La solución del problema de Taiwán es uno de los asuntos más espinosos de la agenda china. Beijing no renuncia a recuperar el dominio sobre la isla rebelde cuyo control perdió primero en 1895 ante Japón y después en 1949 ante el Kuomintang de Chiang Kai-shek. Hoy Taiwán es un Estado de hecho pero no de derecho, apenas reconocido internacionalmente por 22 países, pero presenta una economía sólida y la isla cuenta con un gran valor estratégico al ubicarse en una de las rutas marítimas más importantes del planeta. De querer avanzar hacia la separación definitiva, China mostró su disposición a recurrir a la violencia para impedirlo. En Taipei, el KMT, hoy en el gobierno, sigue apostando formalmente por el statu quo: ni independencia, ni unificación, ni uso de la violencia. Su oposición interna, el PDP, se debate entre continuar o no con su reclamo independentista.
Cuando en 2005, el KMT y el Partido Comunista apostaron por compartir el principio de que solo existe una China en el mundo, rechazaron cualquier posibilidad de aceptar un alejamiento de Taiwan de la órbita del continente aunque la concreción de la fórmula sumatoria sigue en el aire. A partir de 2008, cuando el KMT ganó las elecciones presidenciales y legislativas en la isla, todo el aparato institucional de ambas partes se puso al servicio de dicha idea. En 2010, un acuerdo de cooperación económica selló la alianza entre las elites empresariales de ambas partes. Desde entonces, los intercambios no han cesado de crecer. Más del 40% del comercio exterior de Taiwán se realiza con el continente y su volumen equivale ya al 60% del que China mantiene con Japón. El turismo y las inversiones fluyen sin cesar a través del Estrecho. La atracción económica es la punta de lanza de una estrategia de unificación oblicua que lleva a ambas partes a reforzar su dependencia reciproca, algo que Taipei trata de aminorar para no perder capacidad de negociación.
Pero últimamente Beijing no quiere limitarse a lo económico y urge cierta prisa a Taipei. En la cumbre de APEC del pasado año, el líder chino Xi Jinping hizo saber a Taiwan que se necesitaba un impulso político para consolidar y blindar lo avanzado en otros órdenes. Pocos meses después hemos asistido al primer encuentro oficial desde 1949 entre representantes gubernamentales de ambas partes, dando inicio a ese diálogo que podría complementarse en un plazo razonablemente breve con una reunión entre el propio Xi Jinping y el presidente taiwanés Ma Ying-jeou.
Ese diálogo se inicia en medio de desconfianzas de la oposición e incluso de segmentos del propio KMT. No obstante, con independencia de su resultado final, difícilmente podrá soslayarse. En el Año del Caballo recién iniciado, China ambiciona ir al trote y no al paso en este y otros temas. Xi Jinping lo indicó claramente en una reciente audiencia en Beijing con el presidente honorario del KMT, Lien Chan, claro partidario de la unificación.
Las sombras que planean sobre tan deseado horizonte chino son varias. De una parte, a nivel externo, está por ver como pueden influir en dicha evolución la pujanza de las tensiones en la región, con un Japón que no duda en utilizar el problema para tensar sus relaciones con China, o EEUU, que pone a prueba el carácter pacifico de la emergencia del gigante asiático con su estrategia de Pivot to Asia. Washington sigue operando como el principal valedor de Taiwan en materia de seguridad.
En el ámbito interno, la oposición, que podría llegar al poder en 2016, se debate entre mantener, edulcorar o renunciar a la independencia. Muchos taiwaneses prefieren al PDP pero desconfían de su capacidad para manejar las relaciones con el continente a la vista del turbulento mandato de su ex líder Chen Shui-bian (2000-2006), hoy en prisión. Para bien o para mal, la independencia es su señal de identidad y la renuncia puede originar no pocos cismas. Los contactos entre entidades afines y líderes del PDP y sus contrapartes en el continente se suceden a buen ritmo. Su presidente propone ahora la fórmula “China más uno” para encauzar las relaciones entre ambas partes. Pero Beijing insiste en la adhesión a la premisa de “Una sola China” como base del entendimiento.
No obstante, la dificultad mayor radica en seducir a la propia población taiwanesa que en su inmensa mayoría sigue aún desconfiando de las bondades preconizadas desde el continente y apostando por alargar la vigencia del statu quo. Xi Jinping lo reconoció implícitamente al reiterar que China no tiene intención de modificar el sistema social o el estilo de vida elegido por los taiwaneses, comprendiendo “como se sienten”. Prometiendo un borrón y cuenta nueva frente a quienes en el pasado preconizaron la independencia, Xi abriga un espacio para Taiwan en su “sueño chino”.
Veteranos políticos taiwaneses reclaman gestos decididos para avanzar en la solución del litigio. No será fácil ni inmediata pero todo apunta a que se ha pavimentado un nuevo tramo de un camino de difícil vuelta atrás tras dar inicio a un nivel superior en la negociación bilateral.