Taiwán y el inmovilismo diplomático español

In Análisis, Taiwán by PSTBS12378sxedeOPCH

Es constatable una activación de la presencia diplomática europea en Taiwán. Ministros de diversos países, delegaciones parlamentarias, personalidades diversas, vienen mostrando un creciente interés por las oportunidades que brinda el cambio de atmosfera en las relaciones a través del Estrecho de Taiwán, especialmente desde 2008 en adelante, tras la recuperación del poder por parte del Kuomintang (KMT) que abrió camino a la progresiva normalización de los vínculos entre la isla y China continental. Dicho proceso se ha afianzado con claridad en el lustro transcurrido, especialmente tras la firma del Acuerdo Marco de Cooperación Económica (2010), y seguirá avanzando en los años venideros.

Esta nueva ola de acercamiento no plantea en modo alguno cambios sustanciales que afecten a la vigencia y reconocimiento del statu quo, que atiende a la observación del sacrosanto principio de “Una sola China”, pero toma buena nota de los cambios registrados en las relaciones entre los dos lados del Estrecho. El énfasis abarca tanto el fomento de las relaciones económicas y comerciales como las institucionales, sociales, académicas y culturales, etc. Dejando a un lado casos puntuales relacionados con triángulos con aristas específicas, caso de Japón (que recientemente firmó un acuerdo pesquero con Taiwán que ha contrariado a Beijing) o de EEUU (sobre todo por la reiteración de ventas de armamento), esa es la tónica general.  

No se trata pues de alentar cambios de posición en las cuestiones de principio, pero sí de interiorizar los cambios de tendencia y ajustar las políticas. Si analizamos como ha impactado ese proceso de normalización en las relaciones bilaterales entre China continental y Taiwán veremos que incluso con aquellos países que mantienen el reconocimiento diplomático de la República de China (Taiwán), como Panamá, por citar alguno, las relaciones económicas con China continental han crecido exponencialmente sin afectar al status de cada parte en atención a una “tregua diplomática” que ha aislado este problema. Recordemos que hasta hace pocos años, el reconocimiento diplomático de China continental implicaba para cualquier país restricciones importantes con respecto a Taiwán, y viceversa. La presencia de Taipéi en la OMS y quizás pronto en otros organismos internacionales, actualmente en discusión, advierte de una flexibilidad mayor en la actitud del continente, aunque siempre cuidando que de ello no se derive ninguna alteración sustancial.

Tras décadas de generosa sintonía entre los dos Generalísimos (Franco y Chiang Kai-shek), la España democrática siempre se ha conducido en este asunto con una prudencia extrema con el propósito de no provocar insatisfacción en la parte continental, con quien estableció relaciones diplomáticas en 1973, rompiéndolas con Taipéi. Esa posición, por lo general más cicatera que la de otros socios europeos, adolece ahora de una clara inadecuación a la nueva estabilidad y puede hacer que, una vez más, lleguemos tarde y perdamos oportunidades, incluso en la perspectiva de utilizar Taiwán, con un marco y una cultura de negocios más afín, para triangular las relaciones con el continente.

España debiera hacer más por elevar su presencia institucional en Taiwán, que figura entre las primeras quince potencias comerciales del mundo contando con la mitad de población de España y una superficie ligeramente superior a la de Galicia. Pero no solo se trata de más medios, que también, sino de acordar una política que permita reforzar las relaciones bilaterales tanto en lo económico como en otras áreas. Actualmente, somos su socio número 38, con un volumen  comercial que en 2012 superó ligeramente los 1.500 millones de dólares, una décima parte del que registra Alemania, en la posición número 9. También el año pasado abrió en la isla su primera sucursal un banco español, circunstancia que podría aprovecharse más, al igual que la dimensión histórica de nuestra relación tras la breve presencia en el siglo XVII. La visita de personalidades eméritas de cierta relevancia podría tener efectos especialmente positivos para reconocer el terreno e identificar las oportunidades.

La normalidad que avanza en las relaciones a través del Estrecho de Taiwán debiera tener un mayor impacto en la actitud de una España nada sospechosa, a ojos de Beijing, de promover cualquier tipo de hostilidad. Por el contrario, podría sumar energías e influencias a favor del acercamiento. En esto reside la clave del nuevo enfoque. Vivir de espaldas a dicho proceso solo revela la rigidez de una diplomacia que a duras penas logra ajustar su paso a una realidad tan cambiante.