La situación y perspectivas de las nacionalidades minoritarias han regresado de nuevo con fuerza a la agenda política china. Sin duda, ello es consecuencia directa, aunque no exclusiva, de la crisis registrada en Tibet en 2008 y del aumento de la violencia en Xinjiang, ambos hechos directamente ligados a un claro intento de llamar la atención internacional sobre cierta problemática y ensombrecer los destellos del año olímpico, en el cual China aspiraba a presentar al mundo no solo un país moderno y avanzado en el orden material o tecnológico sino también más generoso en el reconocimiento de las libertades de todo tipo, lo que atañe tanto a individuos como a pueblos.