Taiwán, más que una nube de verano Xulio Ríos es director del Observatorio de la Política China

In Análisis, Taiwán by Xulio Ríos

Hemos podido apreciar los graves efectos de la reciente visita de la presidenta del Congreso de EEUU, Nancy Pelosi, a la isla de Taiwán. Las aguas seguirán revueltas por bastante tiempo y la difícil partida geoestratégica que se juega en el Estrecho de Taiwán amenaza con convertirse en un conflicto principal en el siglo XXI.

Taiwán, como es sabido, o la República de China (su nombre oficial), es un Estado de facto, pero no de derecho. Es reconocido como tal por un pequeño número de países (14) que ha ido a menos con el paso de los años. Sin embargo, hoy, más que el hecho del reconocimiento formal, lo decisivo es el apoyo que le prestan algunos países, especialmente EEUU o Japón, y otros aliados, también asomando la cabeza en Europa, que encuentran en este diferendo con  Beijing un puntal de nerviosismo que, a contrario sensu, despierta la inquietud en las autoridades del Partido Comunista (PCCh).

Algunos remontan la historia contemporánea de Taiwán a la guerra civil china, que dejó en el alero el futuro de Taiwán. La República de China de Chiang Kai-shek se hizo con el control de la isla en 1945, tras la derrota de Japón en la Segunda Guerra Mundial. Pero su vigencia en el continente terminó en 1949 y allá trasladó sus huestes el derrotado Kuomintang (KMT) manteniendo la ficción de representar su continuidad. Mao no culminó aquí la guerra civil. Y hasta los años ochenta, los taiwaneses no se libraron del sistema dictatorial.

Pero para el PCCh, la cuestión de Taiwán va más allá y es importante tenerlo en cuenta  para aprehender del todo el contexto. Se trata de una cuestión histórico-política que se vincula a la “humillación nacional”, cuando debió ceder la isla a Japón por el Tratado de Shimonoseki (1895) a resultas de otra guerra perdida.

“Taiwán no es negociable”

Taiwán es el asunto más sensible en las relaciones China-EEUU. Puede negociar el PCCh sobre chips, aranceles, sobre casi todo, pero difícilmente lo harán sobre Taiwán. Siete años transcurrieron entre el viaje de Nixon (1972) y el reconocimiento diplomático (1979) y esa demora tiene una explicación: el desacuerdo sobre Taiwán. El principio de una sola China es la viga principal que sustenta tan compleja relación bilateral. Washington reconoció entonces que hay una sola China en el mundo y que Taiwán forma parte de ella, admitiendo la legitimidad de la aspiración a  la reunificación, que debe ser pacífica. La Casa Blanca se reservó la “ambigüedad estratégica” para decidir cómo actuar en caso de querer ultimarla por la fuerza, dejando en el aire el nivel de apoyo a prestar. Por su parte, en 2005, China aprobó una ley antisecesión que contempla el derecho a recurrir a la fuerza para impedir la independencia.

Con una China en el redil occidental, Taiwán no tiene importancia; con una China rival, todo lo contrario: su ubicación estratégica, su importancia económica, relevancia tecnológica, etc. realzan su valor. Es cada día más claro que tiene todo el potencial para convertirse en el catalizador de la gran contienda del siglo XXI. Y en ese sentido, la comparativa con Ucrania es recurrente. Bien pudiera llegar a ser una de las claves decantadoras de la actual guerra fría incipiente.

Una isla que se aleja del continente

En la isla, el panorama político actual es poco favorable al PCCh. Desde 2016, gobiernan los independentistas del Minjindang. Aunque la isla está partida políticamente en dos, lo cierto es que los nacionalistas o “azules”, a día de hoy, tienen pocas probabilidades de recuperar el poder (hay elecciones locales en noviembre). Cuanto más se perpetúe en Taipéi el secesionismo menos probabilidad tiene China de auspiciar una vía pacífica a la reunificación, su principal opción.

Esta realidad evoluciona contra reloj: en poco más de un par de décadas habrán pasado 100 años desde que Beijing ha perdido el control de la isla (superados si nos remontamos al siglo XIX). Eso explica que Xi Jinping haya urgido poner rumbo institucional al reencuentro, algo quizá posible con su viejo rival, el KMT, pero imposible con el secesionismo. Ni se hablan.

El viaje de Pelosi a Taiwán se ha convertido en un símbolo. Para China, es expresión de la “colusión” entre los independentistas y el más rancio belicismo estadounidense. Algunos, como el republicano M. Pompeo, han pedido ya el reconocimiento diplomático de la isla. Para Taiwán, expresa la decisión de EEUU de permanecer a su lado, ofreciendo un espaldarazo muy significativo a su alejamiento del continente. Pero el PCCh, advierte: les utilizan, les abandonaron en 1979  y lo harán de nuevo si les conviene a sus intereses nacionales que, por supuesto, están muy por encima de cualquier valor moral supuestamente superior. Fiarlo todo –o casi- a su apoyo, ventas de armas incluidas, es una política imprudente. Y hasta suicida, si el peor de los escenarios llegara a confirmarse. Si negocias, quizá puedes lograr concesiones; si eres derrotado, te impondrán las condiciones.

Prevención de conflictos

¿Iría EEUU a la guerra con China por Taiwán? Pese a algunas declaraciones recientes del presidente Biden que sugieren una respuesta afirmativa, lo cierto es que la ambigüedad no se ha disipado del todo. Para EEUU, Taiwán puede convertirse en una trampa de credibilidad si promete más de lo que puede o está dispuesto a cumplir. No es solo Taiwán quien le observa sino muchos países de Asia que tienen reservas hacia el crecimiento de la influencia y el poder de China.

Pero el presidente Xi Jinping, en vísperas de un congreso del PCCh que debe revalidar su tercer mandato, no puede mirar hacia otro lado. Lo sucedido a raíz de la visita de Pelosi puede traducirse en un endurecimiento de la posición de China.

Ahora, la renuencia de Taiwán a la reunificación obedece a una disyuntiva, la elección entre la identidad china o la identidad democrática. Y es también el temor al incumplimiento de las garantías. El principio “un país dos sistemas”, ideado precisamente para resolver esta cuestión, abonado con muchas y generosas promesas de Deng Xiaoping, hoy no es que se antoje insuficiente sino que muchos lo consideran vacío tras la adjetivación patriótica esgrimida en Hong Kong.

¿Calmar los conflictos o escalar? ¿Alguien se acuerda de la prevención? Con la que está cayendo en un mundo asolado por mil crisis y tragedias, un poco de “sentidiño” no vendría mal. A todos.