Mientras con una mano el presidente Trump atendía la llamada de su homólogo chino Xi Jinping para supuestamente coordinar esfuerzos en la lucha contra la pandemia del Covid-19, con la otra firmaba la Ley TAIPEI 2019 (ley de iniciativa de protección y mejora internacional de los aliados de Taiwán).
El asunto de Taiwán es el más delicado en las relaciones bilaterales sino-estadounidenses. Y Trump, desde el inicio de su mandato, intenta aprovechar esta sensibilidad bien para intentar obtener contrapartidas de China en otros dominios (léase guerra comercial) o bien para elevar el nivel de confrontación siguiendo una estrategia que persigue doblegar al gigante asiático.
La recuperación del poder en Taipéi por parte del soberanista PDP (Partido Democrático Progresista) supuso el fin de la tregua diplomática que el Partido Comunista de China había pactado con el Kuomintang en 2005. Funcionó cuando el nacionalista Ma Ying-jeou estuvo en el poder a partir de 2008. Desde 2016, Taiwán perdió siete aliados (Santo Tomé y Príncipe, Panamá, República Dominicana, Burkina Faso, El Salvador, las Islas Salomón y Kiribati) y los avances logrados en la presencia, a titulo de observador, en organismos internacionales se evaporaron. Beijing se escuda en el rechazo por parte de la presidenta Tsai Ing-wen del principio de “una sola China” para negar el pan y la sal en su proyección internacional. El diálogo está suspendido.
Apoyándose en su creciente poderío, China tiene relativamente fácil conseguir que los 15 aliados que le restan a Taiwán cambien de bando. El tiempo también parece juegar a su favor. Incluso el Vaticano lleva años negociando la normalización, obteniendo algunos éxitos parciales. En las últimas semanas, los rumores han afectado a Paraguay o Haití. El precio de esas y otras presiones de China continental sobre Taiwán es el desafecto de los taiwaneses. Una encuesta reciente señalaba que un 61,5 por ciento ven a China continental como “hostil” y en las recientes elecciones de enero redoblaron su apoyo a la presidenta Tsai y a su formación.
Ya al inicio de su mandato, Trump desairó a Xi al hacer pública la llamada de felicitación de la presidenta Tsai, un hecho inédito desde la normalización diplomática con China en los setenta del pasado siglo. En los últimos años, el acercamiento entre Taipéi y Washington ha ido a más en paralelo al aumento de la tensión con Beijing. Con anterioridad a esta ley, Washington apadrinó en 2018 la Ley de Viajes, que permite elevar el rango del intercambio de visitas de altos funcionarios de ambas partes.
La ley TAIPEI pretende apoyar la participación internacional de Taiwán y advierte de consecuencias para todos aquellos estados que avalen acciones chinas que socaven a Taiwán, en abierto apoyo a Taipéi. Washington se erige en “hermano mayor” de Taiwán al tiempo que humilla la capacidad soberana de terceros estados que ven coartada su libertad para decidir.
A medida que los compromisos económicos, diplomáticos y de seguridad de EEUU con Taiwán se intensifican, también se enerva el enfado chino. La reunificación es una línea roja y las contramedidas chinas, que las habrá, elevarán la apuesta. En China, el tiempo de achantar, pasó.
El escenario de un enfrentamiento armado no es ni mucho menos descartable. La Ley Antisecesión de 2005 contempla ese escenario en el supuesto de que Taiwán avance hacia la independencia de iure. Xi ha insistido en el mensaje de que este asunto no puede ser dejado a un lado de generación en generación. ¿Se está gestando otra catástrofe?