Desde 1945 ninguna otra región del mundo ha evidenciado un crecimiento económico tan espectacular como el de Asia del Este. Primero fue Japón, luego los tigres asiáticos seguidos por los llamados nuevos tigres y para coronar China. Hoy China es el centro de una cadena productiva regional de impresionante fortaleza. Detrás de esta pujanza hay sin embargo un peligroso mar de fondo. En sentido real y no figurado las controversias marítimas ponen en efecto en riesgo todo lo obtenido. Dos escenarios focalizan los problemas del Este de Asia. Uno en el Norte y otro en el Sur.
En el Norte están los conflictos de Japón con China y Corea del Sur. Con el primero por las islas Senkaku/Diaoyu. Con el segundo por las islas Takeshima/Dokdo. En el Sur, o mejor dicho en el Sudeste asiático, están las controversias del Mar del Sur de China que enfrentan a este último país con Vietnam, Filipinas, Malasia y Brunei.
Cinco elementos hacen que estas controversias resulten particularmente sensibles. El primero es la presencia de factores económicos en ambos escenarios. Ello deriva de la existencia de importantes reservas probables de hidrocarburos y de ricas áreas pesqueras. El segundo es que amenaza con abrir la caja de Pandora de una historia cargada de resentimientos. Esto resulta particularmente válido en el escenario Norte, en donde a las atrocidades cometidas por Japón en tiempos pasados se suma el hecho de que los derechos que alega se originaron durante su proceso de expansión imperial.
El tercer elemento es que amenaza con echar por tierra décadas enteras de construcción de confianza entre las partes. Esto resulta particularmente palpable en el escenario Sur, donde cuarenta años de esfuerzos de los países miembros del ASEAN por superar las divisiones a los que los sometió el conflicto Este-Oeste, amenazan con reaparecer bajo nuevos ropajes. La incapacidad para llegar a un texto de consenso en la última Cumbre de esta agrupación prendió una luz de alerta en este sentido. El cuarto es el riesgo de que las controversias deriven en enfrentamientos comerciales y económicos. De ello dan prueba la decisión china de suspender el envío de minerales fundamentales para la industria electrónica japonesa y la advertencia del Ministro de Finanzas japonés a Corea de que la relación económica bilateral no está ausente de esta controversia.
El quinto elemento, sin embargo, es con mucho el más preocupante. Este deriva de la disposición de Estados Unidos de pescar en aguas revueltas como oportunidad para reinsertarse en una región de la cual lo habían alejado tanto el espectacular crecimiento chino como su propia atención a Irak y Afganistán. Al presentarse como contrapeso natural a China, frente a todos los que mantienen disputas con este país, amenaza con hacer realidad lo que los historiadores denominan como la trampa de Tucídides. La misma deriva de la premisa establecida por aquel a raíz de la guerra entre Atenas y Esparta en el siglo V antes de Cristo. Según la misma cuando el poder de una potencia emergente rivaliza con el de una potencia dominante la guerra se hace inevitable.