El 26 de marzo, Hong Kong elegirá un nuevo gobernador. No se hará mediante una elección abierta sino a través del voto secreto de una comisión electoral de 1.200 miembros, en su mayoría bajo la influencia de Beijing. A priori, esto debe garantizar que el elegido no se desmarque de los objetivos del gobierno central en la región. En dicho comité, la oposición demócrata cuenta con unos 325 asientos más o menos afines. El jefe ejecutivo saliente, Leung Chun-ying, renunció a postularse para un segundo mandato tras una legislatura marcada por la irrupción del contestatario Movimiento de los Paraguas.
En 2015, el Consejo Legislativo rechazó la reforma electoral propuesta por Beijing que permitiría abrir paso a la elección mediante sufragio universal pero con un numerus clausus de candidatos, máximo de tres, que deberían contar con el visto bueno previo del gobierno central.
Tres son ahora también los postulantes en liza: Carie Lam, la favorita de Beijing; Woo Kwok-hing, un magistrado con fama de rigor y apego al Estado de derecho, y John Tsang, la figura más popular de los tres y el menos simpático a Beijing por sus insinuaciones de carácter localista. Lam presentó 580 avales frente a los 180 y 165, respectivamente, de los otros dos candidatos. Los dos últimos están apoyados por los demócratas y Tsang sería el mejor visto por los independentistas. John Tsang fue secretario particular de Chris Patten, el último gobernador británico del enclave, y en su programa aspira a relanzar las reformas.
Quizá el apoyo de Beijing a cualquier candidato podría ser contraproducente de llevarse a cabo una elección popular pero con el Comité Electoral las cosas funcionan de otro modo. Aun así, China no ha expresado sus preferencias de modo rotundo aunque no falta quien ha asegurado (el ex gobernador Tung Chee-hwa) que de ganar John Tsang, Beijing no otorgaría su beneplácito. Es improbable.
Todos los candidatos promueven alternativas para garantizar la estabilidad política y socioeconómica de Hong Kong. Los tres comparten una singular querencia por la autonomía del territorio, afectada en los últimos años por los desencuentros con la capital continental. La hostilidad igualmente compartida con respecto a las injerencias políticas está matizada por la observación del marco general de “un país dos sistemas” que define el devenir de esta región administrativa especial que el 1 de julio celebrará sus primeras dos décadas de autonomía desde la retrocesión. China aspirar a llegar a esa fecha con la casa en orden.
Carrie Lam tiene una gran experiencia administrativa y de gobierno. Abierta a las cuestiones sociales, especialmente en materia de vivienda, es un valor seguro para Beijing. Según declaró, su mayor ambición es poner coto a los sentimientos de desafección de los hongkoneses, especialmente de los más jóvenes, respecto a China, lo cual la llevará a incidir en aspectos como el control del flujo turístico del continente o la búsqueda de salidas al fracaso de la reforma de 2015, además de las cuestiones de seguridad a la vista de las intromisiones crecientes de Beijing por causa, sobre todo, de las luchas palaciegas que tienen lugar a miles de kilómetros, en la capital, pero que tienen aquí una considerable proyección desestabilizadora. Son todos ellos temas correosos, más aún en un año tan importante como el actual pues en otoño el PCCh celebrará su XIX Congreso en el que debe renovar su dirigencia.
El gobierno central debiera aprovechar la hora del balance para limar asperezas y sugerir nuevas propuestas que contribuyan a desatascar el atolladero político en que se encuentra la región administrativa.