En China, el presidente Xi Jinping monopoliza las noticias un día tras otro. Su liderazgo y audacia es alabado por doquier en los medios oficiales, adjudicándosele el papel mayor y determinante en la gran misión del rejuvenecimiento de la nación. Su serie de importantes discursos, inspiradores y sugestivos, trazan una visión de gobierno impresionante y excepcional. Su libro sobre la gobernanza es también de los más traducidos y vendidos en todo el mundo y las ideas y políticas de Xi son bendecidas por una legión de comentaristas como expresión de una inteligencia sobrenatural.
Y no acaba aquí. La participación de Xi en los foros internacionales es destacada por su liderazgo inequívoco, encarnando un papel principal en la globalización, fuente de estabilidad y certeza. Sus alocuciones en estos foros son siempre “claves” y sus muchos viajes al exterior abren, inevitablemente, una nueva etapa en todo cuanto se precie.
Camino de convertirse en un semi-dios, Xi Jinping emerge dotado de un coraje fuera de serie y con la fuerza de carácter necesaria para llevar a cabo la refundación ética del sistema político chino. El impacto de su magisterio y esa capacidad para imponer una estricta disciplina le sitúan por encima de todos sus predecesores.
Pero, ¿será para tanto? El culto a la personalidad no es nuevo en el gigante asiático aunque no deja de sorprender su exagerado repunte en la China de hoy. A menudo, esta reiteración de alabanzas produce sonrojo por su carácter absurdo, propio de otra época. Algunos achacan este fenómeno a su entorno o a su propio modo de ser pero también cabe tener en cuenta las claves políticas y culturales.
La estrategia persigue construir una base de apoyo más amplia y profunda entre la población en general ayudando a disuadir las voces disidentes y las quejas por las tensiones que suscita esa intensa campaña contra la corrupción que le ha proveído a la par de una reputación formidable, al igual que su voluntad de proyectar el nuevo poder de China en el mundo. Por otra parte, es común la convicción de que China se halla en una etapa crucial de su desarrollo y necesitada de un líder fuerte. Xi encaja a la perfección en ese esquema.
Pero el desempeño de un papel a cada paso más dominante como autoridad indiscutida en el partido supone un serio varapalo al modelo de liderazgo colectivo que ha preservado la unidad del partido en el periodo posmaoísta.
La omnipresencia de Xi refleja un retorno al principio de la personalidad en detrimento de la institucionalidad. El sistema de liderazgo colectivo con controles y equilibrios dispuestos para evitar que cualquier miembro individual asuma todo el poder parece en caída libre. El personalismo galopante lo tiene más fácil al haber desaparecido las figuras revolucionarias de antaño que podrían afearle el propósito y actuar de contrapeso.
Así, el presidente acapara todas las propuestas de futuro, incluso en áreas tradicionalmente reservadas a otros líderes del Estado; asume la jefatura de los grupos dirigentes principales, desde la reforma económica a la seguridad nacional o el ciberespacio. Xi es también el “comandante en jefe” del Ejército, título utilizado por última vez por el mítico general Zhu De. En 2015 se ganó la condición de núcleo de la dirección, un salto cualitativo en su escalada. Lo es todo.
El siguiente paso es entronizar en los estatutos del PCCh y en la Constitución china el que llaman ya «Pensamiento Xi Jinping». Liu Mingfu, un coronel jubilado, dice que el pensamiento de Xi representa una nueva fase del liderazgo: el primero fue la guerra y la revolución bajo Mao, seguido por la paz y el desarrollo en la era Deng; la de Xi puede definirse como de reforma e innovación. El “xiísmo” está a la vuelta de la esquina.
Paradójicamente, el PCCh ha prohibido la jactancia sobre los líderes y toda publicidad acerca de ellos debe estar basada en hechos. A medida que la capacidad para ventilar opiniones libremente se va reduciendo a favor de la uniformidad de pensamiento entre los cuadros, las palabras de Xi quedan al margen de la crítica que, per se, no puede tener fundamento pues equivaldría a un ejercicio de deslealtad con el liderazgo superior.
Mil aduladores no valen lo que un asesor honesto, dice un viejo dicho chino.