Del olimpismo al feminismo, de Zhang Yimou a Peng Shuai Xulio Ríos es director del Observatorio de la Política China

In Análisis, Política exterior by Xulio Ríos

China afronta una primera e importante prueba en el año 2022 con la celebración de los JJOO de Invierno en Beijing, del 4 al 20 de febrero, recién iniciado el Año del Tigre. Todo está dispuesto, aunque dos amenazas preocupan. De una parte, el mantener a raya la pandemia siguiendo una estrategia de tolerancia cero que pone el acento en cortar a toda costa la propagación del virus; de otra, el eco que pueda tener el boicot diplomático promovido por EEUU y movilizado desde diversas instancias pero muy especialmente por la Interparlamentary Alliance on China (IPAC), un grupo de presión que postula la adopción de políticas más duras por parte de los gobiernos contra China.

El reconocido cineasta Zhang Yimou será el maestro de ceremonias. Lo fue también en 2008, cuando China solemnizó su regreso a la escena internacional afirmando su voluntad de transferir su creciente poder económico a la influencia estratégica global. Casi tres lustros después, la situación es sensiblemente diferente.

También entonces, el Partido Comunista de China debió afrontar episodios de denuncia y protesta en numerosos países por la situación de los derechos humanos, con el foco principal en la situación del Tíbet. Hoy, la agenda es más amplia, desde Xinjiang a Hong Kong o las tensiones con Taiwán. Un reflejo de que también la relación con Occidente es otra. En China, todo suena a pretexto con base en prejuicios ideológicos y políticos y retruca denunciando la falta de autoridad moral de Occidente para hablar de los derechos de la persona cuando sus gobiernos son incapaces de proteger la vida de cientos de miles de ciudadanos víctimas de la pandemia como consecuencia de primar  la economía.

En los últimos meses, el catalizador de la controversia fue la tenista Peng Shuai, quien “desapareció” tras denunciar haber sufrido violencia sexual por parte del alto dirigente Zhang Gaoli, quien, paradojas de la historia, encabezó en su día el grupo responsable de la preparación de estos JJOO de Invierno.

¿Una disputa amorosa o algo más?

Cuando en noviembre de 2021, Peng desató el escándalo en las redes, su denuncia fue rápidamente censurada. Además, se evaporó de la esfera pública durante semanas desatándose la especulación, interesada o no, sobre su paradero.  Para contrarrestar las especulaciones, hubo filtración de fotos primero, de mensajes después. La conversación virtual mantenida con el presidente del COI, Thomas Bach, fue considerada “insuficiente” para calmar la ansiedad informativa occidental. Mientras, impertérrito, Zhang Gaoli no dijo ni mu. A día de hoy, no consta que se haya abierto investigación formal alguna ya que Peng, al parecer, no presentó denuncia del caso. Es más, tras multiplicar sus apariciones, desmintió la acusación y exigió respeto para su vida privada.

El manto de sospecha sobre la situación real de Peng Shuai fue especialmente alimentado por la Federación Internacional de Tenis Femenino, paradójicamente presidida por un hombre, el estadounidense  Steve Simon, quien descalificó el valor de  imágenes, correos o conversaciones virtuales para pasar a exigir un diálogo directo con la tenista que nunca se produciría. Finalmente, se anunció  la retirada de los torneos de China. ¿Tenía o no Peng capacidad para expresarse o decidir libremente con quien hablar? Difícil saberlo a ciencia cierta. En cualquier caso, que un alto dignatario del Partido, cierto que retirado desde 2018, fuera objeto de acusaciones tan graves, era algo inaudito.

Para muchos, la tortuosa relación, no exenta de detalles sórdidos, mantenida durante varios años, había tocado techo y quizá alguien estaba a la espera de algo más que nunca llegaría. ¿Abuso sexual? ¿Reacción a la desesperada para mantener el idilio? Amor, abandono, frustración, cabreo… Quienes hemos vivido en China sabemos de lo convulso que acostumbran a resultar estos episodios no solo en función de las circunstancias personales o familiares sino también culturales.

Además de internacionalmente, a nivel interno, la denuncia de Peng provocó un gran revuelo. La censura no impidió la aparición de múltiples comentarios ni que el asunto llegara a estar en boca de todos, sin suponer amenaza alguna. En términos políticos, el caso podía ser aprovechado para atacar a Zhang Gaoli y, por extensión, también a la facción de Jiang Zemin, de la que forma parte, en severa pugna actualmente con el presidente Xi para impedir la liquidación de ciertos aspectos del legado de Deng Xiaoping. Pero la enjundia del asunto a estos efectos es relativa y más bien fútil.

EEUU, aludiendo al historial de detenciones arbitrarias de personas implicadas en casos controvertidos, exigió airadamente pruebas del paradero y del bienestar de la jugadora. Cierto que las “desapariciones temporales” no son un fenómeno extraño en China. Pasó no hace mucho con las actrices Zhao Wei o Fan Bingbing, también con el empresario Jack Ma. De un día para otro, figuras aduladas con el visto bueno de las autoridades, desaparecen del espacio público trasladando oficiosamente la impresión de su implicación en investigaciones relacionadas con asuntos que pueden ir desde la evasión fiscal a otros menesteres de mayor alcance, quizá político.

Durante semanas y mientras ignoramos tantos casos de tantas desapariciones claramente forzosas en numerosos países de todo el mundo, Peng acaparó portadas. Algo así como lo acontecido con el caso Djokovic en Australia mientras otros en situación similar llevan incluso años recluidos a la espera de regularizar su situación, cosa que  descubrimos y olvidamos en un mismo santiamén. Ni todas las desapariciones son iguales ni todas las personas valen lo mismo cuando oportunamente se interponen intereses adicionales.

Ciertamente, es difícil que la preocupación se calme cuando se resiste una forma efectiva de hablar abiertamente por parte de Peng sobre su caso. Entre el impacto psicológico de lo que la feminista Lü Pin, residente en Nueva York, califica de “imán irresistible del poder político” al que ninguna celebridad se puede sustraer y que finalmente puede llevar a Peng a negar incluso la existencia misma de cualquier agresión sexual y su dimensión efectiva, hay un tránsito a ponderar que hoy aun no estamos en condiciones de evaluar en rigor. En cualquier caso, el manto de la censura refuerza la inmunidad de un miembro eminente de la clase política, por añadidura en un contexto tradicionalmente patriarcal.

Feminismo flojo

El caso Peng también ha permitido tomar el pulso a la evolución de las ideas feministas en China, constatar como estas impregnan progresivamente la sociedad y cómo reaccionan ante ello las autoridades. De entrada, el movimiento feminista en si es percibido como “flojo” y está muy lejos de representar el mismo nivel de preocupación que otros tipos de activismo. Lo que inquieta realmente es en qué medida su existencia y demandas puede afectar a la viabilidad del discurso dominante acerca del matrimonio y la procreación en un momento en que resulta fundamental relanzar la natalidad. China vive un preocupante declive demográfico con un nivel de envejecimiento más rápido de lo esperado. El panorama descrito recientemente por la Oficina de Estadísticas china señala, por ejemplo, que el país tuvo 10,62 millones de nacimientos en 2021, lo que representa una caída del 11,5% frente a los 12 millones del año anterior. La tasa de natalidad ha descendido por quinto año consecutivo.

Aún así, en el último año, muchas voces del feminismo en China han sido progresivamente reducidas al silencio, eclipsando sobre todo su presencia en la red Weibo, el principal medio de expresión. Es en las redes donde se venía reflejando una importante actividad contra la discriminación sexual, la violencia conyugal, denuncia de obstrucciones al divorcio o los estereotipos sexistas, aspectos que concitan las preocupaciones primeras e inmediatas de este colectivo.

En la perspectiva oficial, la concepción de una familia estable se asocia a la necesidad de preservar la institución del matrimonio y de favorecer la procreación, un enfoque que parece tener aun por delante un futuro prometedor.

¿Boicot diplomático?

El caso Peng Shuai surgió en un momento de gran inoportunidad para el liderazgo chino. A pesar de las reiteradas declaraciones tranquilizadoras de la tenista, el affaire, hoy prácticamente olvidado, se estiró para añadir un elemento más al proceso de afear la imagen del país organizador de los JJOO de Invierno y argumentar así más eficazmente los llamamientos al boicot por parte del mundo occidental.

La invocación de los derechos humanos, convertidos en ariete ideológico de la nueva guerra fría en ciernes, parte aguas otra vez aunque los agujeros negros de quien blande el dedo acusador no son pocos ni banales (desde Guantánamo a las cárceles secretas de la CIA por no hablar del racismo estructural o su especialidad, las guerras a tutiplén, etc.). Nunca percibiremos igual preocupación cuando nuestros clubes de fútbol se van a disputar la Supercopa nada menos que a Arabia Saudita o de cara al Mundial de la FIFA que acogerá Catar a finales de año.

Se ignora cuántos países se sumarán al boicot diplomático que EEUU ya ha anunciado mientras presiona a otras capitales para que imiten su decisión. Hay que elegir bando. Caer en ese juego, no obstante, difícilmente contribuirá a mejorar la situación de los derechos humanos en China y probablemente más a reforzar su nacionalismo, blindar el sistema situando la seguridad política como principal urgencia y quemar puentes de diálogo cuyo tránsito, a medio plazo, sería más efectivo.