La economía china vive momentos convulsos. El nuevo liderazgo que asumió el poder en el XVIII Congreso del Partido Comunista (PCCh) a finales de 2012 impulsa ambiciosas reformas con el doble objetivo de transitar hacia un modelo de desarrollo más sostenible y abierto que refuerce –y no debilite- su hegemonía política (Ríos, 2012). A lo largo del año 2015 se han registrado tanto altibajos como la intensificación de transformaciones estructurales cuyo resultado es, por el momento, incierto a la vista de las resistencias que encuentra en el aparato burocrático y las propias incertidumbres que aún condicionan el rumbo de la economía internacional.