La especulación sobre la capacidad y el interés de China en aprovechar la actual crisis para adquirir empresas occidentales en dificultades, evidenciando no tanto una generosidad neutra sino un interés estratégico por ganar nuevas posiciones de influencia en el escenario económico y político internacional, sigue dando que hablar. Cuando China sale de compras por algunos países (en la reciente cumbre de Praga, Wen Jiabao anunció una nueva gira por Europa): ¿ayuda o intenta aprovecharse?
De entrada, conviene tener presente que las pérdidas registradas por China en sus inversiones internacionales recientes no han sido menores. Algunas fuentes señalan cifras superiores a los 5 mil millones de dólares solo de su fondo soberano, el China Investment Corporation (CIC), creado hace dos años, y punta de lanza de su estrategia compradora global. En ámbitos como el transporte marítimo, dominado por empresas estatales como COSCO, las pérdidas suman más de mil millones, un saldo que reduce su capacidad de maniobra, circunstancia que también afecta a otros sectores, menos boyantes que en años pasados (el textil, por ejemplo). Teniendo en cuenta su ingente volumen de reservas (cerca de dos billones de dólares), pueden parecer pequeñas minucias, pero no es el caso y podrían haber sido mucho mayores si las economías desarrolladas hubieran sido menos exigentes a la hora de analizar los proyectos de inversión con origen en China, lo que, a la postre, ha evitado a Beijing más que probables pérdidas a resultas de la dimensión actual de la crisis. No obstante, dos cosas ha aprendido: que no puede adoptar decisiones a la ligera y que precisa una estrategia específica.
A mayores, en lo político, se aconseja una dosis añadida de prudencia para no hacer el juego a quienes de forma alarmista lanzan arrebatos contra la “amenaza” china. No olvidemos, por otra parte, que, a consecuencia de la crisis, las relaciones entre China y las economías más desarrolladas se han enrarecido en virtud de la adopción de algunas medidas proteccionistas que dañan los intereses chinos, no solo en cuanto supone de restricción al dogma del libre comercio, sino en lo que afecta al blindaje frente a una hipotética voracidad oriental. Por otra parte, la ayuda que China pueda prestar en estos momentos a algunas economías puede exigir contrapartidas de los respectivos gobiernos. Durante la reciente cumbre de Praga, los llamamientos al reconocimiento del status de economía de mercado, el levantamiento del embargo de la venta de armas o el compromiso de la no ingerencia en los asuntos internos para fortalecer el marco estratégico de la cooperación bilateral han estado presentes desde el primer momento.
A priori, las misiones comerciales chinas son planteadas como una operación económica, pero también de imagen, a fin de destacar su contribución a la dinamización del consumo y el empleo en las economías desarrolladas, obtener alguna contrapartida política, si es el caso, e igualmente para exhibir su responsabilidad en el delicado momento presente.
La estrategia china tiene en cuenta las dificultades y oportunidades que actualmente plantea el mercado global tanto a las empresas como a su fondo soberano, y dirige su atención, sobre todo, a aquellos sectores estratégicos necesitados de dinero fresco y que coinciden con sus necesidades más apremiantes (energía y recursos minerales). Así, China se ha interesado, por ejemplo, por los gigantes mineros Rio Tinto y OZ Minerals y promovido acuerdos petroleros con Brasil y Rusia en el mismo orden, utilizando para ello sus dos grandes sociedades, Sinopec y Petrochina.
Las ambiciones globales de Beijing son conocidas y generan cierta inquietud, pero China procurará manejar su proyección con exquisito cuidado, tratando de evitar riesgos propiamente económicos, pero también políticos, exhibiendo responsabilidad frente a las debilidades de las economías occidentales pero también preocupándose de adquirir una mejor comprensión y aprendizaje de las claves de las finanzas mundiales para no repetir errores y mejorar su propio modelo, reafirmando su soberanía a todos los niveles y multiplicando su atractivo frente a las economías en desarrollo, tanto en el orden productivo como financiero (también internacionalizando cada vez más su propia moneda).
En suma, no cabe esperar una especial agresividad en la actitud de China (Lou Jiwe, el director del CIC lo reiteró en más de una ocasión) que dice conducir su gestión al abrigo de los “Principios de Santiago”, el código de conducta que resume la ética de los fondos soberanos, aunque tampoco resultaría extraño alguna que otra quiebra. Por el contrario, dirigirá buena parte de sus atenciones a la transformación del modelo interno, a sabiendas que la reducción de las inversiones exteriores y de las exportaciones le exige definir y construir otras bases para el crecimiento, no solo desde la economía o las finanzas, sino también con un notable ingrediente social que requiere ingentes inversiones.
No se debe pasar por alto que para China puede ser de mayor importancia concentrar sus energías en la definición de su papel en el futuro orden financiero internacional que participar en una alocada carrera por debilitar las posiciones de las economías desarrolladas en los mercados globales. De la crisis saldrán otras reglas con la sobresaliente característica de que no podrán ser impuestas sin más por Occidente, ninguneando a las economías emergentes. Para Beijing, esa contribución cualitativa puede tener mayor alcance y significación.