Mientras el mundo asiste con zozobra a la persistencia crónica de la crisis financiera, China hace gala de sus renovadas capacidades en este orden. La reciente cumbre de APEC en Beijing se inició con un donativo de 10 millones de dólares por parte de los anfitriones para favorecer su desarrollo institucional, recordando a todos que, a diferencia de otros, dispone de capacidades financieras suficientes para sostener sus proyectos, realzar su liderazgo y afirmar su condición de jugador global. En dicho marco, el presidente Xi Jinping también anunció una contribución de 40.000 millones de dólares para un Fondo de la Ruta de la Seda que, en paralelo a la puesta en marcha del Banco Asiático de Inversión en Infraestructuras, debe financiar la conectividad de los mercados a lo largo y ancho de Asia. En la cumbre de Asia Oriental celebrada en Myanmar a los pocos días, el primer ministro Li Keqiang ofrecía otros 20.000 millones de dólares a los países del sudeste asiático, además de casi 500 millones más para luchar contra la pobreza en la zona. Se estima que en la próxima década, la inversión de China en el exterior alcanzará un total de 1,25 billones de dólares, convirtiéndose en un notorio impulsor del crecimiento económico mundial.
Para China se trata de diversificar su inversión en reservas extranjeras pero también de generar condiciones para digerir su exceso de capacidad productora y optimizar su estructura económica. El mensaje añadido es obvio: no hay motivo para la intranquilidad pues su ascenso a la supremacía económica global es beneficioso.
El escenario incluye otras piezas destacadas. El pasado 17 de noviembre, por ejemplo, se iniciaron las transacciones de las conectadas bolsas de Shanghai y Hong Kong, lo cual supone un paso importante en la apertura del mercado de capital de China pero también le otorga el potencial para convertirse en la tercera bolsa mundial, por delante de Londres y Tokio.
El uso de la moneda china en las transacciones internacionales avanza a marchas forzadas. Ya dispone de acuerdos con Alemania, Reino Unido, Francia. Luxemburgo o Corea del Sur para abrir centros de negocios de yuanes. También ha suscrito numerosos acuerdos financieros bilaterales para utilizar la moneda china en las operaciones comerciales. En la actualidad, un total de 28 países participan de estos convenios. El yuan ocupa la octava posición global por valor de transacciones, representando en torno al 15% del total mundial.
La fiebre financiera china se produce en un contexto marcado por la insatisfacción ante las resistencias de las grandes economías occidentales para dar voz a las economías emergentes en la gobernanza global. Los BRICS han reiterado su decepción por el incumplimiento de la reforma del FMI aprobada en 2010. Los derechos de voto y las cuotas en el FMI y el Banco Mundial no reflejan la realidad actual. Decidida a aprovechar la actual oportunidad estratégica, China no esperará a una reconsideración de sus rivales estratégicos, yugulando aquellas acciones diplomáticas que han procurado sabotear la adhesión de terceros a sus iniciativas. La negativa de Occidente es una invitación a China a superar el orden existente.
Asia-Pacifico se revela como el teatro predilecto de la rivalidad de poder y de influencia entre China y EEUU en una competencia que también se extiende a Tokio por el liderazgo regional. A pesar de sus dificultades económicas derivadas de la transición hacia un nuevo modelo de desarrollo, China se encuentra en las mejores condiciones para financiar la emergencia de un mundo multipolar que progresivamente podría eclipsar los instrumentos diseñados por Occidente tras la posguerra.
El nuevo papel del yuan en las finanzas mundiales y la voluntad del gobierno chino de abrir su sistema financiero acechan al dólar y cuestionan la supremacía de Occidente en el gobierno financiero global.
Habida cuenta que China dispone a día de hoy de mayores posibilidades que los bancos internacionales existentes para lanzar ambiciosas iniciativas, más allá de las cantidades manejadas, importa que interiorice la asunción de códigos como la transparencia, el respeto al medio ambiente o la responsabilidad social en sus acciones. De lo contrario, la inquietud seguirá pesando más que la hipotética bonhomía de sus intenciones.