China y Estados Unidos: el entendimiento estratégico como punto de partida Eduardo Tzili-Apango, Profesor investigador de la Universidad Autónoma Metropolitana-Xochimilco y fundador del Grupo de Estudios Sobre Eurasia

In Análisis, Política exterior by Director OPCh

El 2 de abril de 2024 Xi Jinping y Joe Biden sostuvieron una conversación telefónica en la que discutieron temas de interés bilateral y global. Dada la coyuntura competitiva entre China y Estados Unidos (EEUU), la cual influye y da forma a la política mundial contemporánea, el contenido de la llamada es importante para evaluar los procesos geopolíticos e internacionales que seguirán a la relación sino-estadounidense.

La narrativa utilizada por los líderes de ambos países permite entrever que, en efecto, la rivalidad sino-estadounidense se aleja cualitativamente del concepto de “Guerra fría”, última que se define como un estado de conflicto entre dos grandes potencias que no recurren al choque militar directo, sino a la confrontación económica y política, aunado a la “subsidiariedad” de pugnas militares vía terceros países.

En la llamada, Xi Jinping enfatizó al “entendimiento estratégico” como punto de partida para una gestión responsable del estado de competencia, misma que parece ser de común acuerdo, y que debe guiarse por los principios de valoración de la paz, priorización de la estabilidad y fomento de la credibilidad. Por su parte, Biden reconoció a la relación sino-estadounidense como la “relación bilateral de mayor alcance” en el mundo, además de reiterar que EEUU no busca involucrarse en una “nueva Guerra fría”, lo cual implica no fortalecer alianzas anti-China, ni cambiar el sistema político chino, así como tampoco promover el conflicto con China ni apoyar la “independencia de Taiwán”.

El entendimiento estratégico bilateral de aceptar el estado de competencia como el definidor de las relaciones bilaterales, no caracterizado por la búsqueda del conflicto –ni directo, ni indirecto–, o la confrontación de cualquier tipo, refleja precisamente un nuevo tipo de relación entre grandes potencias distinta de aquella que protagonizaron la Unión Soviética y Estados Unidos durante la Guerra fría. De este modo, parece más atinado hablar de la “Era de la Competencia Estratégica” entre China y Estados Unidos, la cual se distingue de la Guerra fría por la aceptación de la diferencia y la gestión de los problemas a partir de un reconocimiento “del otro” como equivalente en capacidades.

La competencia estratégica no es un concepto nuevo, pues, a decir de Stephanie Christine Winkleren en su artículo “Strategic Competition and US-China Relations: A Conceptual Analysis”, la idea nació en la era de la distensión de la Guerra fría (década de 1970), y retomó fuerza en el discurso político, particularmente estadounidense, a partir de la emisión de la “Estrategia de seguridad nacional” de Estados Unidos en 2017.

A grandes rasgos, la Era de la Competencia Estratégica se caracterizaría por una doble oferta de arreglos geopolíticos y geoeconómicos que, curiosamente, abonarían a la democracia internacional para la conformación de bloques de poder, definidos estos a su vez como los espacios con un claro liderazgo integral (léase: cultural, económico, ideológico, político, etc.) por parte de una potencia mundial. Ejemplos de estos son la Iniciativa de la Franja y la Ruta, la Estrategia del Indo-Pacífico, el Acuerdo Regional Económico Integral (RCEP por sus siglas en inglés), el Tratado Transpacífico, entre otros más.

La gestión de la competencia estribaría precisamente en que las grandes potencias se reconocen mutuamente y aceptan su condición de poder y jerarquía en el mundo, por lo que no intentan suprimirse una a la otra –como sucedió durante la Guerra fría–, si no más bien ampliar sus zonas de influencia para la consolidación de bloques de poder. La idea de competencia justo yace en aceptarla como regla del juego de poder internacional contemporáneo, en el que las potencias ofrecerán sentidos geopolíticos y culturales, beneficios económicos, arreglos comerciales, guías ideológicas, para que otros países se sumen a sus proyectos geopolíticos. Al final, el mundo se organizaría en dos grandes bloques de poder: el chino y el estadounidense.

De esta manera, el entendimiento estratégico equivaldría a un punto de partida para configurar efectivamente un nuevo tipo de relaciones internacionales, necesidad reconocida y promovida por el liderazgo chino. Pero, al mismo tiempo, se mantendría la esencia del “universalismo estadounidense” en el ordenamiento de las relaciones internacionales, lo que implica mantener a la democracia como eje regulador de las dinámicas globales, sobre todo por medio de las organizaciones internacionales, aunado a la priorización en la búsqueda y mantenimiento de la paz y estabilidad mundiales.

El único probable obstáculo al entendimiento estratégico sino-estadounidense es Taiwán, ya que aquí convergen dos principios geopolíticos antitéticos: el de “una sola China” frente al “universalismo democrático”. En la llamada telefónica Xi Jinping subrayó que Taiwán es la “primera línea roja” que no debe cruzarse en la relación sino-estadounidense, mientras que Biden se comprometió a respetar el principio de una sola China y a no apoyar la independencia de Taiwán. No obstante, la propuesta fiscal de Biden para el 2025 ha incluido la consideración de una partida de 100 millones de dólares para fortalecer el margen de maniobra geopolítica de Taiwán, además de que voces oficiales del gobierno estadounidense, como la del secretario adjunto de la Secretaría de Estado, Kurt Campbell, han llamado la atención sobre la necesidad de fortalecer la cooperación militar regional que involucre a Taiwán, como el Aukus. No hay duda de que el nuevo régimen de William Lai en Taipéi se enfrenta a un escenario geopolítico adverso en el que podría protagonizar el desentendimiento estratégico entre las dos grandes potencias del momento.