China probablemente con el propósito de así obtener alguna contrapartida en otros órdenes, sobre todo el comercial. En verdad, no funcionó. Está por ver si se ha percatado del significado real de la afirmación china de que Taiwán forma parte de sus “intereses centrales” y que no admite negociación sobre ello.

Taipéi, ahora bajo el liderazgo continuista de Lai Ching-te, está en guardia frente a Trump por las acusaciones relativas al déficit comercial, el futuro de la industria de chips o el “insuficiente” gasto en defensa. Confía en las buenas conexiones de su vicepresidenta Hsiao Bi-Khim con la galaxia de Washington. La estrategia está decidida. En Taiwán se parte del convencimiento de que Washington no puede dejar al pairo la isla, a riesgo de perder su legitimidad estratégica en el Indo-Pacífico e incluso y más allá. El planteamiento de Lai Ching-te apunta a facilitar una alineación de los intereses de ambos, incluyendo el aumento de las inversiones industriales y tecnológicas en EEUU, sin descartar el traslado parcial de la industria de semiconductores, una línea de trabajo que ya se venía desarrollando.

La defensa es el capítulo más escabroso. Taiwán puede recordarle a Trump que Taipéi «paga más» que los aliados de la OTAN de Estados Unidos por su propia defensa habida cuenta  que el presupuesto militar de la isla excede el objetivo de la OTAN del 2 por ciento del PIB para sus estados miembros. Pero tendrá que hacer más, empezando por solicitar compras de armas por miles de millones de dólares a Estados Unidos. Ya están en ello y podrá concretarse en los próximos meses un gran pedido con el inocultable propósito de apaciguar a Trump y de asegurarle que sus preocupaciones han sido escuchadas atentamente.

Internamente, en Taiwán, la dificultad estriba en que el gobierno no dispone de la mayoría necesaria en el Yuan Legislativo. Hoy por hoy, las diferencias con la oposición son abismales y se concretan, entre otros, en recortes presupuestarios significativos que también afectarán de manera singular al ámbito de la defensa. El mismo día de la toma de posesión de Trump, el parlamento taiwanés aprobaba  una moción para congelar la mitad de la financiación propuesta para 2025 para continuar el proceso de construcción de una flota de submarinos de defensa autóctonos. Queda claro que, sin su anuencia, la estrategia soberanista puede hacer aguas.

La habilitación de un consenso en Taiwán -similar al existente en EEUU entre demócratas y republicanos a propósito de China- para secundar la estrategia soberanista es materialmente imposible. Hoy por hoy, la táctica de la oposición pasa por imponer un bloqueo activo a la acción gubernamental. Esto puede dificultar mucho la implementación de cualquier medida de acoplamiento con las exigencias de la Administración Trump.

Por tanto, si bien para Taiwán es vital alinearse con el interés de Trump para no perder el favor de la Administración estadounidense, ese interés de Trump, en el caso de Taiwán, confronta no solo con el interés de Xi sino también con el propósito de la oposición interna interesada en condicionar el mandato de Lai. Este nudo gordiano será bien complejo de gestionar.

Expectativas

Centrarse en las posibilidades de acuerdo y aparcar las diferencias es una praxis común en los planteamientos de la diplomacia china. En el caso que nos ocupa, esto solo será posible en tanto en cuanto la Casa Blanca obre con cautela en el affaire taiwanés. Cualquier “exceso” en esta cuestión, como una desmedida y abultada factura en armamento o progresos destacados en la presencia de militares estadounidenses en la isla, afectará de lleno al resto de asuntos. No solo porque para China se trata de un “interés central” en el plano conceptual sino porque para Xi la reconducción de la cuestión de Taiwán es de vital importancia en su proyecto de rejuvenecimiento nacional de China. Sin Taiwán, no hay ni habrá sueño chino. Y su propia seguridad política estaría en entredicho.

Un salto negativo y cualitativo en este triángulo, no descartable por las conexiones cercanas de buena parte del equipo de Trump con Taiwán, echaría por tierra cualquier posibilidad de entendimiento. Y, nadie se engañe, China estaría dispuesta a pagar el precio.

(Para Gate Center)