¿Es China un enemigo de los EEUU de Biden? Xulio Ríos es director del Observatorio de la Política China

In Análisis, Política exterior by Xulio Ríos

Podríamos contextualizar la más reciente política de EEUU hacia China entre dos discursos, el del vicepresidente Mike Pence en el Instituto Hudson en 2018 y el del secretario de Estado Mike Pompeo en la Biblioteca Nixon en 2020. Ambos desarrollan en cierta medida la Estrategia de Seguridad Nacional de 2017. El mensaje es claro y doble: China es la principal amenaza a la hegemonía estadounidense y para preservarla es imprescindible incrementar la presión sobre su sistema político, y más preciso aún, contra su columna vertebral, el Partido Comunista. La praxis de la Administración Trump en los últimos cuatro años nos remite a estas coordenadas. ¿Compartirá Joe Biden el mismo criterio?

Lo primero es el diagnóstico. La cuestión central es definir si nos hallamos ante una confrontación ideológica y estratégica existencial. Y esto nos lleva a definir qué clase de potencia será China en los años venideros. Indudablemente, China acaricia el tránsito final de su proceso de modernización, que arranca no de hace cuatro años ni de cuarenta, sino bastantes más años atrás. Cuando algunos se sorprenden de los avances tecnológicos de China y los explican básicamente por el pirateo, hay que recordar el programa de las cuatro modernizaciones, que incluyen la ciencia y tecnología, y que se remonta a los años sesenta. Como también la modernización militar, y en especial de su Armada, que no solo tiene en cuenta los actuales diferendos del Mar de China meridional o de Taiwán sino también el hecho de que en el pasado las invasiones, principalmente occidentales por cierto, que agravaron su decadencia, llegaron por mar.

Por sus dimensiones territoriales, demográficas, etc., la estabilidad en China conjugada con un proyecto que enhebre sus diferentes trayectorias le aporta un potencial transformador no solo de su propia realidad sino también de la global. En consecuencia, es lógico pensar que a un país de estas características le cabe desempeñar un papel global no marginal, como ha ocurrido en la práctica totalidad del siglo XX.

La insistencia china en asociar la defensa de su soberanía a un proyecto civilizatorio genuino que no solo tiene en cuenta sus bases culturales sino también ideológicas, tamizadas por una adaptación que se resume en la vigencia por doquier de las “características chinas”, despierta inquietud en las capitales occidentales. Mientras unos aun confían en que la evolución sistémica conduzca a una homologación progresiva al ritmo que fuese, otros advierten que la rivalidad es inevitable y que cuanto más poder acumule China más se hará irreversible. Lo cierto es que China aun participando de cierto ascendente socializante no ha mostrado propósitos mesiánicos y su interés en los asuntos globales ha sido estimulado en gran medida por las propias potencias de Occidente, bien es verdad que defraudada al constatar que China optaba por defender sus propios puntos de vista, no siempre coincidentes con los de la “comunidad internacional”.

También debemos reconocer que aunque China se alce en los próximos años en la cima del PIB mundial, sus taras internas son de tal calibre que aun precisará décadas para mejorar otros índices determinantes, empezando por el desarrollo humano (85 en el ranking, 2019). Por tanto, si bien es verdad que el estatus mundial de EEUU está abocado a una disminución progresiva, la hipótesis de una alternancia hegemónica en el orden internacional producto de la desmesurada ambición china debiera ceder a la visión de un orden multipolar en el que varios actores, incluida la UE, están llamados a encarar una acción y un destino compartidos.

En coherencia con la lógica interna de la confrontación que aupó el trumpismo en la política estadounidense, Washington azuzó la confrontación en el plano global como expresión de su angustia existencial. El balance es lamentable. En los cuatro años de Trump, todos hemos perdido.

Biden: ¿circunvalación o qué?

Lidiar con China será un asunto vital en la agenda de la Casa Blanca post-Trump. Hay un consenso bipartidista al respecto y es probable que Biden cambie las formas pero no el fondo, se comenta por doquier. El presidente demócrata, sin duda, lo tendrá más fácil para sumar a otros países en una coalición que aúne poder económico, valores y seguridad, que podrían acompañarse de una intensificación de las represalias de todo tipo hacia Beijing en un escenario capaz de abocarnos a repetir la guerra fría del siglo XX, una disyuntiva maniquea entre el bien y el mal.

Si definimos el presente como “la última amenaza de la historia para la civilización occidental”, indudablemente debiéramos hacer avanzar la “gran desintegración del imperio comunista chino”; si por el contrario, reconocemos nuestras diferencias, actualizamos reglas y definimos los parámetros de la convivencia y de una actuación conjunta ante los graves problemas globales que enfrentará la humanidad en el presente siglo, la opción sería la opuesta.

Una versión edulcorada del trumpismo sin Trump más alianza antichina (incluyendo la militar con el desarrollo del QUAD, Diálogo Cuadrilateral de Seguridad) puede complicar las cosas al gigante asiático pero igualmente alimentar su radicalización y/o acelerar su despegue.

Solo cabe esperar que Joe Biden y su equipo presten oídos a las opiniones expresadas, por ejemplo, el 3 de julio de 2019 en el Washington Post por personalidades estadounidenses, antiguos diplomáticos, sinólogos e investigadores, encabezados, entre otros, por el recientemente fallecido Ezra Vogel, todos ellos tan patriotas como los seguidores de Trump, que en una carta abierta titulaban con rotundidad: “China no es un enemigo”.

En sus consejos para acertar no hay secreto: 1) Privilegiar las coaliciones sólidas y duraderas; 2) Aprehender mejor las intenciones de China, sus objetivos y su comportamiento; 3) Asegurarse de que los instrumentos ideados por Estados Unidos y sus aliados corresponden a sus objetivos e intereses políticos; 4) Reforzar la capacidad de EEUU para servir de modelo a terceros; 5) Privilegiar la cooperación con terceros y con las organizaciones internacionales antes que la estrategia contraproducente  orientada a frenar la inserción de China en el mundo. Esa es la hoja de ruta racional y lógica. Ojalá la nueva Administración de EEUU se deje influir.