Se reunieron en Bruselas las tres cumbres de Occidente (OTAN, G7 y la UE). Por si alguien tuviera dudas, ya tenemos certificación en toda regla del enemigo por antonomasia (Rusia). Treinta años después de la caída del muro de Berlín, por fin, un rival armado creíble para mantener prietas las filas, pero… ¿qué más? La sensación de “fin del mundo” que se percibe en Occidente como expresión de una acusada y progresiva decadencia, seguirá teniendo, pese a lo que estamos viendo, su reverso en Oriente. Procurando evitar distracciones, China prosigue su larga marcha para recuperar su estatus de normalidad histórica, el que se corresponde con la escala de sus dimensiones, mientras esta crisis es aprovechada para cosechar apoyos en ese Tercer Mundo a cada paso más indignado con la hipocresía y los dobles raseros de Occidente.
La reacción occidental ante un proceso que amenaza con quebrar su hegemonía de los últimos dos siglos se gesta por varios senderos: un sistema político en crisis, una economía que se rezaga, un salto tecnológico que no hegemoniza, el recurso a la presión belicista como opción desesperada… En ciertas capitales, quizá se vislumbra remotamente ya como única posibilidad forzar un desacoplamiento, es decir, desandar el impulso globalizador que ha permitido la incorporación de China al comercio global. La guerra de Ucrania facilitará –vía sanciones- el desacople de Rusia del mundo occidental, un ensayo de lo que podría ser el paso siguiente: el desacople de China con un argumento similar, el estallido de una guerra por Taiwán. Pero es complicado: a pesar de los pesares, aranceles y sanciones incluidas, el año pasado, el comercio bilateral sino-estadounidense siguió aumentando como también el descomunal déficit de la Casa Blanca (350 mil millones de dólares).
Mientras Occidente circula con luces de cruce, en Oriente, China hace tiempo que lleva puestas las luces largas. En 1820, China representaba el 32% del PIB global, hoy supera ya el 20%. El crecimiento previsto para este año, el 5,5%, sumaría algo más del valor del PIB de España. Por más que insistamos en imputarle crisis de todo signo desde hace años, lo cierto es que la transformación de su economía, pese a encarar graves dificultades, avanza a ritmo sostenido, con asignaturas como la ambiental, la tecnológica o la social progresando. La entrada en vigor del RCEP (Asociación Económica Integral Regional) este año, bajo la égida de Beijing, fortalecerá aun más su peso regional y global, sin que otros competidores estén a la altura. Firmada en noviembre de 2020, la RCEP agrupa a los 10 miembros de la ASEAN, así como a China, Japón, la República de Corea, Australia y Nueva Zelanda, cubriendo aproximadamente el 30 por ciento del PIB y la población mundiales. El ex vicepresidente del Banco Mundial Justin Lin Yifu está convencido de que en 2030, China dejará atrás a EEUU. Y será un golpe duro. Cabe esperar una década muy turbia…
Como hemos podido deducir de las tres cumbres de Bruselas, la ansiedad que sugiere toques a rebato para contener esta gigantesca traslación del poder, por el momento sin traducción en aspectos sustanciales de la gobernanza global, se sustenta en llamamientos al “renacimiento occidental” asociado a rearmes de todo tipo, también militares. El manido argumento de la seguridad, dispensado torpemente por Putin, tanto vale para un roto como para un descosido.
El mundo occidental no es todo el mundo ni tan solo el mundo que concentra o controla de forma absoluta el poder global. Los no alineados, en el ojo de China en esta crisis como demostró su activismo diplomático ante Sudáfrica, Argelia, India o la Conferencia Islámica, suman dos tercios de Naciones Unidas y también se están movilizando. Occidente aun cuenta con importantes resortes. EEUU sigue siendo un país líder en muchos campos. Sin embargo, este país, por sí solo, ya no es capaz de contener el ascenso chino. Consolidar su discurso de defensa a ultranza del orden liberal echando mano de la reedición de la Guerra Fría cuando China orilla esa disyuntiva apelando al desarrollo, incrementando su presencia e influencia en terceros países a la par que seduciendo con sus políticas al mundo desarrollado, no será tarea fácil. Si EEUU cerca a China con sus bases y alianzas militares, China avanzará atrayéndose a los desencantados de las promesas y estrategias occidentales.
En lo político, Occidente, muy escorado hacia el liberalismo conservador, con una socialdemocracia muy lejos de ser siquiera la sombra de lo que fue, ya no es para muchos el mundo de referencia. Donde aquí el mercado impera, allá se le gobierna; donde aquí las grandes empresas imponen sus condiciones a los gobiernos, allá se atan en corto; donde aquí el Estado renuncia a posicionarse en los sectores estratégicos para preservar un espacio rentable de lo público, allá los mantiene a buen recaudo dejando crecer al sector privado en los demás ámbitos; donde aquí avanza la pobreza y la desigualdad, allá se reducen; donde aquí perdemos bienestar y calidad de vida, allá se perciben mejoras graduales y sostenidas. Es todo eso lo que le permite pasar a segundo los déficits de su sistema político que dice afrontar siguiendo una vía alternativa.
Occidente no tiene que imitar a China, aunque no le iría mal algo de modestia para aprender en más de un aspecto. Pero necesitaríamos abordar una profunda introspección: mejorar la calidad de nuestra democracia, poner la economía al servicio del bien común, alargar el bienestar social, pacificar los conflictos, reestructurar la gobernanza global. Esa es la agenda. Pero no vamos por ahí.