Durante la Guerra Fría con la Unión Soviética, Estados Unidos pudo compensar la superioridad de aquella en efectivos y equipos militares convencionales, e incluso en armas nucleares, gracias a la tecnología. Tanto en los cincuenta como en los ochenta, fue capaz de dar saltos de garrocha tecnológicos que le permitieron sacar ventaja militar a los soviéticos. Ahora, es Estados Unidos quien corre el riesgo de quedar rezagado frente a los saltos de garrocha tecnológicos que China estaría dando, algunos de ellos a sus expensas.
La estrategia china se ve sustentada en un gasto militar que entre 1996 y 2015 aumentó alrededor de 620% en términos reales, equivalente a un incremento promedio anual del 11%. Aunque sustancialmente inferior al gasto militar estadounidense, el chino se concentra en sectores que le permiten sacar ventajas claves. Efectivamente, Pekín sustenta su estrategia de defensa en tres áreas puntuales: el desarrollo de armas asimétricas dirigidas a golpear los puntos vulnerables de los sistemas estadounidenses; el desarrollo de un ciber espionaje que le permite acceder a los avances tecnológicos estadounidenses; y una fusión tecnológica cívico-militar, que posibilita la sinergia entre los desarrollos tecnológicos militares y civiles.
En primer lugar, China busca transformarse en una superpotencia asimétrica, fuera del ámbito del poder militar convencional. De tal manera, en lugar de buscar equipararse a Estados Unidos tanque por tanque o avión por avión, persigue simplemente neutralizar la superioridad militar de aquel. En tal sentido, ha dirigido millardos de dólares al desarrollo de armamentos capaces de golpear los puntos débiles que evidencian los sistemas, inmensamente más costosos, de la contraparte. Según Michael Pillsbury, China se ha concentrado en fabricar flechas dirigidas al talón de Aquiles de su contendor.
Tales “flechas”serían básicamente de dos tipos. De un lado, los mísiles de alcance largo o intermedio con un alto nivel de precisión, capaces de golpear en puntos neurálgicos. Del otro, los armamentos capaces de degradar o destruir la capacidad de comando, control y comunicación de la contraparte. Esto último, apuntando a la alta dependencia estadounidense en sistemas informáticos y satelitales. Ejemplo emblemático de lo primero serían los misiles anti portaviones. A un costo de unos pocos millones de dólares, estos permiten destruir a un portaviones valorado en 13 mil millones de dólares y a los 65 aviones que, a un precio por unidad de más de 100 millones de dólares, lleva en su interior. Ejemplos típicos de lo segundo, serían los rayos laser capaces de cegar o sacar de órbita a los satélites que controlan operaciones militares terrestres, o las armas de pulso electromagnético susceptibles de paralizar toda la actividad electrónica en un área extensa.
En segundo lugar, China ha invertido ingentes recursos en desarrollar una capacidad de espionaje electrónico de alta sofisticación. En lugar de dedicar años de investigación y desarrollo en armamentos avanzados, China ha buscado penetrar los secretos de estos por vía del “hacking” sistemático. El acceso a los sistemas informáticos del Pentágono y de la industria militar estadounidense, le ha permitido dar saltos espectaculares en el desarrollo de sus propios armamentos. Entre ellos se señalan sus aviones de guerra de quinta generación.
La Unidad 61398 del Ejército de Liberación de Pueblo, con sede en Shanghái, emplea a miles de especialistas concentrados en sustraer tales secretos. Se trata, sin embargo, de uno de los múltiples centros dedicados a esa labor. Entre los sistemas defensivos a los que China ha podido acceder por esta vía se señalan a los misiles Patriot y Aegis y a los aviones de combate F/A-18, V-22, F-35 y F-22.
En tercer lugar, encontramos la fusión tecnológica cívico-militar. A través de esta sinergia entre los sectores civiles y militares, se desarrollan tecnologías de aplicación en ambos campos. Si bien en fecha reciente se estableció una directiva mediante la cual los nuevos desarrollos tecnológicos del sector privado deben ser compartidos con el militar, tal colaboración se remonta al año de 1986. Más aún, a partir del Programa Nacional de Ciencia y Tecnología de Mediano y Largo Plazo para el período 2005-2020, se establecieron mecanismos de colaboración recíproca en dieciséis megaproyectos tecnológicos considerados como prioridades nacionales.
Esta sinergia contrasta con la desconfianza emblemática de Silicon Valley hacia el Pentágono, la cual quedó evidenciada a comienzos de año cuando 3.000 empleados de Google manifestaron su rechazo a trabajar en un proyecto de Inteligencia Artificial para el sector militar. Contrasta, a la vez, con la carencia de políticas públicas estadounidenses en materia tecnológica, lo cual deja sin sustento a la investigación básica y a la investigación y desarrollo a largo plazo. Tal como lo evidenció el programa espacial estadounidense, décadas atrás, éstas son áreas vitales.