El Secretario de Estado Antony Blinken pronunció el 26 de Mayo en la Universidad George Washington un importante discurso para señalar el guión de la actual Administración Biden a propósito de China. De entrada, si lo comparamos con la invectiva del vicepresidente Mike Pence en el Instituto Hudson en 2018, la alocución de Blinken exhibe otro tono, mucho más contenido y moderado aunque la firmeza de fondo no cambia.
Enfoques principales
Varias ideas sugerentes estructuran dicho guión básico. Primero, el énfasis en la diplomacia como herramienta clave para enfrentar los desafíos actuales, de forma que esta constituye el epicentro de la política exterior de los EEUU.
Segundo, la defensa del orden internacional basado en reglas cuya razón de ser se remite a la Carta de ONU y sus desarrollos, incluidos los derechos humanos. Washington se proclama líder de aquellas naciones que comparten dichos valores e intereses.
Tercero, califica a China como “el desafío más serio a largo plazo para el orden internacional”, asegurando que es “el único país que tiene tanto la intención como el poder para remodelar el orden internacional” en una perspectiva que “nos alejaría de esos valores universales” que han abanderado el progreso mundial en las últimas décadas.
Cuarto, EEUU no busca “un conflicto ni una nueva Guerra Fría” con China. Tampoco busca “bloquearla en su papel de gran potencia”, ni impedir que “su economía progrese”.
Quinto, reconoce que China es una potencia mundial con un alcance, influencia y ambición “extraordinarios” pero también con una agenda “represiva en el interior y agresiva en el exterior” que es “preocupante” y no confía en que “cambie su trayectoria”. Es por ello que aspira a configurar “el entorno estratégico en torno a Beijing para hacer avanzar nuestra visión de un sistema internacional abierto e integrador”.
Sexto, la estrategia a seguir por la actual Administración, se resume en la tríada “invertir, alinear, competir”. Partiendo del reconocimiento de que los EEUU se han quedado atrás en aspectos importantes (desde la industria, la tecnología o las infraestructuras, educación, etc.), se reafirma la voluntad de revertir esta situación. Asimismo, aliados y socios deben estar unidos, en primer lugar, para “promover una visión compartida” que tendrá como referencia básica la región del Indo-Pacífico con su IPEF (Marco Económico Indo-Pacífico para la Prosperidad) y QUAD (Australia, Japón, India, y EEUU), además del AUKUS (Con Australia y Reino Unido). Además, se enfatiza el alineamiento “a través del Atlántico”, erigiendo la alianza con la UE y la revitalización de la OTAN como pilares clave. En cuanto a la competencia, se postula la superación de China en áreas clave, se trabaja en la definición de herramientas para proteger la competitividad, en especial la tecnológica, apelando a la comprensión de la comunidad empresarial, y se enfatiza una defensa a ultranza de sus propios intereses económicos. Al mismo tiempo, asegura que “no quiere separar la economía china de la nuestra ni de la economía mundial” pero siempre salvaguardando “nuestra seguridad nacional”.
Séptimo, en el orden de la defensa, el enfoque será la “disuasión integrada”, llamada a asegurar que todo su arsenal (convencional, nuclear, espacial e informativo) se halle en permanente posición de vanguardia, evolucionando hacia sistemas asimétricos que tengan en cuenta el perfil de los conflictos del siglo XXI.
Por último, EEUU “reaccionará positivamente” si China “adopta medidas concretas para abordar las preocupaciones” expresadas.
Enunciados positivos
Colaboraremos, dice Blinken, “donde confluyan nuestros intereses” y cita a modo de ejemplo el cambio climático o la pandemias, la no proliferación o el control de armas (asegurando que quieren mantener las reglas y tratados), la coordinación macroeconómica, la seguridad alimentaria, la lucha contra los narcóticos ilegales e ilícitos, etc.
Admite que la transformación de China se debe, en primer lugar, al esfuerzo de su propia sociedad, y efectúa un reconocimiento explícito de los chinos americanos formulando una clara advertencia hacia el racismo anti-chino que prolifera en los EEUU, manifestándose a favor de mantener y preservar los lazos económicos y personales que conectan a ambos países.
Importante también es que la admisión de las “profundas diferencias” que separan ideológicamente a los respectivos regímenes se complementa con el reconocimiento de “no pretender transformar el sistema político chino” aunque reivindica la superioridad de la democracia estadounidense.
Por último, enfatiza la importancia de la prioridad a “las comunicaciones de crisis y a las medidas de reducción de riesgos”.
Incoherencias y contradicciones: Nada como predicar con el ejemplo
La evaluación crítica de la política anunciada por el secretario de Estado Blinken ofrece algunas incoherencias y contradicciones destacadas. Como cuando dice que su acción diplomática pretende garantizar que “los países deben ser libres para tomar sus propias decisiones soberanas”, cuando tantas veces los EEUU han actuado en sentido contrario (como cuando presionó a la presidenta hondureña Xiomara Castro para que no reconociera diplomáticamente a Beijing). O cuando condena la “coerción económica”, precisamente partiendo de un país como los EEUU que aun mantienen un embargo hacia Cuba que va camino de las seis décadas. O cuando dice que “no se trata de obligar a los países a elegir”, cuando ejerce presiones un día sí y otro también para evitar que los gobiernos, por ejemplo, accedan al 5G de Huawei o participen en acuerdos con China de la naturaleza que sean. O cuando asegura que no pretende establecer una nueva Guerra Fría al tiempo que promueve una nueva divisoria ideológica entre países que considera democráticos y otros que no. O cuando su “orden basado en reglas” sepulta constantemente la legalidad internacional, por ejemplo, cuando reconoce a Jerusalén como capital de Israel. O incluso cuando habla de derechos humanos, y se desentiende de Guantánamo, pongamos por caso, o critica los controles de China a su propia población, cuando las denuncias de E. Snowden nos alertaron de la magnitud del control efectuado por las agencias estadounidenses que alcanzan, por cierto, a los ciudadanos de todo el mundo….
Un capítulo especial merece Taiwán. Primero, porque la defensa de la enunciada política de una sola China de Washington se fundamenta en la negación de facto del principio de una sola China. Segundo, porque cuando afirma que China cambia el statu quo en la región al realizar maniobras militares cerca de Taiwán, pasa por alto que sus aviones circundan la zona de identificación de defensa aérea, que no es espacio aéreo de Taiwán, o que EEUU lleva a cabo ejercicios militares de forma constante con muchos países de la región, incluidas las RIMPAC, conocidos como los más grandes ejercicios de guerra marítima del mundo. Además, ya no solo se imagina a Taiwán como el “portaaviones insumergible” que dijera Douglas MacArthur sino como un “erizo” atiborrado de misiles para mayor beneficio del complejo militar-industrial estadounidense. Paradójicamente, la máxima aplicada es la receta de los republicanos ante las matanzas de escolares: “a más armas, más seguridad”. Esa lógica, en Taiwán solo puede llevar a la escalada del conflicto. Y todos, China también, deben hacer más por apaciguar y encauzar las tensiones.
Las políticas chinas, tanto interior como exterior, tienen indudablemente también sus muchos problemas, pero al abordar sus deficiencias debiéramos admitir igualmente nuestras carencias y trascender el halo de superioridad que siempre inspira ese enfoque hegemónico que musita nuestra catequesis. Ese mundo en blanco y negro que nos dibuja Blinken sí que es un cuento chino.
¿Es inevitable el conflicto?
Dice Blinken que la diplomacia de los EEUU “se basa en el respeto a los intereses de los demás”. No es verdad. Se basa en la imposición de sus intereses a los de los demás. Esa es la regla principal de su visión del orden internacional. Y esa se antoja una razón suficiente para poner en cuestión su principio de que “no hay ninguna razón por la que no puedan coexistir pacíficamente”.
Washington (y la UE y otros aliados principales) harían bien en aceptar que como recoge en su discurso, esta “China de hoy es muy diferente de la China de hace 50 años”, cuando estaba “aislada y luchaba contra la pobreza y el hambre generalizados”. Es la segunda economía del mundo y tiene un proyecto propio, soberano. Dadas sus dimensiones, su aporte a la sociedad internacional no se puede ignorar y es indispensable habilitar un diálogo constructivo que facilite la asunción de compromisos que permitan avanzar en la definición de un orden internacional compartido y adaptado a las nuevas realidades y necesidades globales. China está de regreso en el poder mundial. Con una u otra política, la Casa Blanca tendrá difícil evitarlo.
“La competencia no tiene por qué desembocar en conflicto”, dijo en su discurso, y es verdad, siempre y cuando ambas partes primen el diálogo en el arbitrio de soluciones a las diferencias. Lo contrario, nos llevará al duelo, tesitura que ahora mismo parece imperar. Así que lo primero es hablar, más, mucho más.