Luego de haber centrado obsesivamente su atención en el Medio Oriente, a expensas de no prestarle demasiada al emerger de China, Estados Unidos se encuentra con que dicho país le está latiendo en la cueva. Ello ha determinado un cambio de prioridades en la política exterior de Washington en el que la contención a China se ha transformado en su preocupación fundamental.
Lo anterior conlleva tres riesgos evidentes. El primero es que amenaza con hacer realidad lo que los historiadores denominan como la Trampa de Tucídides. La misma deriva de la premisa establecida por aquel a raíz de la guerra entre Atenas y Esparta en el siglo V antes de Cristo y verificada una y otra vez a lo largo de la historia. Según la misma cuando el poder de una potencia emergente rivaliza con el de una potencia dominante la guerra se hace inevitable.
El segundo, e íntimamente ligado al anterior, es que Estados Unidos lleve sus malas costumbres al Este de Asia. En su edición del 23 de noviembre de este año The Economist hacía referencia a la predilección de Washington por las opciones militares, señalando que durante más de la mitad del tiempo transcurrido desde el fin de la guerra fría sus tropas se han encontrado en guerra. Al efecto citaba las explicaciones dadas por el ex Jefe del Estado Mayor Conjunto de ese país el Almirante Mike Mullen y por el ex Asesor de Seguridad Nacional de la Casa Blanca, el General Brent Scowcroft. Para el primero la guerra es “casi siempre la primera opción”, porque “es fácil”, mientras que para el segundo la “guerra es el atajo hacia el éxito”.
El tercero es que la predilección por las opciones bélicas resulta como una antorcha en un pajar en medio de un escenario tan complejo como el de Asia del Este. Dicha región evidencia dos grandes áreas de conflicto. Una al Norte y otra al Sur. En una se encuentran los tensos diferendos que sostiene Japón con China y Corea del Sur por las islas Senkaku/Diaoyu y Takeshima/Dokdo, respectivamente. En otro están las controversias del Mar de Sur de China que enfrentan a ese país con Vietnam, Filipinas, Malasia y Brunei. Sólo la diplomacia, la paciencia y la sangre fría pueden evitar que las tensiones existentes deriven en enfrentamientos bélicos.
Afortunadamente Washington cuenta con peso en las alas y hay tres factores que pueden imponerle un comportamiento comedido en esa parte del mundo. El primero es que su deuda pública de 17 millones de millones de dólares ha determinado la imposición de cortes legales, automáticos y anuales a su presupuesto militar. De acuerdo a estimaciones preliminares de su Secretario de Defensa Chuck Hegel, en 2014 el país deberá probablemente reducir sus tropas de 490 mil a 110 mil efectivos militares y desprenderse de dos de su diez portaviones, así como de una porción significativa de su Fuerza Aérea (ver “Special Report: America’s Foreign Policy, The Economist, November 23rd, 2013). El segundo es el aislacionismo que parece haberse apoderado de la opinión pública estadounidense luego de los inmensos costos humanos y materiales generados por las guerras de Irak y Afganistán. El tercero es la dificultad de hacer que sus aliados en esa región del mundo hagan causa común contra China y se coaliguen entre sí. En tal sentido Corea del Sur, aliado clave de Washington, tiene lazos cercanos con Pekín y un fuerte enfrentamiento con Tokio.
Ojalá que la mudanza de Estados Unidos al Este de Asia no alborote al vecindario.