La visita de Shinzo Abe a China durante el pasado fin de semana ha satisfecho, moderadamente, las expectativas de los líderes de ambos países. Los preparativos del encuentro han llevado varios meses, aún bajo mandato de Koizumi, y han involucrado tanto a altos responsables del PCCh (Partido Comunista de China) y del PLD (Partido Liberal Democrático), como también a diferentes instancias gubernamentales a través de diálogos sectoriales en numerosos asuntos espinosos.
La rápida iniciativa de Abe ha recibido elogios en la capital china, convertida, por primera vez, en el primer destino de un jefe de gobierno japonés, evocando la clara intención de deshacer el enredo bilateral en que se han atascado sus relaciones desde 2001, tratando de acompasar al alza las relaciones políticas y económicas entre ambas potencias, hoy visiblemente maltrechas.
Los disensos que enfrentan a ambos países no son pocos ni poco profundos. Muchos de ellos arrancan del pasado reciente (desde la utilización de mujeres chinas como esclavas sexuales a la retirada de las armas químicas abandonadas en Manchuria, pasando por el inevitable y penoso asunto de las visitas al templo Yasukuni), mientras otros tienen que ver con el futuro inmediato (Taiwán, los contenciosos territoriales en el Mar de china meridional o por las islas Diaoyu/Senkaku). En el trasfondo, el futuro de la región, el liderazgo en Asia y los problemas de seguridad (incluyendo, claro está, la península coreana).
Abe tiene sus planes: quiere un mayor protagonismo internacional para Japón, acorde con su importancia económica, cuadrando el círculo, es decir, mejorando a un tiempo las relaciones con Beijing. Su anunciada “falta de complejos” en relación al comportamiento pasado de Tokio y sus declaraciones previas a la visita adhiriéndose al llamado “espíritu de Toiishi Murayama” (que alude a un reconocimiento explícito de la responsabilidad de Japón en el daño y sufrimiento causados a las poblaciones de numerosos países), parecen indicar una voluntad de entendimiento. Este es indispensable para afirmar su primer objetivo, pues sin una reconciliación con China y Corea del Sur, no será difícil que sus reformas (en primer lugar, de la Constitución, para poner fin a su declaración pacifista) provoquen el rechazo de sus vecinos e incrementen la hostilidad, dificultando sus aspiraciones, entre otras, a formar parte del Consejo de Seguridad de la ONU.
La visita de Abe a China puede suponer un punto de inflexión en las relaciones bilaterales. Beijing, en cualquier caso, no ha echado las campanas al vuelo, y queda a la espera de comprobar el “comportamiento futuro” de su vecino. La devolución de la visita ha sido aceptada, pero solo “en principio”. Ello dependerá de dos asuntos clave: la realización o no de visitas al templo Yasukuni (donde se venera a los fallecidos japoneses en combate, incluidos varios criminales de guerra) y la actitud hacia Taiwán. Respecto al primero, Abe no ha desvelado que postura adoptará, si bien los dirigentes chinos le han hecho saber con toda claridad lo que no desean ver. Por otra parte, en relación a Taiwán (Koizumi ya ha sido invitado por Chen Shui-bian a visitar la isla), China espera de Abe que contribuya a aislar a los soberanistas del PDP.
La importancia de Japón en la economía china ha descendido, convirtiéndose en 2005 en su tercer socio importador. Es la consecuencia de un lustro perdido, a pesar de que en todo ese periodo, el diálogo económico, incluso a nivel ministerial, no ha cesado. Pero los intercambios se han resentido. Entre los acuerdos adoptados en esta breve cumbre, se ha planteado un relanzamiento de los contactos comerciales.
La decisión de que expertos de ambos países inicien la investigación conjunta de la historia, ya a partir de este año, se orienta en la buena dirección. China y Japón son demasiado importantes en Asia –y en el mundo- como para vivir permanentemente lastrados por su pasado. Ello debiera ser complementado con el diálogo en materia de seguridad y defensa para así reforzar la confianza mutua ante los desafíos que en dicha materia alberga la región más dinámica del planeta en lo económico pero con hipotecas tan inmensas que cuestionan seriamente su estabilidad presente y futura.