Los primeros cien días de Tsai Ing-wen al frente de la presidencia taiwanesa se han saldado con un primer descenso por debajo del 50 por ciento en popularidad. Su formación, el Minjindang o PDP, se apresuró a moderar la significación de dicho dato argumentando que aun así está por encima de los niveles comparados de aceptación de su predecesor, Ma Ying-jeou, del rival Kuomintang, en similar periodo.
En este simbólico lapso de tiempo, si algo ha quedado claro es que la también presidenta del PDP es más de girasoles que de margaritas. En efecto, frente a quienes vaticinaban un cierto flirteo con la posibilidad de un reconocimiento adaptado del llamado Consenso de 1992, pieza clave de la arquitectura de las relaciones a través del Estrecho de Taiwan, revalidó su compromiso electoral con la defensa del statu quo. Las presiones continentales, llegadas al punto de la suspensión de la comunicación oficial, no lograron, al menos por el momento, hacer mella en su predilección por aquel “movimiento de los girasoles” que en la primavera de 2014, ocupando el Parlamento, puso en jaque al KMT abriendo el camino a la más aplastante victoria de la oposición.
Las acciones y gestos de Tsai abarcaron la reconciliación interna con los pueblos aborígenes, la clarificación y saneamiento de los haberes ilegales de los partidos políticos, la apuesta por un nuevo modelo de desarrollo económico y un nuevo consenso socio-laboral que incluye la reforma de las pensiones o también la formulación de la Nueva Política hacia el Sur, en un esfuerzo por ampliar las proyecciones de su propio mercado interno sin agravar la dependencia de China continental.
A la posición clara pero intransigente de Beijing, Tsai intentó responder con una ambigüedad de nuevo signo. Al aserto de “una China, dos interpretaciones” de su antecesor en el cargo respondió con la firmeza de la defensa del marco vigente –incluyendo la Constitución y los acuerdos avanzados por el KMT con el continente- pero sin renunciar a la identidad soberanista de su formación. En paralelo al rechazo de la reunificación tal cual se había planteado por el tándem KMT-PCCh, Tsai planteó el respeto a los principios democráticos y un giro estratégico con vectores en Tokio y Washington para hacer contrapeso a Beijing.
Su discurso no es de confrontación abierta pero si evasivo. Y cuanto más contundente se sugiere la exigencia de Beijing, más mira para otro lado y se aleja de ella. Desde el 25 de junio, los contactos entre la ARATS y la SEF, las entidades encargadas de gestionar las relaciones a ambos lados, se han suspendido y la ruptura de la tregua diplomática puede decirse que es una realidad que muy pronto podría traducirse en un levantamiento de la veda a la caza de aliados. Nos hallamos, pues, en ciernes de una fase nueva de las relaciones a través del Estrecho.
El substrato último de esta realidad es el hecho de que una parte considerable de taiwaneses se identifican cada vez más como tales. En pocos años, el sentimiento de doble identidad se ha esfumado y los puntos de apoyo de China continental en Taiwan flojean salvo, probablemente, en la comunidad empresarial. La colaboración KMT-PCCh y la secuencia de acuerdos a través del Estrecho de los últimos años no han permitido poner freno al aumento del sentimiento independentista. La actual lideresa del KMT, Hung Hsiu-chu, no tiene reparo en defender la condición de Taiwan como una provincia china más, pero esto conforta poco en términos prácticos aunque ayude a trasladar cierto convencimiento a la sociedad del continente.
China continental es el primer socio comercial de Taiwan. En 1991, el intercambio ascendía a 8.000 millones de dólares y hoy ronda los 200.000 millones. Más de 70.000 empresas de Taiwan han invertido en el continente. Casi 900 vuelos semanales directos unen las dos orillas. Los tentáculos son relevantes y el poder de arrastre inconmensurable. Pero la clave de la evolución reside en un diálogo político y social que se resiste.
Esta legislatura, con 69 diputados del PDP y sus aliados frente a 44 conservadores, anticipa un penoso calvario para los aliados del PCCh en la isla. El KMT tendrá que afrontar su papel en la dictadura y responder de sus cuentas. Este relato no le dejará indemne y, a salvo de cataclismos, podría confinarle en la oposición más tiempo del inicialmente previsto.
La coyuntura en la región puede facilitar la adhesión de Japón y de otros países asiáticos enfrentados a China a la política de Tsai Ing-wen. Todos ellos podrían secundar la Nueva Política hacia el Sur. Por su parte, EEUU ha revalidado la alianza económica y de seguridad con Taipei, considerándola una pieza importante del Pivot to Asia.
Estos cien días han dejado claro que Tsai no está por la labor de deshojar margarita alguna. No cederá a las presiones de China continental. Lo cual nos remite a un escenario de tensión que podría resolverse con un improbable acomodo de los respectivos intereses en una fórmula novedosa y transitoria. O agravarse si una escalada de desencuentros abre paso a un horizonte catastrófico. Para Beijing, el statu quo que Tsai quiere perennizar no puede ser indefinido.