América latina tiene ya para Beijing importancia estratégica como proveedora de alimentos y materias primas, como demandante de manufacturas, bienes de capital y financiamiento, y como destino de inversión.
La persistencia de la crisis económica internacional, la intensidad con que aún sigue afectando a las economías latinoamericanas a través de la caída de los precios de sus bienes exportables, y el notorio viraje político que experimenta la región a partir de las dificultades económicas y los traspiés políticos y electorales de los proyectos reformistas o neodesarrollistas de la última década, reactivaron los interrogantes acerca de la naturaleza y resultados de las alianzas que sectores de las clases dirigentes de América latina vienen estableciendo con la ascendente China, y respecto a cómo inciden las “asociaciones estratégicas” de la región con Beijing sobre la viabilidad y alcances del proceso de integración latinoamericano.
El creciente desplazamiento, en los mercados internos de nuestros países, de producciones y exportaciones industriales locales e intrarregionales por productos chinos, se traduce no sólo en pérdida de divisas y puestos de trabajo sino en retroceso productivo, al debilitar industrias significativas desde el punto de vista del desarrollo tecnológico nacional, del empleo especializado y de las perspectivas de integración productiva regional.