Fue el 20 de noviembre cuando Henry Kissinger estuvo en Beijing en un foro organizado por Bloomberg y allí, en la capital china, señaló que Estados Unidos y China están «al pie de una guerra fría», y agregó que el conflicto podría ser peor que la Primera Guerra Mundial si se le dejara correr sin restricciones. Pocas semanas después sería el comienzo de la pandemia en Wuhan, lo que incrementaría ese peligroso andar de las dos mayores potencias económicas por el escenario de la confrontación. Kissinger, desde sus 96 años, siempre busca observar las relaciones entre ambos países con perspectiva estratégica. Para él, de una u otra forma, Estados Unidos y China andarán “pisándose los pies” en todos los continentes. Por eso, señala, es necesario un esfuerzo explícito de los dos lados para explicitar las causas políticas de fondo en esa tensión, junto con un compromiso de ambos en tratar de acotarlas.
Si Kissinger en su tiempo fue un negociador hábil e innovador en medio de la Guerra Fría de entonces, primero como Consejero de Seguridad Nacional y luego como Secretario de Estado, quién hoy le sucede en el cargo, Matt Pompeo, es lo opuesto. Reconocido como alguien inteligente a su paso por el Congreso, hoy olvida que el escenario de la diplomacia es construir cauces políticos frente a los conflictos. Es un atizador del fuego, en concordancia con el libreto de su superior, el presidente Trump, que ha encontrado en la confrontación con China la bandera de su campaña por la reelección. Pero eso lo resolverán los norteamericanos en noviembre, teniendo en cuenta se supone los más de 90 mil muertos que ya deja la pandemia en ese país.
La cuestión es otra. ¿Esta llamada Guerra Fría seguirá adelante más allá de la elección de noviembre? Tal vez llamarla así no sea lo más pertinente, pero las confrontaciones se seguirán dando entre ambas potencias. Los chinos, con su pensar largo, saben que si Trump es reelecto ya no estará al 2025, pero si existirán Estados Unidos y China. En tanto, para el resto del mundo, lo esencial es saber si ese G2 sabrá definir ciertas formas de convivencia política ante la compleja agenda global que se avecina. Por ahora el panorama es oscuro. China dice que hay cuestiones que son parte del “destino común de la humanidad”. Estados Unidos, en voz de Trump, señala: “El futuro no pertenece a los globalistas, sino a los patriotas”. Y en ello instala su creciente política contra lo multilateral: se retira del TPP, desconoce los acuerdos de Paris frente al cambio climático, ataca a la OMS, quiebra los acuerdos con Irán, entre otras acciones.
Hace un par de años, cuando las relaciones entre Estados Unidos y Rusia entraron en fuerte confrontación por la persistente crisis en Siria, el historiador especialista en la Guerra Fría, Odd Arne Westad, de la Universidad de Harvard, dijo que no es técnicamente posible hablar de una nueva versión de esa era. “El actual conflicto no está acompañado, como en la Guerra Fría original, de una pugna ideológica, una carrera armamentista a gran escala, una comunidad internacional dividida en dos bloques o la amenaza de una guerra nuclear total. Por el contrario, un mundo globalizado en términos de su economía y la tecnología de la información, junto con la existencia de otros actores internacionales de peso…auguran un mundo multipolar”, dijo Westad.
Trump no ha elegido a Rusia como el rival principal. Sabe que la potencia emergente es China, con una fuerza económica mayor a la que en su tiempo tuvo la Unión Soviética. Como señala Niall Ferguson, reconocido historiador británico del Instituto Hoover de Stanford University, “los cálculos históricos del producto interno bruto muestran que en ningún momento durante la Guerra Fría la economía soviética excedió el 44 por ciento de la de Estados Unidos. China ya ha superado a Estados Unidos en al menos un indicador, desde 2014: el PIB basado en la paridad del poder adquisitivo…El problema para Trump es que, después de haber comenzado esta Guerra Fría con una guerra comercial, ya no está en posición de simplemente apagarla cuando le convenga porque la cosa se ha intensificado en otros dominios.”
Hay un dato que Trump no ignora. Según una encuesta reciente del Pew Research Center solo el 26 % de los estadounidenses tiene una visión favorable de China. Hay una actitud negativa creciente: la visión desfavorable de China pasó de un 47 por ciento en 2018 a un 60 por ciento en 2019. Eso, por cierto, representa también un desafío de imagen pública muy importante para China, ya que demuestra como la tensión comercial y el discurso en Washington han logrado su propósito. Sin embargo, la imbricación de ambas economías es mayor a la que ningún otro par de países tuvieron en el pasado. China posee US$ 1,1 billones en bonos del Tesoro de Estados Unidos. Podría usarlos en parte como presión lanzándolos al mercado, pero debe cuidar el efecto boomerang que ello podría tener sobre su propia economía.
La reciente decisión del presidente Trump de prohibir a las compañías norteamericanas la venta de chips a las empresas teledigitales chinas, especialmente a Huawei, es ratificadora de los nuevos escenarios donde se darán las confrontaciones mayores. “Sería desastroso que China ganase la carrera por la supremacía cuántica, lo que podría dejar obsoleto el cifrado informático convencional”, ha dicho también Ferguson.
Desde el lado chino, Zhu Feng, director del Centro de Estudios Internacionales de la Universidad de Nanjing y coeditor con G. John Ikenbery, de Princeton University del libro “Estados Unidos, China y la lucha por el orden mundial”, cree que Trump exagera. “Washington ve a China como una fuerza que ha igualado, o incluso supera a Estados Unidos. Pero en realidad, Estados Unidos sigue siendo superior a China en muchas áreas, por lo que no es realista en sus evaluaciones de China. La reacción exagerada los lleva a percibir las relaciones con China exclusivamente de manera negativa», explica Zhu Feng.
El 20 de septiembre pasado, el Financial Times publicó que «Google afirma haber alcanzado la supremacía cuántica”, pero poco después IBM le cuestionó esa capacidad. ¿De qué se trata esta preocupación mayor, expresada por Ferguson. En dos palabras, la supremacía cuántica es la idea de que un ordenador altamente avanzado haga algo que sea imposible para un ordenador convencional del tipo práctico. Y alrededor de este poder vendrán las disputas futuras. Según la Organización Mundial de Propiedad Intelectual, entre 1970 y 2000 sólo tres países (Estados Unidos, Japón y Alemania) concentraron dos tercios de registros de patentes de todo el planeta. En su Informe oficial 2019 señala que “China parece explicar en gran medida la difusión mundial de las actividades de innovación científica y tecnológica”.
Innovación, conocimiento científico, inteligencia artificial, dominios en el ciberespacio, ciberseguridad, Internet de las cosas, teletrabajo, educación on line universal, ecotecnologías y cambio climático, son campos donde el péndulo del futuro se moverá entre confrontación o cooperación. Y allí se verá si es más fría o caliente lo que ahora llaman nueva Guerra Fría.
Para un país como Chile esto requerirá especial sabiduría en el manejo de sus relaciones internacionales. No es menor que el primer socio comercial sea China y el segundo Estados Unidos. Si uno está más lejos que el otro en lo geográfico, aquello dejará de ser importante en el ámbito digital, aunque el peso de lo cultural seguirá siendo determinante en la percepción de cercanías. Junto con seguir siendo militantes acérrimos del multilateralismo, también es esencial para Chile construir nuevas alianzas con esa lógica de futuro. Por ejemplo, articularse mucho más con Nueva Zelanda y Australia, siguiendo la huella del acuerdo de comercio digital firmado recientemente. Los tres países tienen acuerdo de libre comercio con China, los tres países mantienen un diálogo fuerte con Estados Unidos al hablar de seguridad. Para lo que viene no se podrá andar solo por la vida, como también habrá que diversificar los amigos.