Se cumplen 30 años de los trágicos sucesos de 1989 en China, el episodio probablemente más traumático en la historia de la República Popular China, un episodio que muchos consideran todavía que no ha sido resuelto de forma permanente, que permanece latente, y que de una u otra manera tendrá que ser revisado oficialmente por el gobierno chino en un futuro.
Ha habido numerosas polémicas sobre Tiananmen, empezando por el número de víctimas que se produjeron, sobre el que ha habido versiones muy dispares, y sobre el significado y valoración de los hechos.
El propósito de este artículo es repasar algunos de los elementos más destacados de los sucesos de Tiananmen, así como las consecuencias que tuvieron posteriormente. En aquellos momentos yo era Consejero Comercial de la embajada de España en Pekín. Vivía por tanto en la capital china y tuve oportunidad de vivir de manera directa los hechos, desde que estallaron las primeras manifestaciones de estudiantes, a mediados de abril, hasta el trágico y violento desenlace que se produjo a principios de junio[1].
En una primera parte realizaré una breve recapitulación de lo que sucedió. En la segunda parte analizaré las causas que estuvieron detrás de las protestas. Y en la tercera parte analizaré las consecuencias que los sucesos tuvieron en la evolución posterior del país, y su percepción en la China actual.
Una breve recapitulación de los hechos
Conviene en primer lugar recordar, aunque sea de manera sucinta, los hechos que se produjeron en aquella primavera de Pekín de 1989.
Los sucesos de Tiananmen comienzan con las manifestaciones estudiantiles que se producen a raíz de la muerte de Hu Yaobang, un líder relativamente liberal del Partido Comunista, del que fue Secretario General hasta su destitución en 1987.
Los estudiantes quisieron honrar la memoria de Hu Yaobang.Che Muqi, pág. 153 El mismo día 15 fue colocada en el monumento a los Héroes del Pueblo, en la plaza de Tiananmen, el centro neurálgico de Pekín (y un auténtico centro simbólico de China) la primera corona de flores ante una fotografía de Hu Yaobang. Al día siguiente comenzaron las primeras marchas estudiantiles por las calles del centro de Pekín, en particular por la Changan (una gran avenida de que corta la ciudad de Este a Oeste).
Las manifestaciones fueron creciendo de tamaño. Al cabo de unos días empezaron a participar en ellas miles de trabajadores, intelectuales, ciudadanos en general. No hubo una organización previa: ésta se creó a lo largo de esas semanas, con una rapidez y efectividad sorprendentes, hasta llegar a hacerse con el práctico control, durante algunos días, de las calles de Pekín.
El movimiento estudiantil y las protestas se desarrollaron de una manera espontánea. El movimiento surgió y creció desde abajo, como una iniciativa de los propios estudiantes. Era la primera vez que sucedía algo de este tipo en la historia de la República Popular China.
En la Revolución Cultural hubo manifestaciones masivas. En ellas tuvieron una participación muy activa millones de jóvenes, encuadrados en los Guardias Rojos. Sin embargo, los Guardias Rojos no fueron un movimiento espontáneo, sino que fueron creados y manipulados desde arriba, por Mao, por Lin Biao, por la “banda de los cuatro”, con el fin de eliminar a sus oponentes en el Partido Comunista. No toda la actuación de los Guardias Rojos respondió a una disciplina y a unos planes diseñados por sus mentores, ciertamente. En el caos de la Revolución Cultural, muchos grupos y facciones terminaron actuando por su cuenta, en total descontrol. Pero en líneas generales, los Guardias Rojos fueron una creación, y una manipulación, de Mao y sus aliados, y cuando perdieron su utilidad fueron disueltos y enviados al campo.
Hasta muy poco antes de 1989 la sociedad china podría calificarse de totalitaria. El gobierno lo controlaba todo. La población estaba sometida a una férrea disciplina. No existía libertad de discusión ni libertad de prensa, la vida personal de la gente estaba controlada y organizada por el Estado. Por eso, lo que sucedió en Pekín en esas semanas tiene un carácter extraordinario. En un breve espacio de tiempo los estudiantes desarrollaron con independencia un movimiento muy bien organizado. Cientos de miles de ciudadanos se manifestaron en las calles, de manera libre y espontánea. No estaban siguiendo las consignas del poder político, como habían hecho en las décadas anteriores de la República Popular.
La determinación de los estudiantes fue aumentando a lo largo de las semanas. El 13 de mayo decidieron iniciar una huelga de hambre. Las manifestaciones se extendieron a otras ciudades, a Tianjin, Shanghái… Los estudiantes de diversas ciudades chinas empezaron a coordinarse entre ellos. El gobierno proclamó la ley marcial en el centro de Pekín el 20 de mayo. Sin embargo, las tropas del ejército que intentaron entrar en la ciudad para hacer efectiva la ley marcial fueron detenidas por los manifestantes, que formaron barricadas con autobuses y vallas.
El centro de Pekín pasó a estar controlado por el movimiento estudiantil. De la calle desaparecieron hasta los policías de tráfico. La capital de la República Popular China adquirió un aire irreal, festivo. Hubo noches en las que la plaza de Tiananmen y la avenida Changan se llenaban con cientos de miles de personas, familias enteras, que acudían a contemplar y participar en lo que más parecía una gran celebración festiva. Había puestos de helados, de golosinas, la gente paseaba sonriente.
Grupos de estudiantes, con bandas de tela en los brazos que los identificaban como miembros del servicio de orden, controlaban y dirigían la circulación. Pekín era una ciudad en la que normalmente la gente se retiraba temprano a casa, en la que la actividad en las calles a las nueve o diez de la noche era mínima. El hecho de que varios cientos de miles de personas estuvieran por las calles hasta la madrugada, en aquellas noches primaverales, mientras regía en teoría una ley marcial, constituía un fenómeno que, visto con la perspectiva del tiempo, parece algo irreal.
A finales de mayo los estudiantes erigieron en la plaza de Tiananmen una estatua, que llamaron la «Diosa de la democracia». Estudiantes de la Academia de Bellas Artes prepararon la estatua, que parecía estar inspirada en la Estatua de la Libertad norteamericana. Situada frente a la entrada de la Ciudad Prohibida, justo enfrente del retrato de Mao Tse-tung, aquella estatua, inspirada en un popular símbolo democrático del mundo occidental, representaba una nueva provocación al gobierno.
La “primavera de Pekín” tendría, en la noche del tres al cuatro de junio, un final violento. El gobierno decidió enviar las tropas del ejército para que desalojaran a los estudiantes de Tiananmen y restablecieran el orden y el control de la capital. Los soldados irrumpieron en la plaza desde varios de los edificios públicos que la rodean, a donde llegaron a través de la red de túneles subterráneos que los comunican (construidos en la época de Mao). En paralelo, las tropas avanzaron en vehículos militares hacia el centro de la ciudad desde diversas direcciones, arrollando las barricadas y los obstáculos con los que se intentó frenarlas. Las cámaras de televisión transmitieron a todo el mundo escenas de gran violencia: vehículos incendiados, heridos que eran evacuados con precipitación, carros de combate que arrollaban a los manifestantes, disparos, humo, sangre, y heridos y muertos.
La evidencia proporcionada por personas que estuvieron presentes en la plaza durante la noche del tres al cuatro de junio parece confirmar que los soldados no entraron en la plaza disparando contra los estudiantes, sino en todo caso al aire. Los estudiantes se concentraron alrededor del monumento a los Héroes del Pueblo, en el centro de la plaza. Desde allí, y tras una pequeña negociación, abandonaron la plaza en relativo orden. En la negociación tuvo una participación destacada el conocido intelectual, Liu Xiaobo, que se encontraba en la plaza en solidaridad con los estudiantes. Liu Xiaobo adquiriría posteriormente una fama notable. Liu fue uno de los principales promotores de la Carta 08, un manifiesto firmado por intelectuales y defensores de los derechos humanos. Recibió el Premio Nobel de la Paz en 2010, algo que irritó enormemente a los gobernantes chinos. En 2009 fue juzgado y condenado a 11 años de cárcel, la cuarta vez que era condenado. Liu falleció en 2017.
Tras convencer a los estudiantes de que lo mejor era retirarse, se negoció con los jefes de las unidades militares para que permitieran el abandono pacífico de la plaza. A eso de las cinco de la mañana los estudiantes comenzaron a marcharse de la plaza de Tiananmen, sin que se produjeran incidentes violentos[2].
Enfrentamientos y muertes se produjeron en numerosas otras partes de Pekín, en especial en la parte oeste de la avenida Changan. Por qué y cómo se produjeron estos hechos violentos no está claro. Probablemente hubo una diversidad de situaciones y motivos. En algunos casos los soldados dispararon aparentemente de forma más o menos indiscriminada para acabar con las barricadas y la resistencia a su entrada en el centro de la ciudad que ofrecían manifestantes. Se han mencionado casos de soldados que fueron asesinados por grupos de manifestantes, en ocasiones con atrocidad. Las tropas habían sido enviadas con equipo y munición de combate, como si fueran a afrontar una batalla convencional. No estaban preparadas para enfrentarse a unos disturbios que, en muchos otros países, hubieran sido controlados con medios antidisturbios que no hubieran causado víctimas mortales. Lo que también parece probable es que gran parte de las víctimas no fueran estudiantes, sino ciudadanos.
La situación se “normalizó” con rapidez. El 9 de junio Deng Xiaoping se reunió con los altos mandos del ejército. Fue una reunión a la que se dio gran publicidad, y que pretendía transmitir un mensaje claro a todo el mundo, dentro y fuera de China, de que la situación estaba bajo control. Los momentos de aparente vacío de poder de los días anteriores, cuando ningún alto dirigente político aparecía en público, llegaron a su fin. El Partido Comunista, el Estado, restableció plenamente su poder.
A mediados de junio se puso en marcha una campaña de propaganda y adoctrinamiento, que difundió la historia oficial de lo ocurrido. La televisión, la radio, la prensa, bombardearon a la población con informaciones sobre los “desmanes” que se habían cometido durante la “rebelión contrarrevolucionaria”. Se anunciaron detenciones de “rebeldes”, mientras se pedía la colaboración de la población para detener a los sospechosos. Se confeccionó y difundió una lista de 21 estudiantes buscados como cabecillas de la “rebelión”.
La versión oficial se basó en la idea de la “rebelión contrarrevolucionaria”. Es decir, según esta versión hasta principios de junio había habido unas manifestaciones lideradas por los estudiantes, en las que éstos, en su inmensa mayoría, habían actuado de buena fe, formulando críticas y proponiendo reformas que tenían aspectos positivos. Existía, sin embargo, una minoría que se aprovechó del movimiento estudiantil para conspirar contra el régimen socialista, con el propósito de destruirlo e instaurar una “república burguesa”. Esta conspiración, se alegó en la versión oficial, había contado con la colaboración de elementos extranjeros, que lo que querían era desestabilizar China.
El trasfondo de las protestas: los efectos indeseados de la reforma
Ha sido corriente interpretar la crisis de Tiananmen en términos fundamentalmente políticos. Es decir, lo que estuvo detrás de las manifestaciones, del descontento, fue la oposición al régimen del Partido Comunista Chino y el deseo de instaurar una democracia. Lo que se produjo fue, según esta interpretación, una rebelión democrática contra una dictadura. El objetivo de los manifestantes era el establecimiento de un sistema democrático, con multipartidismo, elecciones libres, etc.
En mi opinión esta interpretación está alejada de la realidad. En las primeras manifestaciones de los estudiantes no se plantearon posturas de oposición frontal al sistema político. Sólo al final del proceso algunos grupos más radicalizados, y minoritarios, dirigieron críticas directas contra el régimen comunista y pidieron su sustitución por un régimen democrático, en el que hubiera elecciones y partidos libres. Pero, en general, la protesta de los estudiantes, y de los ciudadanos que en determinados momentos los secundaron, tuvo como causa de fondo los efectos indeseados que había generado la reforma: la corrupción, el nepotismo, los desequilibrios económicos, la inflación. No fue, como se la presentó con frecuencia en medios de comunicación internacionales, una «rebelión contra la dictadura comunista» que tuviera como objetivo la implantación de un régimen democrático al estilo occidental.
En 1989 China acababa de cumplir efectivamente una década de la era de la reforma, la nueva etapa en la que se había embarcado el país en 1978, una etapa en la que la modernización y el crecimiento económico se habían convertido en los objetivos clave del país. A la muerte de Mao Tse-tung, en 1976, había regresado a un primer plano de la política china la contradicción entre las dos grandes líneas del Partido Comunista, la pragmática y la izquierdista, contradicción que había marcado la evolución de China desde fines de los años cincuenta.
La línea izquierdista, la heredera del radicalismo maoísta, se polarizó en torno a la llamada “banda de los cuatro”, que asumió las tendencias radicales que Mao había preconizado desde fines de los años cincuenta: el colectivismo en la agricultura; la autosuficiencia en las relaciones económicas exteriores, así como la oposición a los contactos con Occidente; y la primacía de la política sobre la economía, considerando, como Mao en los tiempos de la Revolución Cultural, que la lucha de clases era el problema central de la sociedad china.
La línea pragmática del Partido tenía unos denominadores comunes que actuaron como factores de cohesión en los primeros momentos del postmaoísmo: la oposición a la “banda de los cuatro” y su radicalismo izquierdista; el rechazo a lo que había significado la Revolución Cultural, su violencia, desórdenes, persecución de numerosos ciudadanos en base a vagas acusaciones de que eran seguidores del capitalismo; el deseo de que se recuperara la normalidad y de que las cuestiones económicas fueran abordadas con el realismo y la prioridad que merecían. La línea pragmática se apoyaba en el cansancio de la mayor parte de la población china tras 20 años de trastornos económicos y políticos.
La política económica del maoísmo había minusvalorado el bienestar de la población. Mao, con su excesiva valoración de la conciencia revolucionaria de las masas, obligó a éstas a grandes sacrificios. El consumo fue sacrificado en favor de la industria pesada y la defensa nacional. Era más prioritario fabricar acero, petróleo y armamento que detergentes o ropa. En resumen, tras la muerte de Mao, para los reformistas era un hecho que, a pesar del desarrollo experimentado hasta entonces, China era un país pobre. Los reformistas se dieron cuenta de que el nivel económico y tecnológico más avanzado se encontraba en los países del mundo capitalista industrializado. Si China quería acceder a la tecnología moderna, si quería modernizarse, tenía que abrirse y relacionarse económicamente con estos países. La realidad internacional ofrecía sobrados argumentos para pensar que la incorporación de elementos de las economías capitalistas y de mercado era necesaria para un mejor aprovechamiento de los recursos económicos.
Conciencia del atraso económico de China, necesidad de abrirse al mundo exterior, ventajas de las fuerzas de mercado: estos tres componentes configuran una interpretación de la realidad que explica la evolución de la línea pragmática del Partido Comunista y la adopción de la nueva orientación que se va a plasmar en la política de reforma y apertura al exterior que se adopta con determinación a partir de 1978.
Aunque la política de reforma en sus elementos fundamentales no era cuestionada, sí había discrepancias sobre la manera de aplicarla, y en concreto sobre dos puntos: el ritmo de la reforma y su alcance. Las dos tendencias aceptaban la política de reforma, pero mientras la que podemos considerar la tendencia más moderada defendía la prudencia, había un sector reformista radical que propugnaba un avance lo más rápido posible. Los moderados ponían el énfasis en los aspectos negativos derivados de la reforma y la apertura al exterior. Ésta había tenido unos efectos positivos sobre el crecimiento económico claramente positivos, pero había favorecido asimismo la aparición de consecuencias indeseadas: inflación, corrupción, desequilibrios en la distribución de la renta, delincuencia, el retorno de viejas lacras como la prostitución y la delincuencia. Para estos moderados, era preciso vigilar y combatir estos efectos negativos, que podían generar, como así fue, descontento social. Por ello, había que adoptar las reformas con prudencia y lentitud, estudiando con cuidado sus efectos.
Los reformistas más radicales, por el contrario, ponían el énfasis en los aspectos positivos de la reforma. Había aumentado la corrupción y la inflación, reconocían, pero la mejora del nivel de vida de la que se beneficiaba la población no tenía precedente en la historia de China. Los efectos positivos compensaban sobradamente los efectos negativos de la nueva orientación del país.
La nueva política de reforma lanzada a fines de los años setenta, y que ha continuado su desarrollo hasta nuestros días, ha estado basada en una especie de “pacto social” con el pueblo chino. Este pacto tenía dos grandes elementos. Por un lado, el pueblo chino se comprometía a aceptar el papel dominante, el poder del Partido Comunista. Como contrapartida, el Partido se comprometía a darle dos cosas: un mayor grado de libertades personales, por un lado, y de bienestar económico, por otro.
La nueva política de reforma tuvo unos efectos espectaculares sobre la economía china, dando paso a lo que se puede considerar como la mayor revolución económica de la historia de la humanidad: nunca antes un colectivo tan grande de población había experimentado una mejora tan intensa en sus condiciones económicas de vida en un periodo de tiempo tan corto.
La transformación económica provocó la aparición de una nueva China, una China profundamente distinta a la de la época de Mao. Su primera característica, y que constituye el resultado más positivo de la reforma, fue el crecimiento económico y la modernización. La mejora del nivel de vida de la sociedad china ha sido espectacular. Durante la primera década de la reforma la renta per cápita real creció a una tasa media de casi el ocho por 100 cada año. La mejora en el nivel de vida ya era fácilmente visible a fines de los años ochenta, en numerosos aspectos, para cualquier visitante regular a China: la creciente sofisticación en el vestido de la población, la proliferación de mercadillos libres de productos alimenticios y de ropa, la abundante y variada oferta de mercancías en las tiendas.
La reforma cambió radicalmente la situación de China, desencadenando un proceso de crecimiento que ha convertido a China en nuestros días en la segunda economía del mundo, y que según todas las previsiones será la primera en un plazo de tiempo no muy largo.
En 1989 se cumplía una década de la política de reforma, cuyos efectos positivos se percibían claramente. También, como he indicado antes, el pueblo chino percibía una serie de efectos negativos o indeseados, entre los cuales tres sobresalían de forma destacada: la corrupción, la inflación y los desequilibrios en la distribución de la nueva prosperidad económica.
Las reformas tuvieron un gran éxito económico, pero éste no benefició a todo el mundo de la misma manera. Mientras que empleados de empresas extranjeras o los nuevos empresarios del sector privado, etc., se beneficiaron con claridad, funcionarios y trabajadores de empresas estatales vieron la capacidad adquisitiva de sus salarios erosionada por la inflación. Geográficamente, las regiones del interior de China se beneficiaron del crecimiento de la nueva etapa en mucho menor medida que las zonas costeras, que tenían mejores condiciones para el comercio exterior, y que de hecho históricamente habían sido las más abiertas al exterior.
Las manifestaciones de los estudiantes fueron la chispa que prendió la llama del descontento social que se había ido acumulando en la sociedad china. Luego, en especial entre los estudiantes, las actitudes fueron evolucionando y radicalizándose, y hubo algunos sectores que cuestionaron las bases del sistema político, es decir, el dominio del poder por el Partido Comunista. Pero fueron sectores minoritarios: el trasfondo fundamental del malestar que estalló en las manifestaciones de la “primavera de Pekín” de 1989 fueron los efectos indeseados de la reforma.
La crisis de Tiananmen hizo comprender a los dirigentes chinos el error que habían cometido al descuidar los efectos negativos de las reformas. Entonces, a corto plazo, tomaron enérgicas medidas para combatirlos. Se atacó y redujo la inflación, se lanzó una campaña contra la corrupción, con castigos y condenas ejemplares. Más tarde se adoptaron medidas para incentivar el desarrollo económico de las regiones del interior, etcétera. Esta línea de actuación ha continuado hasta nuestros tiempos: la gran iniciativa de la Nueva Ruta de la Seda, por citar un ejemplo, tiene como uno de sus objetivos favorecer el desarrollo de las zonas del interior de China.
El recuerdo de lo sucedido en la crisis de Tiananmen ha permanecido muy presente para los gobernantes chinos. Estos comprendieron la importancia que podía tener el descontento social causado por las desigualdades, la corrupción, la delincuencia, la inflación. Desde 1989 los gobernantes chinos se han preocupado por controlar estos elementos. La campaña contra la corrupción que ha impulsado en los últimos años Xi Jinping se puede entender en buena medida en función de esta preocupación -aunque sin duda la campaña haya podido ser también, al menos parcialmente, un mecanismo para deshacerse de rivales políticos.
Por otro lado, los dirigentes chinos han asumido también que era necesario mantener la unidad dentro del partido comunista. Para muchos dirigentes comunistas una de las causas últimas de las convulsiones que se produjeron en 1989 fueron las divisiones que aparecieron en el seno del núcleo de dirigentes del partido, entre los partidarios de una línea suave y del diálogo con el movimiento de los estudiantes, encabezados por Zhao Ziyang, y los partidarios de una línea dura, que previnieron desde el principio acerca de los riesgos de tolerar el crecimiento de las manifestaciones de protesta.
La actitud de los estudiantes
La actitud y la estrategia del movimiento estudiantil ha sido objeto de discusión y polémica. Se ha atribuido una especial responsabilidad a la actitud del grupo más radical dentro de los estudiantes, que ahogaron las llamadas a la moderación que se hicieron desde otros sectores más moderados. Algunos líderes estudiantiles asumieron una postura maximalista y radical en la que, en ciertos casos, se mezcló la pérdida del sentido de la realidad con un espíritu de tragedia.
La líder estudiantil más famosa, Chai Ling, llegó a declarar en una ocasión que «lo que estamos esperando es el derramamiento de sangre, el momento en el que el gobierno esté dispuesto a masacrar descaradamente al pueblo. Solo cuando la plaza (de Tiananmen) esté bañada en sangre, el pueblo de China abrirá sus ojos».IHT, 3-5-95
Algunos de los intelectuales que participaron en las protestas criticaron después la política de los estudiantes. Liu Xiaobo llegó a describirlos como «niños jugando a la guerra». Otro intelectual, Dai Qing, diría que «los intelectuales estábamos atrapados entre un gobierno irracional y unos estudiantes irracionales». El 15 de mayo, uno de los dirigentes estudiantiles, Shen Tong, propuso una retirada táctica de los estudiantes de la plaza de Tiananmen, con el fin de darle una oportunidad al gobierno de salvar la cara y facilitarle a Zhao Ziyang una oportunidad de maniobra. Con ello se trataba de favorecer a los sectores más reformistas y moderados dentro del Partido Comunista. Un trabajador le gritó: «Estás abandonando al pueblo de Pekín. Estás abandonando a los trabajadores. Pedirnos que abandonemos te hace un traidor al movimiento».
Según una versión bastante aceptada de los acontecimientos, el 27 de mayo hubo una reunión de estudiantes e intelectuales en la que se acordó que habría una retirada el 30 de mayo. Sin embargo, los grupos radicales boicotearon este acuerdo, e impusieron la idea de que había que seguir adelante.
A mediados de los años noventa el director de cine Michael Apted realizó un interesante documental sobre los sucesos de Tiananmen, llamado “Moviendo la montaña”. En ella se recoge el enfrentamiento entre las tendencias moderadas y radicales que hubo en el movimiento estudiantil. En la película impresiona la sinceridad con la que habla una de las líderes estudiantiles, Wang Chaochua: «No puedo decir que he matado a nadie, pero hay un viejo dicho chino de hace miles de años: ‘Tal vez tú no hayas matado a una persona, pero es posible que haya muerto por una acción tuya'» (en el documental, cuando Wang Chaochua dice estas palabras, la cámara enfoca durante unos instantes a Chai Ling). «Siempre he pensado eso. Que puede que hubiera mucha gente que murió por mi culpa. Por mis acciones. Por los errores que cometí», continúa Wang Chaochua, rompiendo a llorar.
Las consecuencias de Tiananmen
Tiananmen no tuvo unas consecuencias apreciables en la evolución posterior de China, tanto en aspectos económicos como políticos.
Desde el punto de vista político, no se han producido durante estas tres décadas cambios sustanciales en el régimen político chino, que ha continuado dominado por el poder del Partido Comunista, que ha suprimido con firmeza los escasos y limitados conatos de disidencia.
Ha habido una progresiva extensión del imperio de las normas legales, de las libertades individuales de la población, de elecciones más democráticas a nivel de gobiernos locales, pero ello no es atribuible a Tiananmen. Este proceso se había iniciado con anterioridad, y se explica en última instancia por el proceso de modernización y crecimiento económico, así como por la progresiva integración internacional de China. Es un proceso que, presumiblemente, a largo plazo continuará y que en mi opinión poco a poco llevará a China hacia una inevitable democratización.
Ahora bien, he dicho “a largo plazo”, porque lo cierto es que en los últimos años, en la etapa de Xi Jinping, se ha producido una clara involución en la tendencia hacia mayores libertades y hacia un avance en los derechos humanos. Con Xi ha aumentado de forma notable la represión contra los disidentes y activistas de derechos humanos.
Xi Jinping ha inaugurado efectivamente una nueva etapa en la historia de la República Popular China. En política exterior esta etapa se caracteriza por una política mucho más asertiva, que se ha traducido en aspectos como las reivindicaciones territoriales en el mar del Sur de China, el establecimiento de bases militares en el extranjero, el lanzamiento de iniciativas como la Nueva Ruta de la Seda que combinan una dimensión económica con una dimensión geopolítica. En los últimos años Pekín adoptado también una política de mayor interferencia en los asuntos de Hong Kong, lo que ha generado una creciente inquietud acerca de la autonomía de este territorio, avalada por el conocido principio de “un país, dos sistemas”. Las relaciones con Taiwan también han experimentado un deterioro.
Desde el punto de vista de la evolución de la política económica, Tiananmen tampoco tuvo consecuencias significativas. A raíz de la crisis de 1989 muchos analistas pronosticaron una involución en la política de reforma: China iba a abandonar la política de reforma y apertura al exterior, que era la responsable, en última instancia, de lo que había sucedido. China volvería al aislamiento, suspendería las reformas que había abordado con audacia a partir de 1978.
Hubo en general muchos análisis catastrofistas sobre el futuro de China después de los sucesos de Tiananmen. Puede decirse que hubo dos tipos de previsiones en esta línea de catastrofismo. Por un lado estaban los pronósticos que anunciaban una marcha hacia atrás. Es decir, que China abandonaría la política de reforma y apertura al exterior, que habría un retorno hacia los patrones maoístas. Se daría marcha atrás en la liberalización económica, la apertura al exterior. Las revueltas de Tiananmen habrían puesto de relieve los riesgos que tenía la nueva política de reforma adoptada en 1978.
Por otro lado, estaban los pronósticos que apuntaban hacia el colapso del régimen comunista. Las manifestaciones eran una demostración, según estos planteamientos, de que el pueblo chino reclamaba el establecimiento de un régimen democrático. Eran un reflejo de las contradicciones entre un cambio económico muy rápido, que estaba transformando China, con un sistema político que no había evolucionado, que permanecía inamovible.
Este tipo de pronósticos se apoyaba en las teorías que vinculan la democracia con el nivel de desarrollo económico. Según estos planteamientos, los países adoptan un sistema democrático cuando llegan a un determinado nivel de renta. Sobrepasado este nivel de renta, si no se produce esta transformación política se genera una situación de tensiones, conflictos. Esto afecta también al desarrollo económico, en la medida en que se considera que, a partir de un determinado nivel, es necesario un clima de libertad, es decir un sistema democrático, para que las fuerzas económicas actúan de manera más eficiente, se fomente la innovación.
Se ha empleado la metáfora de “los o dos carriles” para para describir estas contradicciones. En el caso de China, diversos analistas señalaron que en el trasfondo de la crisis de Tiananmen se encontraba el hecho de que el país había avanzado mucho por el carril económico, pero apenas había avanzado por el carril político. De ahí el surgimiento de una contradicción, que dio lugar a las manifestaciones y la crisis de 1989.
Hay que tener en cuenta que poco después se produciría la crisis y caída de los regímenes comunistas en Europa del este y la Unión Soviética. Los sucesos de Tiananmen podían ser interpretados en este contexto histórico como otra manifestación de la crisis de los sistemas comunistas. En 1989 el Partido Comunista Chino había logrado aplastar el movimiento democrático. Pero éste resurgiría, más tarde o temprano. El régimen comunista afrontaba pues un futuro muy incierto.
Estos pronósticos no se cumplieron. En el plano político, como es bien sabido, el Partido Comunista ha mantenido su poder, y no parecen existir perspectivas mínimamente razonables de que esta situación pueda verse modificada en el futuro. En 2019 el poder del Partido Comunista parece más sólido que nunca.
En el plano económico, China prosiguió avanzando por la senda de la política de reforma, desarrollando un nuevo sistema económico que, aunque tiene una fuerte intervención estatal, ya no se puede calificar como “socialista”. Hubo, sí, un periodo de contención y estabilización económica inmediatamente tras los sucesos de 1989, con el fin de controlar la inflación y atacar los efectos indeseados de la reforma. Pero en 1992, Deng efectuó su famoso “viaje al Sur”, visitando algunas de las zonas más emblemáticas de la política de reforma, en una simbólica acción con la que lanzó un mensaje de apoyo a la política de reforma.
Tiananmen en la China actual
30 años después de los trágicos sucesos de Tiananmen, gran parte del pueblo chino apenas los conoce. Entre la población joven una inmensa mayoría no ha oído prácticamente hablar de la crisis de 1989. Sólo la población de una cierta edad, que vivió los acontecimientos, los recuerda.
Algunos periodistas y escritores han hecho la prueba de mostrar fotos de los sucesos de aquella primavera de Pekín a grupos de estudiantes; la mayor parte de estos manifestaba no saber a qué correspondían estas fotos.
Este desconocimiento se debe simple y llanamente a la política del gobierno chino, que ha borrado los sucesos de Tiananmen de los libros de historia y de los medios de comunicación. El sistema de censura de China vigila de manera especial en las redes sociales cualquier referencia que pueda ver sobre Tiananmen, y la elimina inmediatamente.
Hay que señalar además que no faltan entre sectores de las clases profesionales y urbanas de la China actual personas que manifiestan una cierta comprensión hacia el comportamiento de las autoridades chinas en 1989. Me refiero a sectores que, con independencia de su edad, han tenido un conocimiento de lo que sucedió (bien porque tienen la edad suficiente para verlos vivido, bien por qué aunque sean relativamente jóvenes han tenido acceso a fuentes de información). Estos sectores justifican su relativa comprensión en el hecho de que las manifestaciones estudiantiles habían derivado, sobre todo en su última etapa, hacia una situación que ponía en peligro la estabilidad de China, y con ello su senda de crecimiento económico.
Como ha señalado Jack Ma, el fundador de Alibaba, refiriéndose a Deng Xiaoping: “Como el máximo responsable político del país, quería estabilidad. Para él fue necesario tomar esta cruel decisión. No fue una decisión perfecta, pero fue la decisión más correcta, la decisión más correcta en ese momento. En un momento dado, una persona que está a cargo de la responsabilidad debe tomar este tipo de decisiones”[3].
Mientras tanto, un grupo reducido de intelectuales y familiares de las víctimas sigue intentando mantener vivo el recuerdo de lo que sucedió. Y sigue reclamando una revisión de la calificación oficial que realizó el gobierno de los hechos, que fueron calificados de “rebelión contrarrevolucionaria”.
Es muy difícil pronosticar lo que pasará en el futuro. A medida que avance el tiempo serán cada vez menos las personas que vivieron los acontecimientos de 1989. Y mientras persista la actual política de borrar cualquier tipo de recuerdo, la memoria de Tiananmen entre el pueblo chino seguirá desvaneciendo. A corto plazo, y con las tendencias involucionistas que ya he mencionado en la actual etapa de Xi Jinping, esto es lo que va a suceder.
Ahora bien, resulta imposible en mi opinión predecir el futuro a medio y largo plazo. No hay que descartar que la actual etapa de involución de paso en el futuro a una nueva etapa de liberalización política, y eventualmente a la llegada de la democracia a China, aunque esta idea, en 2019, pueda parecer que está muy alejada de la realidad[4].
En este caso, si China se democratiza, pienso que muy probablemente los sucesos de Tiananmen de 1989 volverán a un primer plano de actualidad, y se discutirá y revisará su significado, así como su valoración oficial. Pero, como he dicho, las incertidumbres son muchas y los pronósticos son difíciles.
Enrique Fanjul fue Consejero Comercial de la embajada de España en Pekín entre 1987 y 1989. Entre 1993 y 2001 fue presidente del Comité Empresarial Hispano-Chino del Consejo Superior de Cámaras de Comercio. En 1998 fue nombrado Asesor Económico de la Municipalidad de Tianjin (R.P. China). Ha sido director de Técnicas Reunidas Internacional y Socio Director de Iberglobal. Es presidente del Consejo Editorial de la web Iberchina. Autor de tres libros sobre China. Vicepresidente de Cátedra China.
[1] Sobre los sucesos de Tiananmen, y mis recuerdos, puede verse una versión más amplia en mi ebook, “Memoria de Tiananmen. Una primavera de Pekín”, disponible en http://iberchina.org/index.php?option=com_content&view=article&id=1169
[2] Un relato poco conocido de lo sucedido en la plaza de Tiananmen es el de Juan Restrepo, corresponsal de Televisión Española, publicado en Iberchina. Restrepo estuvo en la plaza de Tiananmen la noche del tres al cuatro de junio, y fue uno de los pocos testigos extranjeros de los hechos. Disponible en http://www.iberchina.org/44-debates/debates/645-testimonio-de-tiananmen-juan-restrepo-enviado-especial-de-tve-en-peken-la-primavera-de-1989
[3] La cita de Jack Ma está recogida en el libro de Louisa Lim, “The People’s Republic of Amnesia: Tiananmen Revisited”, Oxford University Press, 2014.
[4] Sobre este tema remito a mi artículo “Por qué China se democratizará”, Política Exterior, nº 157, 2014.