Ucrania, China y el imperativo de los eventos Alfredo Toro Hardy es diplomático retirado, académico y autor venezolano.

In Análisis, Política exterior by Xulio Ríos

Una vez le preguntaron al Primer Ministro británico Harold Macmillan, por allá en los años sesenta, qué era lo más difícil de su trabajo. Su repuesta fue contundente: ¡Los eventos, los eventos! Con ello se refería a los acontecimientos inesperados que todo lo alteran y que obligan a sustraer la atención de cualquier curso planificado de acción. Estados Unidos ha vivido en estas últimas semanas el impacto de los eventos. Ellos podrían obligarlo a tener que dejar de lado lo que durante sus últimos tres períodos presidenciales ha constituido su prioridad estratégica: La contención a China.  

         Desde el primer período de Barak Obama, Estados Unidos ha evidenciado, en efecto, una clara consistencia de propósito en su objetivo de frenar el avance de China. Aún careciendo de un mapa de ruta articulado en relación a este objetivo, Obama, Trump y Biden han seguido la misma dirección. Ello en si mismo resulta un hecho extraordinario en una sociedad tan políticamente fracturada como aquella. Tan claro parecía este propósito que Biden no dudó en asumir los costos de la salida de Afganistán, para poder concentrarse en lo  que realmente era importante: Mantener a raya a China. Sin embargo, el imperativo inexorable de los eventos bien podría forzar a Washington a un cambio radical de prioridades. La posibilidad de una invasión a Ucrania por parte de Rusia podría pasar a absorber por tiempo indefinido la atención fundamental de esa capital en política exterior, generando el opacar inevitable del escenario chino. 

         Los eventos a los que tanto temía Macmillan suelen usualmente surgir de dos maneras. En primer lugar como expresión de lo que en la actualidad se conoce como “cisnes negros”, término acuñado por Nassim Nicholas Taleb en un libro célebre publicado en 2007. Estos tendrían tres características: Se trataría de fenómenos que va a contracorriente de las expectativas; acarrearían un impacto extremo; y, aunque luego de ocurridos, sus causas parecen obvias, nadie logró anticiparlas. Ejemplo típico de estos sería la Primavera Árabe que se inició en 2010. En segundo lugar, a través de un proceso de gestación progresivo que ha estado a la vista de todos y que, por lo tanto, podía generar consecuencias razonablemente previsibles. Ejemplo característico de ello sería el estallido de la Segunda Guerra Mundial. 

         Los eventos que confronta Estados Unidos en relación a Rusia caen dentro del segundo tipo y se han venido gestando abiertamente desde la disolución de la URSS y aún antes. Gorbachev dio su aquiescencia a la inserción de una Alemania unificada dentro de la OTAN sobre la base de una promesa del gobierno del primer Bush de que dicha organización no seguiría expandiéndose hacia el Este. Desaparecida la Unión Soviética, Clinton no se sintió en la obligación de respetar dicha promesa en relación a Rusia. Más aún, al momento del desplome de la URSS, Rusia solicitó que se transformase a la Organización para la Seguridad y Cooperación Europea en guardián de la seguridad europea. En su lugar esta función fue asignada a la OTAN, institución que había nacido con el objetivo de adversar a Moscú. Ello fue seguido por un proceso de expansión sistemática  de esa organización hacia el Este.  

Rusia se encontró así ante un proceso de compresión continua y en procura de poder salvaguardar un perímetro esencial de protección y defensa. La ausencia de una geografía que naturalmente la proteja ha determinado, en efecto, que históricamente Rusia busque esta salvaguarda por vía de estados tapones y de la profundidad territorial. Mientras lo segundo le viene dado en sus propios espacios interiores, lo primero fue sistemáticamente socavado por la presión de la OTAN. El intento de Estados Unidos y Europa de hacer caer a Ucrania dentro de su esfera de influencia, en 2014, resultó sin embargo un paso demasiado lejos. Ello hubiese colocado en manos hostiles, las grandes planicies por las que han penetrado a Rusia sucesivas invasiones. Más aún, hubiese sustraído de la esfera de Moscú su única base naval contigua de aguas calientes en Crimea. Según Henry Kissinger: “Ucrania fue parte de Rusia durante largo tiempo…Europa y Estados Unidos no entendieron el impacto de sus acciones…Ucrania siempre ha tenido un significado muy especial para Rusia y fue un error no haberlo comprendido” (“Interview with Henry Kissinger”, Spiegel Online, November 13, 2014).  

Como reacción a esta situación, Moscú pasó a la ofensiva. No sólo en Ucrania, sino en el marco general de su relación con Occidente, incluyendo allí las cibercampañas que han buscado desestabilizar al orden político establecido. En estos últimos meses, no obstante, Rusia ha elevado peligrosamente sus apuestas, congregando más de cien mil  soldados en las fronteras con Ucrania y proyectando la amenaza de una invasión a ese país. Ello con el objetivo de forzar una negociación bajo la cual emerja una garantía formal de que Ucrania no será integrada a la OTAN, así como otras concesiones por parte de esta organización. Mientras Washington y la OTAN se niegan a negociar bajo la presión de los tanques rusos y amenazan con sanciones devastadoras en caso de invasión, Moscú da a entender que de producirse éstas estaría dispuesta a desatar los mil demonios. Estos últimos incluirían, según algunas versiones, posicionar armamento nuclear ruso en Venezuela y en Cuba. 

De materializarse la invasión a Ucrania, Moscú pasaría a focalizar la atención de Washington como no ocurría desde los tiempos de la Guerra Fría entre ambos. De hecho, una nueva Guerra Fría entre estos podría cobrar forma. Ello constituiría, a no dudarlo, el sueño dorado de Pekín. Xi jinping se ha referido en varias ocasiones a la confluencia de cambios no vistos en un siglo, susceptibles de catapultar a su país a la cima. Los eventos que actualmente se desarrollan en Ucrania tienen, a no dudarlo, el potencial de multiplicar esos cambios así como las posibilidades chinas de alcanzar la cúspide de la jerarquía internacional.