Tras un primer mes en el cargo, el nuevo presidente taiwanés, Lai Ching-te, ha dejado entrever que el frente conceptual será uno de los caballos de batalla principales de su gestión. Y, por sus implicaciones, no es una cuestión menor.
El énfasis en su compromiso soberanista, más incisivo que el de la presidenta saliente Tsai Ing-wen, apunta a resaltar que “la República de China y la República Popular China no están subordinadas entre sí” ya que el gobierno instaurado en Beijing en 1949 nunca ha gobernado Taipéi. Esto invita a pensar que la existencia separada de ambas entidades políticas es algo más que un mero hecho. Y equivale a avalar la conocida como “teoría de los dos Estados”, rechazada de forma radical por el Partido Comunista de China (PCCh).
El PCCh, por el contrario, recuerda el llamado “consenso de 1992”, que se refiere a un entendimiento tácito con el Kuomintang (KMT) de que ambos lados del Estrecho reconocen que hay “una China”, y cada lado tiene su propia interpretación de lo que es “China”. Para unos es la República de Sun Yat-sen y para otros la República de Mao.
Lo cierto es que, sin remontarse mucho más atrás, la isla de Taiwán fue botín de guerra de Tokio a finales del siglo XIX (Tratado de Shimonoseki que puso fin a la primera guerra sino-japonesa), y después devuelta a la soberanía de la República de China de Chiang Kai-shek en 1945. Y así siguió durante la dictadura de Chiang y de su hijo Chiang Chin-kuo, con la ficción de ser la legítima representante de una China que constitucionalmente reclamaba desde Taipéi el poder sobre el continente que un día recuperarían de las fauces comunistas.
Otro frente conceptual importante es la resolución 2758 de la ONU que reconoció a la República Popular China como el único gobierno legítimo de China en 1971. Hasta ahora se ha sobrentendido que ello lleva implícita la pertenencia de Taiwán a China, un asunto que debería resolverse en su momento por la vía política y pacífica. Ahora se acusa a Beijing de haber tergiversado su significado para excluir a Taiwán de la organización internacional y su sistema. La resolución diría quien debe representar a China pero Taiwán no se daría por aludida y podría representarse a sí mismo….
Y un tercer foco es el principio de una sola China, es decir, la idea de que Taiwán y China continental forman parte de una misma y sola China que sirve de fundamento a la reclamación del PCCh de la soberanía sobre Taiwán. Esto se diferenciaría de la “política de una sola China” auspiciada por Washington que, en esencia, viene a reconocer que China “dice” que solo hay una China pero que EEUU no lo tiene tan claro, más bien lo que tiene claro es lo que desea, que Taiwán rechace ser parte de China. La de una sola de China de EEUU es la política de neutralizar dicha aspiración.
Lai tiene en EEUU un aliado de peso en este frente de los conceptos. Recientemente, dos subsecretarios de Estado adjuntos visitaron Taiwán y se reunieron con representantes extranjeros, muchos de ellos europeos, para instruirles en este giro conceptual. En esencia, que la Resolución 2758 de la ONU no involucra a Taiwán ni debe confundirse con el principio de «una sola China» de China. De este modo, el gobierno de Estados Unidos variaría sus enfoques para ayudar a Taiwán a establecer vínculos pseudoformales con países extranjeros, un tabú para China. Beijing habría malinterpretado la resolución y afirmado “erróneamente” que refleja un consenso internacional para su principio de ‘una sola China’”.
Estados Unidos se ha mostrado más que dispuesto a desempeñar el papel de intermediario con países que tienen una embajada estadounidense y una embajada u oficina de representación taiwanesa, para ayudar a reforzar las relaciones entre Taiwán y estos países o desarrollar relaciones multilaterales.
Y la munición política para proveer de argumentos la elevación del tono soberanista se refuerza con las ventas de armas. Desde que Lai asumió el pasado 20 de mayo, EEUU ya anunció el suministro de dos paquetes de armamento por valor de varios cientos de millones de dólares (y van quince desde que Biden asumió en 2021). Lai parece estar convencido de dos cosas: primero, que solo la fuerza y las capacidades militares pueden evitar la guerra en el Estrecho; segundo, que el Ejército Popular de Liberación gesticula mucho pero no atacará.
El aumento de la tensión a través del Estrecho bajo Lai en comparación con los vínculos bajo las administraciones de Tsai y Ma muestra una tendencia ascendente y es fiel reflejo de que las inclinaciones independentistas de Lai están afectando de manera poco propicia las relaciones a través del Estrecho.
La aparente determinación de la administración Lai disgusta también a la oposición en Taiwán. Tanto el Kuomintang como el Partido Popular de Ko Wen-je advierten de que Taiwán debería alejarse de la retórica confrontacional.
La subida de tono de Lai tiene su contrapunto en la vuelta de tuerca en Beijing que acaba de aprobar directrices para que sus tribunales, fiscales y organismos de seguridad pública y estatal “castiguen severamente a los partidarios de la independencia de Taiwán por dividir el país e incitar a crímenes de secesión según la ley”.
(Para Diario Público)