El viceministro chino de exteriores, Wu Dawei, se ha embarcado en una gira por Rusia, EEUU, Japón y Corea del Sur para abordar la crisis nuclear en la península coreana. Su objetivo: lograr la reanudación del diálogo hexagonal, que incluye a los países citados, además de Corea del Norte. Mientras, en Beijing se confirmaba la presencia de Philip Goldberg, encargado de coordinar la aplicación de las sanciones contra Pyongyang. En paralelo se suspendía la tercera ronda de conversaciones entre las dos Coreas, según ha trascendido, por desacuerdos respecto a la liberación del trabajador surcoreano del complejo de Kaesong detenido en Corea del Norte. Impertérrito y sin bajar la guardia, Pyongyang echaba más leña al fuego lanzando hasta un total de cuatro misiles.
Desde que a finales de mayo, Corea del Norte llevó a cabo la prueba subterránea de un arma nuclear con una potencia equivalente, según expertos rusos, a 20 kilotones de trilita, Pyongyang ha ido dosificando sus ejercicios militares con el lanzamiento progresivo de misiles antiaéreos y antibuque, dejando en claro que la resolución 1874, aprobada por unanimidad el 12 de junio en el Consejo de Seguridad de la ONU, ni le intimida en absoluto ni le obligará, por si sola, a desmantelar su programa atómico.
La nueva administración estadounidense, por otra parte, sin más señal explícita que la adhesión a la política de sanciones como referente fundamental de su estrategia, transmite la impresión de no haber decidido del todo aun cual será su opción preferente en Asia Oriental. Por lo pronto, esta misma semana ha congelado los bienes de dos compañías supuestamente involucradas en actividades de fabricación de armas nucleares y misiles para Corea del Norte (Namchongang Trading Corp. y Hong Kong Electronics). Obama, también a la defensiva, parece no querer dar la impresión de hacer concesiones a la ligera que a buen seguro le valdrían más críticas internas de sus rivales políticos.
¿Y China? El diálogo hexagonal ha sido la base de su estrategia, pero las conversaciones están paralizadas desde diciembre de 2008, coincidiendo con el relevo en la Casa Blanca y la manifestación de divergencias profundas entre Washington y Pyongyang en cuanto a la verificación de las instalaciones nucleares desmanteladas. Frente al formato a cinco que ha propuesto en Washington el presidente de Corea del Sur, Lee Myung-bak, excluyendo a Pyongyang, Beijing insiste en las bondades de un modelo que no quiere dar por agotado y que, hasta el momento, no sin dificultades, ha dado sus frutos.
China, preocupada por la estabilidad de su entorno territorial inmediato, no quiere que el conflicto se le vaya de las manos y trata de recuperar la iniciativa. Abocada a asumir la política de sanciones, una novedad sobresaliente en su conducta diplomática tradicional, y reiterando ante EEUU en el diálogo sobre defensa reiniciado en Beijing –después de 18 meses de parálisis- su disposición a secundar la aplicación de las sanciones aprobadas por la ONU, entre la espada y la pared, no le queda más opción que buscar, a la desesperada pero con garantías y perspectivas de futuro, esa imprescindible reanudación de las conversaciones, único argumento que puede paralizar la espiral en curso y que, de agravarse, puede derivar en una crisis más seria en cualquier momento.
Pyongyang intenta restablecer el hilo de comunicación con Washington, pero tanto ruido y juego a la provocación no le pone las cosas fáciles a nadie, China incluida, quien, a su pesar, puede verse atrapada en una trampa que intenta evitar activando al máximo sus capacidades diplomáticas. Y es que por más que algunos se empeñen en lo contrario, no hay otro camino menos peligroso para abordar la cuestión nuclear coreana.