En Taipéi se siguen con expectación los preparativos del XIX Congreso del PCCh que abrirá sus sesiones el próximo día 18 de octubre. Las especulaciones en torno a un posible cambio de política en las relaciones a través del Estrecho sugieren cierta inquietud en la medida en que, en su caso, supondría una mayor intensificación de la presión sobre la isla, actualmente gobernada por el soberanista PDP (Partido Democrático Progresista).
Desde que llegó al poder en mayo de 2016, la presidenta Tsai Ing-wen debió hacer frente a las exigencias de Beijing a propósito del acatamiento del Consenso de 1992 y el principio de Una Sola China. La negativa presidencial derivó en un bloqueo efectivo de los contactos, actualmente suspendidos. La reivindicación de un nuevo modelo de relaciones, abanderada por la presidenta Tsai, cae una y otra vez en saco roto mientras el Partido Comunista de China multiplica las acciones internas y externas para aislar a los soberanistas y facilitar el regreso al poder del nacionalismo liderado por el KMT.
Algunas fuentes señalan que Beijing está planificando la unificación por la fuerza y hay incluso quien pone fecha límite probable: 2020, es decir, antes del centenario de la fundación del PCCh (2021). Los argumentos hacen referencia al considerable aumento de las capacidades militares continentales, el sentido de la reforma militar auspiciada por el presidente Xi Jinping, el aumento de las actividades militares dirigidas a Taiwán, el mensaje enviado por el propio Xi en octubre de 2013 a propósito de que el problema de Taiwán no podía ser “dejado de generación en generación” o comentarios como los expresados por el ex director del Instituto de Estudios de Taiwán de la Academia de Ciencias Sociales de China, Zhou Zhihuai, que reclamaba en julio un “calendario para la unificación”.
No obstante, a priori, esa no parece ser la posición dominante en el PCCh. Lo más probable es que del XIX Congreso salga una mayor perseverancia en las políticas y principios tradicionales, ajustando los términos al actual contexto, dosificando incluso la presión en función de la reacción de la propia sociedad taiwanesa. Hoy, la unificación es impopular en amplios sectores de la isla y la propuesta de Beijing establecida en torno al principio de “un país dos sistemas” sabe a poco.
En cualquier caso, en estos días de tantos balances positivos previos de lo realizado en el último lustro en todos los terrenos, en la política hacia Taiwán no puede ser tan brillante. La táctica del PCCh encalló de forma estrepitosa en 2014 cuando el Movimiento Girasol echó por tierra el acuerdo de comercio de servicios a través del Estrecho, abriendo el camino a la mayor victoria vista nunca del PDP, sumiendo al KMT, el aliado del PCCh, en una crisis que aún no se ha podido sacudir.
Es evidente que China va a confiar cada vez más en su propio poder, en previsible aumento en los próximos años. Quizá eso sea suficiente para el triunfo de sus propuestas añadiéndole una presión cada día mayor. Pero Xi ha sido innovador e incisivo en una gran variedad de materias y subiste la duda si lo será también en relación a Taiwán. Por el momento, no debiéramos pasar por alto que su agenda interna es en extremo intensa.
Recientemente, el rotativo chino Global Times señalaba en su editorial en relación al discurso presidencial del Doble Diez de la presidenta Tsai: “China ya tiene el poder de decidir los parámetros de la política de Taiwán, estipular lo que las autoridades taiwanesas pueden y no pueden hacer y reducir sus aspiraciones más allá de sus fronteras. La ley anti-secesión ya está produciendo un efecto en Taiwán. Desde una perspectiva histórica, el proceso de unificación con Taiwán ya está en camino”….
Indudablemente, Beijing observa con preocupación el aumento del nacionalismo taiwanés. Pese a ello, imaginar una renuncia a la unificación por parte del PCCh es una ilusión. Una línea roja. Su mayor reto hoy consiste en conjurar el ascenso del sentimiento antichino. La unificación por la fuerza, según lo dispuesto en la Ley Antisecesión de 2005, solo procedería si se llega a declarar la independencia. No es esa la actitud sugerida por la presidenta Tsai cuya moderación contrasta con la deriva del ex presidente Chen Shui-bian (2000-2008), también de su formación.
Para resolver el problema de Taiwán, China tiene otro frente: EEUU. No está claro el papel a asumir por el presidente Trump en relación a la seguridad taiwanesa. Subsisten las dudas respecto a su utilización como moneda de cambio en las relaciones bilaterales. Para algunos, una amenaza de China a Taiwán podría convertirse en su problema internacional más peligroso. Trump visitará China en noviembre. Será entonces cuando probablemente tendremos el retrato completo de la situación.