Lidiar con Corea del Norte

In Análisis, Política exterior by PSTBS12378sxedeOPCH

El mundo ha condenado unánimemente la nueva explosión nuclear norcoreana. ¿Servirá de algo? Es probable que se repita el escenario de las anteriores pruebas (2006, 2009 y 2013), con el Consejo de Seguridad de la ONU imponiendo nuevas sanciones de diverso cariz. Lo cierto es que si algo demuestra esta última prueba es la inutilidad de las sanciones, por si solas, para resolver el problema. Es más que probable que EEUU, Japón o Corea del Sur, entre otros, reclamen aumentar la presión sobre Pyongyang que, con seguridad, encontrará en China importantes resistencias, si no formales, al menos prácticas. Si Beijing se sumó a las sanciones adoptadas en 2013, voces críticas sugieren que su laxitud en la aplicación –especialmente los controles fronterizos- ha hecho posible este nuevo desafío norcoreano.

Sea o no del todo cierto, China se mueve en el terreno de la ambigüedad. Su disconformidad con la actitud norcoreana es evidente y el propio Xi Jinping, ya en 2013, en el Foro Boao para Asia, aludió veladamente a la irresponsabilidad de quienes se arriesgan a provocar el caos regional actuando de forma unilateral. El presidente chino se ha reunido hasta seis veces con la mandataria surcoreana pero ni una sola vez con Kim Jong-un. Dicho esto, una presión radical por parte de China –que afecte, por ejemplo, a los suministros de energía o de alimentos- podría provocar un serio riesgo de desestabilización del régimen o incluso su colapso, sugiriendo no menos temidos impactos geopolíticos – con EEUU liderando la unificación de la península a sus puertas- y humanitarios. A China le cuesta igualmente desembarazarse a la ligera de su compromiso histórico con Corea del Norte, donde tres millones de voluntarios participaron en la guerra de los años cincuenta, de los cuales 180.000 fallecieron luchando. Eso explica que la actitud china, distanciándose cada vez más del proceder de Pyongyang, incorpore grandes dosis de prudencia y apele a una solución integral que asegure la desnuclearización de la península.

Por si solo, el despliegue de bombarderos o la mejora de las dotaciones militares estadounidenses en Seúl poco pueden ayudar a salir del actual circulo vicioso. Por el contrario, fortalecerá en Pyongyang la idea de que solo la preservación de su capacidad nuclear es garantía de supervivencia.

Dejar correr el tiempo y esperar a que el régimen de Kim Jong-un se desmorone tampoco parece buena idea. La situación interna parece inamovible y los signos de endurecimiento han abundado en los últimos tiempos con purgas intimidatorias de una contundencia propia de otro tiempo. En este sentido, cabe tomar nota de que la vulnerabilidad económica de Corea del Norte se ha mitigado, en parte, como consecuencia del descubrimiento de importantes reservas de tierras raras, las segundas más importantes del mundo tras las chinas. El aislamiento del régimen, por otra parte, se ha moderado tras el acercamiento propiciado por Moscú desde 2014 con perspectivas de reanudación de los vínculos de la guerra fría con negocios que abarcan la energía, la minería o los transportes. Esta posibilidad ofrece a las autoridades norcoreanas otras alternativas a las chinas, hasta ahora las únicas decididas a arriesgarse con inversiones significativas en algunos sectores. Y algunas empresas chinas con inversiones en la zona lo han notado de forma expedita (caso del grupo minero Xiyang). En consecuencia, las perspectivas de un empeoramiento sustancial de la situación socioeconómica, a día de hoy, habría que ponerlas en entredicho.

Tras la conclusión del acuerdo nuclear con Irán en agosto del año pasado, Pyongyang, socio de Teherán en el “eje del mal” del presidente Bush, recuerda a EEUU que ese podría ser el camino y que en la península coreana podría iniciarse un diálogo con similar resultado final. Con Barack Obama en el último tramo de su mandato no parece fácil, pero en su balance el problema norcoreano figurará como uno de los fracasos más sonados de su política de preservación de la no proliferación nuclear.

China también recuerda sus deberes a EEUU en este aspecto e invita a reanudar el diálogo hexagonal (las dos Coreas, EEUU, Japón y Rusia) para lograr un desmantelamiento constatable del arsenal nuclear norcoreano. El aumento de las tensiones territoriales en los mares de China meridional y oriental es ya suficiente quebradero de cabeza para Beijing como para que Pyongyang eche más leña al fuego de la inestabilidad en su vecindario contiguo. El temor a que el Pentágono redoble su presencia militar en la zona en el marco de la estrategia Pivot to Asia genera angustia e incomodidad en Beijing con la mirada puesta en ambiciosos proyectos económicos para la región que podrían verse condicionados.

El ejemplo iraní nos indica que no son las sanciones –ni mucho menos las aventuras intervencionistas- sino el diálogo el camino que puede conducir a una solución estable y duradera. Tiene sus riesgos y lo será todo menos fácil, pero esa política común, más allá de las condenas, representa la  única esperanza de acabar con un régimen militarizado que no duda en usar incluso el poder nuclear para legitimarse internamente.