Los presidentes estadounidense y chino, Joe Biden y Xi Jinping, se reunieron en Bali en el marco del G20. Había expectación por el encuentro en la medida en que sus conclusiones podrían servir de brújula para los meses venideros no solo en el plano bilateral sino global, habida cuenta de la relevancia de ambos actores, con una economía mundial que se tambalea por doquier. No hubo comunicado conjunto tras el largo coloquio pero si algunas indicaciones, a priori, relevantes.
Biden vino a decir: que no apuesta por una guerra fría con China, no establecerá alianzas contra China, no apoya la independencia de Taiwán y no quiere un conflicto con China, tampoco busca el desacoplamiento de ambas economías o el cambio de su sistema político. Todo ello sonaría a música celestial para los oídos del presidente chino….
Xi, por su parte, aclaró que lo de Taiwán (apuntado como el núcleo mismo de sus intereses centrales) es un asunto interno, que la contraposición entre democracia y autoritarismo es interesada y persigue la creación de bloques antagónicos, que no persigue instituir una nueva hegemonía ni cambiar el orden internacional.
Tras la fijación reciproca de las “líneas rojas” y un tono que invita a apaciguar los ánimos, la sensación general es de una apuesta por moderar las tensiones, una mesura que no equivale a superación sino, más bien, a un afán de canalización para evitar desbordamientos. Esto implica, en primer lugar, un esfuerzo conjunto por poner freno al incesante deterioro de los vínculos y, segundo, la búsqueda de mecanismos para trabajar en las áreas donde es posible cierto nivel de cooperación (desde la seguridad sanitaria o alimentaria al cambio climático o la estabilidad financiera).
Pese a ello, los hándicaps son inocultables: de una parte, EEUU no cejará en su empeño en denunciar las violaciones de derechos humanos, las operaciones de “libertad de navegación” en el mar de China meridional y el estrecho de Taiwán, las restricciones a la alta tecnología, la insistencia en reducir la dependencia respecto a las cadenas de suministro chinas, o, en el plano multilateral, multiplicando las ofertas económicas para atraer aliados (Marco Económico para el Indo-Pacífico) al tiempo que auspicia alianzas de seguridad y estratégicas (desde el AUKUS al QUAD) con la mirada puesta en China.
Por su parte, China, tampoco moderará sus ínfulas aunque el envoltorio sea diferente. En lo ideológico, seguirá insistiendo en rechazar la política de bloques que tratará de desarmar con sus propuestas en desarrollo, cuestión que sigue al frente de sus preocupaciones, ya sea en el ámbito interno o global. Y la región inmediata será su campo de pruebas predilecto con el impulso a la RCEP (Asociación Económica Integral Regional) como mascarón de proa. En 2021, el comercio con los países de ASEAN aumentó un 28 por ciento, ascendiendo a 878 mil millones de dólares, casi el doble de los 441 mil millones que ejecutó EEUU.
Estas dinámicas van a persistir y está por ver el nivel de afectación a la relación comercial bilateral. Cabe recordar que, en 2021, el excedente comercial de China con EEUU ascendió a 396 mil millones de dólares, sin que se haya resentido, al contrario, de las múltiples trabas dispuestas por Washington.
Habrá que seguir de cerca la evolución de los diálogos múltiples (político, financiero, seguridad, estratégico, quizá también en asuntos militares….) que se abrirán a partir de enero, con la visita de Antony Blinken a Beijing, pero el primer efecto es ya cierto nivel de estabilización.
La apertura de esta especie de “tiempo muerto” ha tenido un impacto ya perceptible igualmente en la adopción de un tono similar en los encuentros mantenidos con otros líderes (Japón, Australia o la UE…) con quienes podría anticiparse una reanudación del diálogo constructivo a más niveles. Puede que sutil de más para calificar de holgado el espacio abierto para la diplomacia pero, sin duda, es exponente de cierto acercamiento.
La moderación del optimismo obedece también a acciones concretas como la visita de la vicepresidenta Kamala Harris (con quien Xi se reunió también en Bangkok) a la isla de Palawan, cerca de las disputadas Spratly; o de las invectivas legislativas proponiendo planes preventivos de sanciones para castigar a Beijing; o la persistencia de las estrategias para contener a China o socavar su influencia allá donde sea posible.
De parte china, el espejo puede ser la actitud hacia Taiwán, que ocupó buena parte de la discusión Xi-Biden. El horizonte que se abre hasta 2024, cuando se celebren elecciones presidenciales en la isla, es muy delicado para China. Xi no se quedará de brazos cruzados, por lo que cabe esperar una intensificación de las tensiones que podría afectar a lo logrado en Bali.
El giro auspiciado por ambos líderes pudiera responder, en primer lugar, al deterioro de las perspectivas económicas internas. A ambos conviene una distensión táctica. La reaparición de Xi, tras más de dos años recluido tras la Gran Muralla, visiblemente ejerciendo como un igual de Biden en el tablero mundial, le ha permitido cambiar el paso y establecer quizá las bases de un nuevo equilibrio bilateral.
A mayores, cabría reconocer que Olaf Scholz se adelantó a Biden a la hora de tender puentes con Xi. Fue muy criticado por ello, recriminaciones ausentes cuando el protagonista es el titular de la Casa Blanca.
(Para el Diario Público)