El Presidente chino viaja a India el próximo día 20. Hace una década que ningún máximo dirigente de dicho país visitaba Nueva Delhi. ¿Qué tiene en mente Hu Jintao cuando promueve el acercamiento de China e India? Tres perspectivas, al menos, debemos tener en cuenta.
En primer lugar, el desarrollo de las relaciones económicas y comerciales. La reanudación del comercio fronterizo por el paso del Himalaya en julio pasado es un buen preludio. Cuando Wen Jiabao, el primer ministro de Hu, visitó Nueva Delhi en abril último, fijaron como objetivo alcanzar en 2010 la cifra de 50.000 millones de dólares en el comercio bilateral. A finales de 2005, la cifra ascendió a 18.710 millones de dólares, con un incremento respecto a 2004, de casi el 38 por ciento. A ese ritmo, en un par de años, China podría superar a EEUU (25 mil millones en 2005). A India le interesa captar inversiones de China para mejorar sus infraestructuras y abrir tan inmenso mercado a sus exportaciones agrícolas. El principal reto consiste en que ese creciente volumen de negocio se vea acompañado por un aumento de la calidad de los bienes objeto de intercambio.
Hu anhela consolidar los vínculos bilaterales, pero también implicar a India en una estrategia que enfatice el papel de Asia en la globalización. De ahí su propuesta de establecer un área de libre comercio con India, al igual que negocia con Pakistán, Singapur, o los países de la Ansea. Tampoco Japón quiere quedarse fuera y Shinzo Abe ha expresado su interés por este asunto.
Las cuestiones que provocan roces entre ambos gigantes no son menores: la independencia energética, la conquista de los mercados de los países en vías de desarrollo o las relaciones con los países vecinos. La dependencia energética de India es aún mayor que la de China y ello genera tensiones incluso en el entorno inmediato, pues ambos países rivalizan hoy por el acceso al petróleo y gas birmano.
Desde el exterior, la visión de una China como “taller del mundo” y de una India como “oficina del mundo”, no puede eludir el esfuerzo que ambos países realizan para desembarazarse de dicha etiqueta, buscando una mayor calidad para su desarrollo, que aporte más valor añadido a su producción. Aunque se acercan en términos de población, el PIB de China es tres veces superior al de India. Esta absorbe, por otro lado, la tercera parte de la inversión que China logra captar gracias a la tupida red que moviliza su diáspora, mucho más activa y sobresaliente que la india desde el punto de vista económico.
China e India podrían sumar en pocos años la mitad de la producción mundial, pero el ensamblaje de sus economías no es fácil. Hay quien incluso pronostica choques importantes en solo una década en sectores como la informática o la biotecnología. De ahí la importancia del diálogo. En septiembre último han creado un grupo mixto para el desarrollo tecnológico. En esta visita de Hu, China confía en aprobar una “hoja de ruta” para impulsar una agenda tecnológica común. La unión del hardware chino con el software indio inundaría el mercado internacional con productos de calidad y bajo coste. Ese poderoso juego de intereses facilita la aproximación de ambos gobiernos y probablemente implique más a China en la modernización india, al tiempo que el diálogo permite diluir los factores de controversia.
El segundo elemento a tener en cuenta es el entendimiento político. Además de litigios fronterizos pendientes de resolución, en la agenda bilateral pesan asuntos delicados como Taiwán, Tibet (beneficiados por cierta complicidad india) o Cachemira (agasajada con la comprensión china), o las aspiraciones indias a un mayor papel en Naciones Unidas, anhelos que China no secunda. No obstante, cabe admitir cierta evolución y en ambos extremos pudiera llegarse pronto a un acuerdo. Con todo, la desconfianza mutua no será fácil de desactivar.
El tercer elemento es el estratégico. ¿Será capaz China de articular Asia como un poder regional? Ni Japón ni India aceptarán fácilmente un liderazgo chino, al menos si este se plantea en su forma tradicional. Cierto que aún estando ambos de acuerdo en rechazar una hipotética –y complicada- hegemonía china, las relaciones de ambas potencias con el mundo occidental son diferentes. A la alianza de Japón se contrapone la orfandad hindú posterior a la desintegración de la ex URSS. Rusia no ha ocupado ese lugar. Y EEUU es un recién llegado, aunque el principal objeto de su interés cuando se refiere a colaborar con India en la estabilización de Asia solo tiene una interpretación posible: como gestionar la desafiante emergencia de China. El acuerdo para el desarrollo de la energía nuclear con fines pacíficos es bien indicativo (China apoya la construcción de seis centrales nucleares en Pakistán), así como la apuesta por mantener su primacía en el intercambio comercial, tal como señaló Bush en su visita de marzo último.
En suma, el acercamiento parece deseable y posible en lo inmediato y, muy especialmente, en lo económico. En los temas de fondo y de futuro, la problemática a que ambos países se enfrentan es mucho mayor. En esa misma línea, la apuesta de Hu por fomentar el diálogo en Asia, en el caso de India, a diferencia de Japón, puede encontrar terreno abonado para apuntalar la diversidad civilizatoria que reivindica Beijing para no seguir a pies juntillas el modelo occidental. No obstante, aún compartiendo un similar rechazo a un mundo unipolar, sus regímenes son lo suficientemente diferentes como para verse obligados a salvar mutuamente las distancias.