La influencia china en Camboya: ¿se está convirtiendo en “Xihanoukville”? Bienvenido Tingyi Chen Weng es estudiante del Grado de Relaciones Internacionales en la UCM y realiza prácticas en el OPCh

In Análisis, Política exterior by Xulio Ríos

Quizás no haya otro país en el mundo donde el impacto del ascenso de China se note más que en Camboya. El mejor ejemplo de ello es Sihanoukville. Lo que hasta hace menos de dos décadas era una pequeña ciudad costera situada en el sur de Camboya y paraíso para los mochileros, hoy se ha convertido en un centro de juego y turismo chino.

La influencia china se puede palpar en cada punto de esta ciudad y cuando uno camina por sus calles, resulta prácticamente imposible encontrarse con un cartel que no esté en chino. La mayor apertura del país a las inversiones extranjeras ha atraído a numerosos inversores chinos que aprovechando unas leyes relativamente laxas, han abierto casinos –superando en número a los de Macao–, hoteles, restaurantes y karaokes. Se estima que alrededor del 90% de los negocios en esta ciudad está en manos de los chinos.

Al igual que la presencia china en Sihanoukville, las relaciones bilaterales han crecido exponencialmente durante las últimas dos décadas. A pesar de las diferencias surgidas por el apoyo chino a los jemeres rojos, tras el golpe perpetrado en 1997, China decidió apoyar a Hun Sen –que aún sigue en el poder– y su Partido Popular de Camboya (PPC) compensando los diez millones de dólares en ayuda que el país había dejado de recibir por las sanciones de los países occidentales. Desde entonces, China ha compensado con ayudas económicas las sanciones occidentales.

El ascenso de la influencia china en Camboya ha sido meteórico. En los últimos años, se ha convertido en el principal inversor extranjero, el principal donante de ayuda, el principal socio comercial y la primera fuente de turistas extranjeros. La gran capacidad económica y la adherencia china al respeto de la soberanía y la “no interferencia” en asuntos internos resulta muy atractiva para Hun Sen que, ya en un discurso de 2006, señalaba que “China habla poco, pero hace mucho”.

A cambio de la generosa contribución económica china, Camboya le ha devuelto el favor a través del apoyo político. Esto se ha traducido en la deportación de uigures o miembros de Falun Gong, la prohibición de la entrada al país del Dalai Lama o, más importante aún, en un apoyo fundamental dentro de la ASEAN. En 2012, bloqueó una declaración institucional para condenar el comportamiento de Beijing en el Mar de China Meridional y, en la reunión en Laos de 2016, jugó un papel similar.

¿También lazos militares?

Camboya ha sido un histórico aliado de China, pero durante los últimos años han aumentado las sospechas occidentales sobre un posible trasvase de los lazos políticos y la creciente dependencia económica hacia una alianza militar. Tres hechos recientes fundamentan este temor.

En primer lugar, Camboya suspendió en 2017 su participación en el Angkor Sentinel, unos ejercicios militares conjuntos con Estados Unidos que venían haciéndose desde 2010. La razón esgrimida por las autoridades camboyanas fue la necesidad de tener las tropas disponibles para una guerra contra las drogas y para las elecciones que se iban a celebrar en el país.

En segundo lugar, según unas imágenes publicadas por el think tank estadounidense Centre for Strategic & International Studies (CSIS), Camboya demolió el pasado mes de octubre una instalación construida por Estados Unidos en la base naval más grande del país –la base Ream–, lo que ha generado grandes sospechas en Washington sobre un posible acceso de China a la base. El Wall Street Journal incluso llegó a señalar la firma de un acuerdo bilateral secreto con China que garantizaría su uso militar exclusivo. Un año antes, Estados Unidos habría ofrecido al país reparar la base naval.

El tercer hecho –y el que más temor suscita en los países occidentales– es el proyecto chino de Dara Sakor. Este proyecto turístico de 3.800 millones de dólares ocuparía el 20% de la costa de Camboya en la provincia de Koh Kong y estaría controlado por una empresa china –Union Development Group (UDG)– que tiene un contrato de arrendamiento por 99 años. UDG planea la construcción de un enorme centro turístico, un aeropuerto internacional, centrales eléctricas, un puerto de aguas profundas y un polígono industrial.

Para los críticos, este proyecto es demasiado bueno para ser verdad. Por un lado, el puerto de aguas profundas concebido para recibir grandes cruceros llenos de turistas chinos, según señalan algunos expertos, también tendría capacidad para recibir cualquier nave de la Armada china. Asimismo, señalan que la pista del aeropuerto planeado es demasiado larga para ser exclusivamente de uso civil, pudiendo tener la finalidad última de albergar aeronaves del Ejército Popular de Liberación.

A pesar de que tanto Camboya como China han rechazado reiteradamente las acusaciones, Estados Unidos sospecha que la Iniciativa de la Franja y la Ruta para construir puertos y otras infraestructuras en lugares estratégicos como Sri Lanka, Pakistán o Myanmar sirva como allanamiento del camino para que China establezca más bases militares en el extranjero, además de la que ya dispone en Yibuti.

Hasta hace poco, Camboya era un pequeño país sin excesiva importancia, pero la creciente competición sino-estadounidense –cuya pugna se proyecta principalmente en la región de Asia-Pacífico– ha generado un mayor interés por la nación jemer.

Muchos críticos han calificado al país jemer como un Estado “vasallo” del Imperio del Centro y un exdiplomático singapurense incluso ha señalado la necesidad de expulsar a Camboya y Laos de la ASEAN, dada la ausencia de independencia en la toma de decisiones debido la influencia política china.

No obstante, las sanciones occidentales, hasta ahora, sólo han servido para acercar a Camboya más a la esfera de influencia china. Por ejemplo, tras la purga de la oposición a mediados de la década pasada y las fraudulentas elecciones de 2018 –donde el PPC consiguió todos los asientos de la Asamblea Nacional–, los países occidentales se apresuraron a imponer sanciones, como la decisión de la UE de excluir parcialmente a Camboya del trato preferencial en virtud del “todo menos armas” (EBA en sus siglas en inglés), por el cual tenía un acceso libre de aranceles al mercado europeo.

Según Uch Leang, investigador del Instituto de Relaciones Internacionales de Camboya, esta sanción no responde únicamente a los derechos humanos, sino que también busca presionar a Camboya para establecer un obstáculo a las ambiciones chinas. Sin embargo, el resultado ha sido totalmente el contrario. Con la aceleración de las negociaciones del Tratado de Libre Comercio China-Camboya que concluyó con su firma en octubre de 2020, la dependencia hacia China incluso ha aumentado.

No cabe duda de que Camboya continuará siendo un aliado incondicional de China en el futuro próximo, pero si países como Japón –que también “habla poco y hace mucho”–, redoblan sus esfuerzos económicos para reducir la dependencia económica de China, la nación jemer podría acercarse paulatinamente a un equilibrio entre potencias tal y como ocurre en otros países del Sudeste Asiático.

Un primer paso ya se ha dado por el gobierno de Hun Sen, al decidir únicamente comprar vacunas a través del programa Covax de la Organización mundial de la Salud (OMS) y no directamente a China.

Sovinda Po, investigador principal del Instituto Camboyano para la Cooperación y la Paz y candidato a doctor en la Universidad Grith de Australia, señala que la renuencia del país a aceptar las vacunas chinas es una señal a los países occidentales para reconsiderar su posición sobre Camboya y que, a pesar de que el país se acerque a China, eso no significa que siempre vayan a ser receptivos.